Domingo, 29 de mayo de 2016 | Hoy
TEATRO 1 > LOS PIONEROS
La nueva pieza de Joaquín Bonet transcurre en un futuro bastante lejano. Entonces, una pequeña sociedad se instala en el fondo del mar para crear un mundo perfecto que, bajo la promesa de salud y armonía, propone un modo idealizado de vida. Los pioneros es una arriesgada propuesta para el teatro local, una obra en clave de ciencia ficción que plantea una utopía en la que la comunidad intenta, sin éxito, contaminarse de emociones negativas.
Por Guadalupe Treibel
“Las cosas son posibles en tanto sean dichas”, ofrece el probado dramaturgo y director teatral Joaquín Bonet (que tiene dos obras en cartel, Testigos y Buena Química) de cara a su incitante nueva propuesta: Los pioneros, pieza que sumerge de lleno en lo que Ray Bradbury definiese como el arte de lo concebible; es decir, la ciencia ficción. En este caso, a partir de un grupo humano que abandona la tierra y se refugia bajo el agua, instalando una nueva forma social, que habrá de lidiar con sus propias limitaciones. “Esta secta, o grupo humano, iguala comportamiento a principios, y no contempla la parte salvaje, propia de la humanidad. Controlar ciertos impulsos es necesario, pero negar el inconsciente, aquello que no se puede organizar, nunca llega a buen puerto”, reflexiona Bonet, sin dejar de destacar cómo, en la mayor parte de los casos, “los grandes proyectos intelectuales o sociopolíticos terminan en un mero recetario; lo que quedan son postulados que ya nadie puede seguir”.
Aun cuando la obra no eche mano a dictadores galácticos o invasores alienígenos, Los pioneros sí retoma la promesa de la tecnología híper avanzada para la curación física e espiritual, que sus personajes elevan a cierta forma de sectarismo. No hay Xenu –mandamás de la Cienciología–, pero el dogma es ley, y cualquier expresión de individualidad es interrumpida por un contundente “Meditemos”; amén de evitar que las personas –mejor dicho, sus versiones impresas, capaces de aguantar la presión del océano y vivir, se intuye, cuasi eternamente– se contaminen de ansiedades, angustias y otras emociones que consideran negativas. Incluso, de requerirse, existe una extrema posibilidad: el borramiento de tal o cual recuerdo, la edición de la memoria. Recursos que no hacen sino ironizar el tratamiento de un futuro “remoto, pero no excesivamente distante”.
Después de todo, como el propio Bonet subraya, aunque la lectura de escritores como Julio Verne, H.G. Wells, Philip K. Dick o Isaac Asimov decantó en su narrativa (en forma notable, dicho sea de paso), el disparador fue la recolección de datos de la actual realidad científica: “El chip plantado en el cuerpo existe, al igual que la impresión de órganos humanos para trasplantes. En Japón, se planifican ciudades enteras bajo el agua, y ya hay trabajos que buscan superar las limitantes sobre la memoria. Simplemente llevé esta información hacia adelante”. En honor a la exactitud, doscientos años hacia adelante, en una construcción en espiral en el fondo del mar, la única que aún resiste a una rajadura que crece y crece. Peligro que obliga a que estos pioneros abran su arca a nuevos integrantes, y con ellos terminen de estallar en dominó viejos conflictos. O de plantearse eternos interrogantes: ¿reproducirse es un instinto con el que hay que cumplir?, ¿cómo proceder frente al estado vegetativo del mañana?, ¿hasta dónde debe llegar la conquista de la biotecnología?
Lo que dichosamente ni el 2200 DC logra superar son las Variaciones Goldberg, de Johann Sebastian Bach, cuyos primeros acordes suenan durante el pequeño sepelio marino de uno de los personajes. Al piano, en una de sus versiones más aclamadas: la de Glenn Gould, mal que les pese a los devotos de la excelsa china Zhu Xiao Mei. Sobre el detalle anacrónico, dice Bonet –que también es músico–: “Me gustaba que algo del futuro fuera Bach; pensarlo eterno. Porque musicalmente hizo una matemática espectacular, un juego de formas que generan una belleza sin paralelo”.
Por fortuna, conforme al género (rara vez explorado en la cartelera porteña), la trama enrarecida continúa enrareciéndose, manteniendo en vilo al espectador. “En el entramado, la historia tiene una cuota de delirio, que es necesaria. Puede parecer mucho, pero ¿qué pensaría Manuel Belgrano si nos viera hoy hablando por celular?”, esgrime Joaquín. Hasta el clásico mito fantástico del doble está presente en Los pioneros, y esa presencia acaso accione como lo hiciera en las leyendas germanas, donde el doppelgänger era considerado pájaro de mal agüero, augurio de desgracia. “Un álter ego que no es tal, un elemento intrigante que es parte del error y aporta el sesgo de fatalidad. Y que evidencia cómo, si una sociedad no contempla el error, lo que está afuera, lo periférico, deja de ser sociedad y se vuelve secta”, remata su autor.
El doble rol, por cierto, cae en las inmejorables manos de Pablo Seijo, capaz de desdoblarse en contrastantes personajes, ya con prestancia y garbo, ya desmañado, en un destacable trabajo. También es notable la labor de Natalia Salmoral, como Marilú, flamante integrante de la comunidad que se resiste a injustificados imperativos; así como la de Belén Parrilla en el rol de Bebota, miembro vital que, por amor, deviene madre fuera de canon. Dicho lo cual, sin dejar de apuntar el buen desempeño de Fernando Ritucci, Andrés Ciavaglia, Lucrecia Oviedo, Julián Calviño, Soledad Cagnoni y Gala Núñez, en esta obra coral que se mueve entre el absurdo más desfachatado –a partir, como se dijo, de datos de la realidad contemporánea– y el hondo intimismo, con subtramas que se desarrollan con genuina tensión.
Suspenso optimizado por el aprovechamiento de una escenografía convincente, a cargo de Luciana Quartaruolo, que juega con la circularidad referida y con la profundidad de los segundos planos. Y que, gracias a la alusiva iluminación de Fernando Berreta, sumerge al frío fondo del mar. Respecto al vestuario de Sol Montalvo, cuenta Bonet que se optó por una paleta en crudo que funcionara con los fondos y reforzara el contexto acuático. Aportes de profesionales más vinculados –hasta ahora– al mundillo del cine, la tevé y la publicidad que al teatral. Una fresca contribución para una renovada propuesta visual, a partir del equipo reunido por Patricio Álvarez Casado, productor creativo de Los pioneros (en cine, El último Elvis) que, junto a Bonet, compartió la puesta en escena.
Los pioneros se presenta los viernes a las 20.30 en el Galpón de Guevara, Guevara 326. Tel 4554-9877.
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