Domingo, 7 de agosto de 2016 | Hoy
ENTREVISTA > SANDRA RUSSO
Desde diversos registros que van del periodismo a la escritura literaria, Sandra Russo abordó en su libro Lo femenino: Aproximaciones a las mujeres como enigma (Debate) más de un prejuicio, lugar común y cristalización conceptual sobre los géneros, las relaciones entre madres e hijas y el lugar de la mujer en la sociedad patriarcal, para discutirlos y ponerlos en jaque. En esta entrevista cuenta cómo surgió el proyecto de enfocar en figuras fuertes, de Cristina y Angela Merkel a Milagro Sala, narrar historias de vida trans, abordar el femicidio y sostener una mirada atenta a los hechos de la globalización y hasta a los más recientes discursos del papa Francisco.
Por Ana Fornaro
La escritura como bordado, como algo en construcción, como tanza tirante a la cual irán sumándole las cuentas. La escritura como ensayo, tensión y apertura. La escritura como medio y sedimentación. Sandra Russo lleva cuarenta años explorando y afinando las posibilidades de la palabra, como quien le saca punta a un lápiz, a través de una trayectoria fogueada en medios contraculturales pero también bajo la vara de la mirada masiva. Un recorrido tan sostenido como ecléctico que va desde la legendaria revista Expreso Imaginario que la sacó de su casa familiar de Quilmes a los 19 años hasta el programa 6-7-8. En el medio, la radio, la revista Humor Registrado, la carrera en Página/12, los talleres, los libros y las redes sociales, una de sus trincheras actuales. En su bibliografía conviven las aguafuertes, las historias prestadas, el análisis político y discursivo, la investigación, y hasta la ficción. Su biografía de Cristina Fernández de Kirchner, La presidenta (2011) fue traducida al chino y acaba de publicarse allí. El libro sobre Milagro Sala, Jallalla: la Túpac Amaru, utopía en construcción (2010), hoy recobra especial relevancia frente a su condición de presa política. Sus publicaciones sobre el placer, el erotismo y una tipología muy divertida de los varones (tipos disponibles) se resignifican cuando leemos lo último. Y lo último es, justamente, también una variación, en el sentido de combinatoria. En Lo femenino: aproximaciones a las mujeres como enigma Sandra Russo se sirve de todo lo acumulado en su trabajo (y su vida) para abordar un lugar tan común como elusivo. ¿Qué queremos decir hoy con “lo femenino” cuando la categoría, como tal, parecería estar agotada? ¿Cómo abordar eso que no es pero sin embargo está? “Creo que es una noción con la que nos chocamos todos los días. Es necesario desenmascararla, escribir sobre eso. Entiendo que es una terminología muy discutida y soy consciente que es una construcción; pero yo siempre escribí para un público masivo, no me interesan los pensamientos de capilla. Este libro tiene más que ver con la comunicación de algunas ideas en las que vengo pensando desde hace años. Acá se puede enganchar desde una psicóloga hasta una peluquera, o un peluquero y un psicólogo. Me pareció interesante, justamente, la parte neutra. Ese ‘lo’ que convierte al término en una especie de aparato, de artificio desde donde hablar sobre muchas cosas”, cuenta la autora. Esas “muchas cosas” abarcan la reflexión sobre el vínculo madre-hija (y la locura) a partir de un ensayo autobiográfico; una inmersión fascinante en la paleoantropología con el ejemplo de los monos bonobos como alternativa de comunidad pansexual donde las categorías de “macho alfa” y “hembra alfa” aparecen dislocadas; un análisis político y mediático de mujeres con poder tan disímiles como Angela Merkel y Cristina Fernández de Kirchner; un apunte sobre los femicidios en Argentina y un repaso de las distintas formas de violencia contra las mujeres en todas las culturas; la historia de una transición de María Laura, una mujer trans; y finalmente “Cleopatra”, un cuento sobre el encuentro de una viuda reciente y una adicta al juego para hablar de dos formas de pérdida que Russo padeció en carne propia. Pero la mera enumeración de estos capítulos-temas, que pueden leerse perfectamente de forma independiente, no da cuenta de esa tensión que hace que el libro funcione como una unidad. Esa tanza a la que alude Russo y que está hecha más de preguntas que de certezas. Sin embargo, a lo largo de Lo femenino, Russo ensaya algunas respuestas mediante sus aproximaciones. Debajo, como una