Domingo, 29 de mayo de 2016 | Hoy
ENTREVISTA > ALBERTO MONTT
No le gusta definirse como ilustrador ni como publicista ni como humorista gráfico, aunque Alberto Montt incursiona en todos estos terrrenos, y en todos le va más que bien. Nacido en Ecuador, vive en Chile desde la infancia y creció en una casona de doce habitaciones con tíos tan diferentes y fascinantes que le legaron influencias que van desde Pink Floyd hasta El Capital. Se hizo famoso con su blog Dosis diarias y un humor desquiciado e irreverente. Ahora ya es un inevitable de la escena latinoamericana y acaba de editar su primera novela gráfica autobiográfica, la entrañable y graciosísima Achiote, y al mismo tiempo está de gira con su amigo Liniers con el show de stand up Ilustres, que el mes que viene siguen presentando en Buenos Aires.
Por Ana Fornaro
La primera vez que Alberto Montt dibujó algo que le pareció gracioso quiso transformarlo en remera. Tenía 17 años y fue hasta lo de una amiga que hacía estampado en tela para proponerle lo que él creía sería un éxito: tres mulitas abrazando un charango (que suele fabricarse con el caparazón de esos animalitos muertos) y la frase: “foto familiar”. La amiga lo miró desencajada y le dijo que estaba loco. Nadie usaría una remera con ese mensaje tan macabro. Lo despachó para su casa pero, antes, le regaló algo que le cambiaría la vida (o al menos le haría sentir que no estaba tan solo): un libro del humorista gráfico estadounidense Gary Larson. Tuvo que esperar quince años, estudiar diseño, trabajar en publicidad, ilustrar libros infantiles, mudarse de su Ecuador natal a Chile y volverse famoso con su blog Dosis diarias para que sus mulitas con charango fueran dignas de estampar remeras. “Aunque yo me la hubiera puesto desde el primer día”, cuenta quien, durante mucho tiempo, era el pibe que hacía chistes incomprensibles en las reuniones. “Me acuerdo cuando les dije a mis amigos que la publicidad me tenía harto y quería dedicarme al humor gráfico. Me dijeron: pero si tú no eres gracioso... Eres amargado, mala onda. ¿Cómo piensas hacer humor? Y yo les contesté: exactamente así”, dice Montt enhebrando las palabras con rapidez (es ansioso) y lanzando máximas que indefectiblemente derivan en absurdo. Pero el dibujante no se dejó amedrentar (del todo) por las opiniones ajenas y en 2007 empezó a subir a internet sus chistes poblados de animales, escenas bíblicas, juegos de palabras, diálogos entre Dios y el Diablo y un regodeo absoluto en el uso –invertido– de los lugares comunes de la cultura popular. Esas escenas entre bestiales y ocurrentes con dibujos bonitos, acompañadas de un epígrafe, causaron furor en toda América Latina y se viralizaron en las redes sociales, un terreno en el que Montt se mueve con soltura. Con más de 300 mil seguidores en Facebook y 150 mil en Twitter, el dibujante “bolivariano que habla en doblaje de Palmera Récords” como le gusta definirse, captó un público amplio y a su vez sedujo a muchos colegas, entre ellos a Liniers, su amigo, editor de su flamante novela gráfica Achiote, y con quien está girando por varias ciudades argentinas y latinoamericanas con Ilustres, un show de stand up a dos voces y cuatro manos. “Lo de Liniers surgió de nuestras presentaciones de libros conjuntas. Nos dimos cuenta que siempre nos íbamos por las ramas, que enganchábamos bien y que además a la gente, y a nosotros claro, nos divertía. Él ya tenía experiencia en eso de subirse al escenario por sus shows con Kevin Johansen. Una vez me invitaron y ahí entendí lo adictiva que puede resultar la reacción del público. Y lo bueno es que ahora puedes moverte con más libertad entre los formatos, salirte de tu zona de confort gracias a las redes, a las aplicaciones. Probarte y ver qué pasa. Porque al final lo que tú tienes es un tipo de visión respecto al mundo. Y esa visión es extrapolable a cualquier área, al menos a las expresivas”, cuenta este humorista con asumida pinta de hipster (pelo corto, barba larga, anteojos de marco grueso, pullover con motivos navideños) y admite no saber qué poner en los formularios cuando tiene que rellenar el ítem “profesión”: un dilema casi existencial. No se siente ilustrador, aunque ilustre libros para niños, ni diseñador, aunque haya ideado una línea de zapatillas de una gran marca y no quiere escuchar la palabra “publicista”, aunque todavía arme proyectos para clientes. ¿Dibujante? Tampoco. “Es que no soy una persona demasiado dotada. No dibujo bien. De hecho si te fijas en la mayoría de mis dibujos no hay piernas ni codos porque no me salen. He hecho de todo, he sido un peón en la cadena de producción de la publicidad, del marketing, del diseño y aunque no reniego prefiero pensar en mí como una persona con ideas y ya. Antes mi dibujo iba en función de lo que me pedían los demás. Ahora por suerte puedo ponerlo al servicio de lo que a mí se me ocurre. Y no tengo problemas con trabajar para el mercado. La publicidad es tan terrible y tan maquiavélica que le termino encontrando su gracia. Te están vendiendo un mundo de fantasía que es monstruoso, que te hace vivir en una nebulosa. Ese mundo me parece atractivo, desde el morbo, claro”.
