FESTIVALES
La fiesta interminable
El mapa más ecléctico de estilos musicales, las bandas más asentadas de Uruguay y las más audaces, varios invitados porteños, 70 mil espectadores, 16 escenarios, 28 barras, alcohol a discreción, 14 horas ininterrumpidas de show y ni un solo incidente. El milagro se llama La Fiesta Final, cuya quinta edición tuvo lugar en Montevideo el fin de semana pasado y fue un éxito rotundo. Radar estuvo ahí y sobrevivió para contarlo.
POR MARTÍN PÉREZ, DESDE MONTEVIDEO
Como el Love Parade de Berlín, el Mardi Gras de Nueva Orleans o el Sónar de Barcelona, pero con características propias, inimitables: así, con ese toque de orgullo, eligen presentar los organizadores Una noche de Paz, La Fiesta Final en las gacetillas destinadas a la prensa extranjera (argentina, por lo general). El evento viene realizándose en Montevideo desde hace ya cinco años. La tradición comenzó cuando una radio alternativa de la ciudad, X FM, decidió despedirse de sus oyentes convocando a muchos de los grupos de rock que difundía y montó una fiesta de fin de año bautizada como La Fiesta Final. Esperaban unas dos mil personas; acudió el doble. La radio logró sortear el deadline que amenazaba su existencia, pero lo que nadie imaginaba era que la fiesta terminaría sobreviviendo a la propia radio.
Con el tiempo, La Fiesta se mudó del Faro de Punta Carretas a los 80 mil metros cuadrados del predio armado en las canteras del Parque Rodó, y este año llevó un ambicioso subtítulo: “Tolerancia, respeto y diversidad cultural”. “Tolerancia”, por lo pronto, era la palabra que se podía leer bien claramente en las gorras y remeras de los encargados de seguridad del evento que el sábado pasado convocó a 70 mil espectadores y a más de un centenar de artistas que desfilaron por 16 escenarios durante catorce horas ininterrumpidas. Hubo también 28 barras de bares donde acodarse, tres festivales –uno de motoqueros, otro de música electrónica y otro de tradición, con un pueblo gaucho y todo– y hasta una programación audiovisual coordinada por la Cinemateca local en el anfiteatro del Teatro de Verano.
EN BUENOS AIRES NO SE CONSIGUE
Los periodistas porteños viajan en combi del hotel al Parque Rodó con el tiempo justo para llegar a los primeros shows de la noche. Lo primero que los deslumbra es el enorme sol naranja que se esconde en el horizonte: un espectáculo que –como el de La Fiesta Final– sólo se puede contemplar de este lado del río. Aquí, el cruce de estilos musicales se realiza con total naturalidad durante toda la noche, sin un solo incidente. Y eso que en las barras, “sucursales” efímeras de los bares más importantes de Montevideo, el alcohol corre durante todo el evento y los tragos aventajan a la cerveza. Algo inimaginable en Buenos Aires, donde un evento patrocinado por una marca de cerveza decidió no vender ni una gota.
Alcohol es lo que sobra en el Parque Rodó, pero bien cerca de la puesta de sol todavía se puede ver, en las instalaciones semivacías, a gente que da vueltas con los termos bajo el brazo. Eso es Uruguay, al fin y al cabo. Algunos están sentados frente a un escenario donde el cantautor Fernando Cabrera toca con su trío. Cabrera, que virtualmente inaugura el festival, debe luchar contra el sonido de un tema de moda que se filtra por el equipo de sonido del escenario de al lado, una constante que se repetirá durante toda la noche. Casi una herejía con tanta música en vivo sonando desde todos lados. “La vida es eso, niño/ hay un lote de infelices/ y un par de listos”, canta Cabrera, y por un momento parece prologar una noche donde la música que suene será la que imponga la ley del más fuerte.
Con el correr de las horas, la fiesta se despliega y queda claro que habrá lugar para todo y para todos. Hasta para una grúa de cincuenta metros de la que se lanzan unos valientes atados de los tobillos. “El secreto es no tratar de abarcarlo todo sino dejarse llevar”, aconseja un periodista experimentado en Fiestas Finales. Pero ese cielo de múltiples posibilidades musicales deviene en infierno cuando todos deciden ver lo mismo al mismo tiempo. Es lo que sucedió con No Te Va Gustar –la banda del momento en la escena uruguaya–, que apenas pudo tocar un par de temas: había tal cantidad de gente viéndolos que la organización se vio superada. Según El País de Montevideo, tres personas cayeron al lago y varios de los que estaban contra las vallas se lastimaron brazos y piernas. Pero fue el único incidente en una noche multitudinaria.
LA MÚSICA QUE ESCUCHAN TODOS
El hombre está parado en una pequeña tarima, con una remera donde se lee su nombre, un slip y zapatos de taco alto. Dani Umpi no tocó en la Fiesta; se limitó a lucir sus “remeras oficiales” en un local de la feria alternativa. Pero la imagen de esta incipiente diva musical montevideana fue lo más transgresor que pudo ver el enviado de Radar en este festival que, a pesar de ser tan rockero, poco y nada tiene de rebelde. Eso sí: fue un empacho de música. Los nombres ya clásicos de la última década de música uruguaya –Los Terapeutas, El Cuarteto de Nos, La Trampa o La Tabaré (devenida en Milongón Banda)– no defraudaron a su público entusiasta. Rubén Rada confirmó su estrella masiva en un recital que empezó a las diez de la noche y prologó el momento de mayor convocatoria, que se extendió hasta las tres de la mañana. Entre los invitados argentinos fueron muy celebrados Pappo y Juanse, así como el ex Cadillac Flavio Cianciarullo, que sorprendió cerrando su set tocando una versión del hit “Vos sabés” acompañado por una cuerda de tambores. También impresionaron los créditos porteños Fantasmagoria y Dancing Mood, cada uno en lo suyo. A la hora de los fuegos artificiales, Jorge Nasser despuntaba sus milongas vestido de rocker clásico. Con el correr de las horas, los nombres y la música se fueron mezclando cada vez más, haciendo de cada escenario un fogón. Rematando una víspera de calor bochornoso, la noche terminó con relámpagos y lluvia, ambos inocuos: ya todo había terminado. Al menos hasta el año que viene, cuando el éxito, los tragos, la música y la fiesta vuelvan a repetirse.