constante, se encuentra el cuestionamiento al patriarcado como sistema de poder violento, milenario y global: la relación entre mujer y propiedad privada. Pero también una reflexión acerca del origen de la agresividad y la empatía, ese motor alternativo con tan poca prensa. Muchas respuestas aparecen en la cultura, sí, pero quizás hay algo que podría estar “antes”. Los movimientos de la autora son tan arriesgados como originales –personalísimos– y se materializan también en la forma: el libro alterna la crónica con el ensayo, el análisis del discurso con el informe periodístico, la ficción y la actualidad, toneladas de actualidad donde aparece también el Papa Francisco, a quien Russo le viene siguiendo la pista como figura política desde hace tiempo. “Para mí el libro tiene que ver con los diferentes registros de escritura. Además del tema quería que tuviera un plus técnico. Cuando uno se dedica a esto no para de pensar y hubiera sido muy difícil hacer un libro entero sobre cada uno de esos capítulos, aunque son más que una nota periodística. Me parecía importante sondear desde el impulso de la escritura. Para mí las medidas tienen que ver con lo uno puede decir: pensar en unidades de cuarenta páginas era una aventura. Por eso pude hacer entrar a los monos, al Papa... Es muy libre y disfruté mucho el proceso, que fue bastante rápido. Pero eran cosas que ya tenía en la cabeza y este me parecía que era el momento de sacarlas”.
El vínculo madre-hija recorre todo el libro, arrancás con una primerísima persona pero después vuelve de otras maneras. ¿Por qué está tan presente?
–Es que creo que ahí se juega mucho. Freud decía que era el vínculo más complejo entre las personas. El disparador para ese primer capítulo fue “El otro lado de la vía”, una contratapa de hace once años donde yo hablaba de la locura de mi madre y de la locura en general. La respuesta fue impresionante. Me escribieron de todas partes del país, me invitaron a dar charlas. Ahí me di cuenta cómo algo personal puede ser más abarcador que mi propia historia. Lo que me pasó con mi madre no es extraordinario, pasa en muchas familias y ahí muchas mujeres se reconocen. Si uno toma la primera persona la tiene que tomar desde el hueso, no sirve lo epidérmico. Y era una fractura expuesta lo de la locura de mi madre. Además siempre leí en la locura una trama cultural y en su caso tuvo mucho que ver con el hecho de ser mujer y ese tipo de mujer de su casa, con esa abnegación e insatisfacción.
Al escribir sobre su madre, Russo la inserta en una genealogía de “bovarismo”, esas mujeres que, como la Emma de Flaubert, ansían otras vidas fuera de la jaula de cristal en la que quedaron encerradas. En el caso de su madre, ese deseo estancado tomó, entre otras cosas, la forma de distancia y hostilidad hacia su hija única, una violencia latente y no tanto. “Mi madre y yo bajamos a caminar un poco. Ella se veía sensible, triste, muy movilizada porque estaba hablando por primera vez de algunas cosas en su tratamiento. Y de pronto me dijo: ‘Es raro lo que me pasa con vos. Yo me siento tu mamá cuando estás mal. Cuando te va bien, no’”, escribe Russo en el capítulo “Olga y sus hermanas”. La competencia, la envidia, lo enrevesado e intenso del vínculo materno-filial (también presente en otras relaciones entre mujeres) aparecen como emociones y acciones reproductoras del patriarcado. En la mayoría de los casos, son las propias madres que pasan los mensajes sexistas a sus hijas; son quienes las castran y confinan. En ese sentido, el capítulo sobre los bobonos y la primatología también ilumina, aunque sea como metáfora. Las hembras bonobos, que ovulan sin segregar olor, que copulan y establecen alianzas entre ellas, que finalmente son quienes detentan el poder en la comunidad se separan muy temprano de sus crías hembras. Las dejan partir a otras manadas y a su vez reciben juveniles de afuera. No hay castración ni rivalidad. “Yo tenía el dato sobre la bisexualidad de las hembras bonobos y cuando empecé a leer sobre el funcionamiento de las manadas me resultó fascinante y muy útil para salir de los lugares comunes y repensar las cosas. Porque, en general, acá en Buenos Aires estamos insertos en una sociedad pasada de explicaciones culturales, pasada de Freud y Lacan y me parecía interesante hablar desde otro lugar, ir a la primatología, hablar de bases biológicas.”