Como el Diablo de tus historietas.
– Para mí es más como el Dios. Esa necesidad de estar vendiendo estatus e imagen todo el tiempo diciendo “soy bueno, soy perfecto, comprame” es más de Dios que del Diablo.
Montt pasó su primera infancia el Ecuador rural por el trabajo de su padre, un agrónomo chileno que se había enamorado de una ecuatoriana, su madre. “Él odiaba Ecuador y ella odiaba Chile, algo muy práctico para la familia. Nos mudamos bastantes veces”, cuenta, y sitúa sus recuerdos fundacionales en una zona selvática donde no había luz eléctrica, motivo por el cual el pequeño Montt se la pasaba copiando los dibujos de las revistas que había en la casa. Su afición por el dibujo llegó al mismo tiempo que su descubrimiento de la magia. “Ibas al mercado y además de los olores y sabores increíbles te encontrabas con los indios Colorados, llamados así por los españoles porque se tiñen de rojo el pelo con una especie, el achiote, que le da nombre a mi último libro. Pero lo que más me gustaba de los Colorados era que ellos manejaban la magia negra. La gente acudía a ellos por temas de amor, venganzas y a mí me daba envidia, porque tenían poderes sobrehumanos. Por esa época también empecé a leer los libros de la editorial Atalaya y ahí pensé: el mundo está lleno de magia, y yo no tengo acceso. Era tan frustrante como estimulante”, dice quien, años después, trocaría esa magia ancestral por estímulos más mundanos al mudarse a una casona familiar y urbana superpoblada de tíos y tías (su madre tiene quince hermanos) tan variopintos como fascinantes. Recorrer las doce habitaciones de esa casa era meterse en distintos universos: un tío le hablaba de hinduismo, otro de El Capital. De un cuarto salía olor a marihuana, de otro una tía secretaria vestida impecable. En otro había modelos desnudas posando para el tío que estudiaba escultura. “Tuve una vida súper violenta a nivel de información por eso de mis tíos. Unos escuchaban Pink Floyd y otra tía Atahualpa Yupanqui. Y yo ya era fanático de Quino. Toda mi formación musical y cultural empezó ahí. Aunque de manera muy desordenada y era como demasiado también. Me acuerdo que leían mucho a Cortázar, Borges. Y después en la tele yo me pasaba viendo los programas mexicanos y a Porcel. Creo que por eso tengo esa mezcla cultural tan grande y esa sensación de no ser de ningún lugar.” Ese desarraigo es lo que le ha permitido a Montt manejar códigos distintos, o sintetizar en uno, el suyo, algo que puedan captar tantas personas. Cada vez que visita un país latinoamericano le preguntan por cómo se las ingenia para entender tan bien el humor local. “Pero a veces me pasa que hago un chiste que pienso que van a entender todos y sólo lo entendieron en México, lo que muestra que ni yo tengo mucha noción de cómo se cristalizan mis referencias. Aunque igual creo que el humor siempre es superador de las fronteras. Es una forma de estar ante el mundo. A mí de acá me encanta Gustavo Sala, que es una bestia. Pero también me identifico con el humor del uruguayo Leo Masliah, que va por otro lado y no viene de la gráfica. Y consumo mucho la comedia yanqui. Amo a Tina Fey, todo lo que ella hace y a Amy Poehler o Aziz Ansari y Gary Larson, claro”. Cuando nombra a Larson, Montt ensaya algo así como una persignación y mira hacia arriba. ¿El cielo?
