Siempre tendremos París
Jonathan Demme se suma a la ola de las remakes con todo un desafío: filmar de nuevo Charada, el clásico de Stanley Donen con Cary Grant, Audrey Hepburn y Walter Matthau. Y como ya estaba en París, decidió rendir dos homenajes en uno y aprovecha para inclinarse ante la Nouvelle Vague.
Jonathan Demme intenta restarle importancia al asunto, y asegura que lo que buscaba no era otra cosa que divertirse un poco y regresar a la comedia ligera, un terreno en el que alguna vez ejerció pero al que abandonó durante una larga década para filmar películas de cierta densidad dramática, tales como El silencio de los inocentes, Filadelfia y Amada hija, a las que se sumó el intento abortado de llevar a la pantalla el Hannibal de Thomas Harris. Además, dice Demme, era su oportunidad para homenajear a sus ídolos de la Nouvelle Vague y, de paso, de inyectarse algo de sangre nueva trabajando codo a codo con alguno de los cineastas jóvenes a los que asegura admirar. Lo suyo no es una “reinvención”, insiste el director, sino lisa y llanamente una remake, reapropiada, reconfigurada, pero fiel al argumento original. Y parecería que todo estaba bien hasta ahí, salvo por un detalle insoslayable: la película que decidió rehacer no era otra que Charada, el clásico de Stanley Donen con Cary Grant, Audrey Hepburn, Walter Matthau, George Kennedy y James Coburn.
No es que Charada sea una obra maestra, pero es un clásico por derecho propio, un thriller y una comedia romántica perfectamente encantadora, con una pareja protagónica perfectamente encantadora (y Matthau haciendo de malo). Demme consiguió la venia de Donen y puso manos a la obra, viajando primero a París con Paul Thomas Anderson, con el plan de escribir el guión entre los dos (Anderson pronto debió bajarse del proyecto para dedicarse a Embriagado de amor, su cuarta película como director). Las críticas comenzarían a arreciar en cuanto se anunció que Mark Wahlberg (protagonista de Boogie Nights, de PT Anderson y ahora, con La estafa maestra y El planeta de los simios, casi un especialista en remakes) se haría cargo del papel principal. ¿El ex modelo teen Marky Mark en un personaje consagrado por el actor de Para atrapar al ladrón? Los fanáticos pusieron el grito en el cielo, y Wahlberg ensayó un gesto de interrogación, como dándoles la razón. Demme, que había considerado a Will Smith para el protagónico, sabía perfectamente del consenso absoluto que existe respecto de que el único capaz de reencarnar a Cary Grant es George Clooney, así que tuvo una charla con Wahlberg: “Quiero que seas el anti-Cary Grant”, le explicó.
Luego, Demme convocó a Tandhie Newton (a quien ya había dirigido en Amada hija y de cuyo potencial no explotado estaba convencido) para el papel que había sido de Audrey, y a Tim Robbins, quien inevitablemente delata a su personaje mucho más rápido de lo que Matthau lo hacía en el original. A la película le llovieron objeciones hasta por el título, pero fundamentalmente le atacaron la falta de química de sus protagonistas. Alguna vez la prestigiosa Pauline Kael dijo que admiraba cierta cualidad caótica presente en las películas de Demme: ésta debería encantarle.
Superpoblada de referencias a la Nouvelle Vague (con cameos de Agnes Varda de Anna Karina y de Charles Aznavour –protagonista de Disparen sobre el pianista– y un plano-tributo en la tumba de Truffaut), y rodada cámara en mano, la película obtiene esa sensación ligera y descontracturada que su realizador buscó desde el primer momento.
Inútil resistirse a compararla con la versión original: si en Charada el argumento policial era poco más que otro simpático McGuffin diseñado para que uno se abandonase al encantamiento de la pareja perfecta en la Ciudad Luz, ¿qué queda cuando el encantamiento se disipa y las calles de París se vuelven un espacio más realista y sucio? “Yo recordaba el original como una de las películas más sofisticadas que había visto en mi vida. Incluso me hacía sentir sofisticado a mí mismo –dijo Demme, ensayando una defensa–; así que pensé que simplemente debía copiar el guión. Ése fue mi primer impulso: copiar.” Eventualmente, agrega, sintió que eso era imposible y se decidió a abordar “la versión nuevaolera de Charada”. Debería haberse rendido a su primer impulso.