El peligro ahí es caer en los esencialismos
–Es arriesgado ir a lo biológico en estos temas pero la base biológica está, sólo que no la hemos leído bien. No la sabemos interpretar. Desde la ciencia la mirada siempre fue masculina, patriarcal. Todos buscaban respuestas a nuestra evolución y naturaleza fijándose en los chimpancés, en los gorilas y mirando qué hacían los machos alfas, sin ver qué hacían las hembras, que construían herramientas, entre otras cosas. Entonces ahí se empezó a decir que la agresividad, la violencia, la territorialidad está en “nuestra naturaleza”, o que el sexo existe para reproducir la especie. Cuando aparecieron las primatólogas Biruté Galdikas, Dian Fossey o Jane Goodall cambió el foco, porque en lugar de quedarse mirando a los machos, empezaron a mirar a las hembras y ahí había mucho más para decir sobre nuestros “ancestros”. Por su parte, el holandés Frans De Waal desarticuló la naturalización de la violencia estudiando a los bonobos, y a través de la empatía animal poder preguntarse si no es eso mismo lo que está “antes”.
En ese capítulo citás al papa Francisco y su arenga en Cuba de ponerse en el lugar del otro. ¿Qué hace el Papa en un libro sobre “lo femenino”?
–Lo del Papa me parecía que iba muy en la línea de lo que decía De Waal, en eso de que hay algo que está “antes” de la cultura, “antes” de la ideología, “antes” de la religión y que es la empatía. Porque finalmente este es un libro que explora “lo femenino” pero desde la pregunta sobre la violencia y el poder. Y el Papa me interesa como figura política que está teniendo un discurso contra-hegemónico. Porque hoy en día es muy clara la división de un “ellos” y un “nosotros”. Los de la guerra y el resto. Así como Cavallo dijo que acá en Argentina había tres o cuatro provincias inviables, esta fase del capitalismo parece decir que hay dos o tres continentes inviables. No creo en Dios ni me interesa la Iglesia católica ni el Papa como persona. Yo analizo discursos y el discurso del Papa me tiene muy sorprendida. Yo miro mucho para afuera. Pasé muchos años trabajando en internacionales y eso me dejó una forma de leer las cosas que pasan a nivel global. De hecho ahora estoy pensando en un próximo libro que tiene que ver con América Latina, donde volveré a hablar de Milagro Sala… Entonces sí, escribo un libro sobre las diferentes maneras de ser y padecer el ser mujer pero atenta a otras cosas que –supuestamente– pasan por fuera pero para mí están relacionadas.
Para Russo existen dos tipos de escrituras: la retentiva y la expulsiva. La primera va dando la información de poco, con pulso, controlando. La segunda sale a borbotones, se desboca. Ella se ubica a sí misma en el segundo grupo pero admite que con los años de oficio aprendió a dosificar, a distanciarse un poco. Por eso la elección de la ficción para hablar de temas tan cercanos y dolorosos como la viudez y el juego, dos “inclinaciones hacia la pérdida”, como las llama, que se insertan en la construcción de su subjetividad como mujer. “Yo me di cuenta que no podía hablar sobre esos temas desde lo teórico o lo ensayístico y entonces elegí agregar al libro ese cuento que escribí hace bastante y me sigue gustando. La ficción te da una libertad que lo periodístico no te permite.”
Decís que las mujeres en algún momento sentimos un malestar, un latigazo interno cuando somos conscientes del lugar que ocupamos. ¿Cuándo te pasó a vos?
–A veces no está la conciencia pero el malestar está ahí igual. Yo pasé muchos años atravesando sin mucho problema el hecho de ser mujer, pero ahora con el paso del tiempo y a esta altura de mi vida lo siento. Aunque muchas mujeres ya no tienen miedo de detentar poder, de hacerse cargo de lo fálico. Porque el falo es el poder de decisión. Y el problema justamente viene cuando decimos que no. Cuando decimos que no, viene la violencia. A las nuevas generaciones las veo más libres respecto a la carga de “lo femenino”. Pero mi generación es una generación bisagra. Nos fuimos de las casas de nuestros padres, transitamos muchas cosas pero a su vez siento que nadie nos habla. Este libro lo escribí también pensando en eso.
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