Definís el humor de Larson como desquiciado, irreverente, alternativo e imbécil. Mucho de eso se podría aplicar a tu propio trabajo, ¿no?
– Creo que lo imbécil es básico. Para mí hay dos tipos de personas en el mundo: los inteligentes y los idiotas. La diferencia es que los inteligentes saben que son idiotas. Pero esa imbecilidad que yo aludo es la que tiene que ver con tu cerebro primigenio, ése que todavía no llega a seguir las reglas y que para mi es tremendamente valioso. En eso Sala es Dios. Me hace reír para afuera. Y yo juego mucho con eso. El humor es un mecanismo de defensa, una máscara. Creo que todos llegamos por motivos diferentes a hacer humor pero hay algo de la incomodidad, de la tara social, que se comparte. Para hacer humor hay que tener un ego desbordado y en general te importa mucho la mirada del otro. Yo me siento todo el tiempo sobreexpuesto y a la vez cada vez estoy más dispuesto a ponerme en pelotas. Lo del stand up va en ese sentido, publicar Achiote también.
Achiote, la primera novela gráfica de Montt, es en realidad un conjunto de anécdotas autobiográficas de la infancia y primera juventud. Un ejercicio narrativo al que el dibujante nunca se había asomado pero que empezó tomar forma en su cabeza a partir del nacimiento de su hija. “Mi hija va a cumplir cinco años y en estos años me he visto enfrentado a la memoria, al paso del tiempo. Llegó un punto donde quise capturar esa visión tergiversada, personal, que tenía de mi propia historia. Escribir este libro es una forma de contarle quién era yo, de dónde vengo, con un registro que ella pueda mirar cuando quiera, sin que yo se lo imponga o la siente tipo ‘ahora te voy a contar mis recuerdos’. Siento que ahora mucho de lo que hago lo estoy haciendo por ella. Todos los proyectos son en función de construir a esta persona. A mi me habría gustado saber mucho más sobre mis abuelos, mis padres. A veces mis abuelos recordaban, otras veces no. La memoria es muy traicionera. Entonces mi idea fue bajar al papel mi memoria”.
Achiote es un libro entrañable que, aunque no busque el efecto cómico inmediato, igual es graciosísimo. Con mirada extrañada, Montt recorre doce historias que van desde un primer corte de pelo hasta un primer amor que no pudo ser. En el medio transcurren escenas domésticas y traumas de infancia, reflexiones y enseñanzas que le dejó la vida (siempre colaborar con los punks) amistades fundacionales y fobias contemporáneas. “Todo lo que está ahí es cien por ciento real. Antes de hacer el libro empecé a hacer una lista de anécdotas y junté estas doce y ahora tengo como doce más. Son historias de perdedor, algo que hasta ahora yo no había explorado. Y funciona, porque es más fácil relacionarte con los fracasos del otro que con los éxitos. El uso de la realidad te abre muchas posibilidades”, cuenta quien, además de estar planificando la segunda parte de Achiote, hace un tiempo empezó a subir a su blog una serie de dibujos donde recrea los diálogos con su hija Laura y él aparece representado como un dinosaurio. Su dibujo no sólo está experimentando temáticas más personales sino que también hay cambios en el estilo, si se comparan las primeras “dosis diarias”. “Cambio todo el tiempo. Los primeros ‘Laura y el dinosaurio’ son muy diferentes a los de ahora y llevo sólo cien viñetas. Cuando miro mis primeros dibujos me cuesta reconocerme. Pero no es deliberado, simplemente sucede. Es misterioso lo del estilo. En mi caso supongo que tiene que ver con los cambios en mi cabeza y en mi entorno. Porque yo dibujo sobre todo para ordenar mis pensamientos, que son un caos. Entonces, si cambia lo de adentro, cambian mis dibujos también”.
Alberto Montt se presentará en la Trastienda, CABA, junto a Liniers en el show Ilustres el 1 y 19 de junio. Y el 18 de junio en Mendoza.
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