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Domingo, 17 de abril de 2005

LIBROS > PARTES DE GUERRA: MALVINAS CONTADA POR SOLDADOS, OFICIALES Y SUBOFICIALES

Perdidos en la niebla

La literatura argentina ha abordado la guerra de Malvinas desde los ángulos más diversos: desde novelas extraordinarias (Los pichiciegos y Las islas) hasta investigaciones periodísticas, pasando por memorias de ex combatientes. En ese mapa, Partes de guerra, el libro de Graciela Speranza y Fernando Cittadini, ocupa un lugar insoslayable: el de haber entrevistado a más de 20 soldados, oficiales y suboficiales para armar, a partir de ese coro de voces, un relato de la guerra construido a partir de anécdotas, episodios y tragedias que han quedado al margen de la Historia.

Por José Natanson

El paso del tiempo a veces simplifica los acontecimientos históricos, los reduce a dos o tres trazos gruesos, los adelgaza en una lectura sin matices. Más de veinte años después, la interpretación más extendida sobre la guerra de Malvinas alude a la aventura de un dictador borracho, al manotazo de ahogado de un gobierno que se hundía, a la insensatez de los cálculos geopolíticos improvisados. Con Partes de guerra (Edhasa), Graciela Speranza y Fernando Cittadini hacen mucho más que escribir una crónica de Malvinas: a través de los relatos de ex combatientes, de las pequeñas experiencias individuales, logran devolverle a la guerra la complejidad propia de un episodio que marcó un quiebre en la historia argentina.

La mano invisible

Concebido como un concierto de voces, con matices y tonos diferentes, el relato hilvana testimonios de unos 20 soldados, suboficiales y oficiales que cuentan su paso por Malvinas. Cada fragmento se articula con el siguiente de modo tal que, guiados por la mano invisible de los autores, las diferentes experiencias se sintetizan de manera coherente en un libro que se lee como una novela, con suspenso y grandes momentos de tensión dramática.

¿Supieron desde un primer momento que la estructura sería ésta?

Graciela Speranza: Queríamos relatos en primera persona, que era lo que le faltaba a la guerra. Por supuesto, incorporamos en la edición los saberes o la sensibilidad de los relatos de ficción. Nuestro campo es la literatura y en mi caso también el cine y la analogía más clara que encuentro con lo que hicimos es el montaje cinematográfico. Esa es la técnica que utilizamos.

Fernando Cittadini: Este es uno de esos casos en que los contenidos prácticamente imponen una forma. Nada tenía que hacer una primera persona que adjetivara las voces. Había que ceder la palabra para que cada testimonio se expresara con su voz.

El relato colectivo le da un atractivo especial: se mezcla la voz de un soldado que antes de ingresar al servicio militar no sabía leer con la de otro que cita a Hemingway.

Speranza: ¿Cómo podíamos hacer para unificar eso? El relato tenía que ser necesariamente coral, para que cada uno se expresara a su manera. La experiencia de cada uno estaba modificada por esas marcas culturales. No es lo mismo la reflexión de un psicólogo que fue a Malvinas después de terminar la carrera que la de un analfabeto, o la de un analfabeto héroe de Malvinas. Lo que no se había contado es que hubo esa diversidad y complejidad de experiencias. El relato que llegó a los argentinos era plano, breve, sin contradicciones y en la mayoría de las ocasiones liquidado con cinco clichés: los chicos de la guerra que se murieron de hambre y frío. Y la interpretación política, que tapaba la experiencia.

La guerra esta en los detalles

Partes de guerra se focaliza en los testimonios de los soldados y militares destacados en Darwin-Goose Green, una localidad alejada del epicentro de operaciones que se convirtió en un escenario de características peculiares. Allí, los argentinos se vieron obligados a convivir con los kelpers, con los que llegaron a establecer ciertas relaciones.

“Una vez –recuerda César Clot en el libro– estábamos caminando por el pueblo con un compañero y vimos dos chicas que venían de la escuela. Mi compañero, que hablaba un poco de inglés, las paró y les preguntó dónde vivían, cómo se llamaban. Andábamos siempre armados, así que las chicas estaban un poco asustadas. Se quedaron mirándonos y no decían nada. Después nos dijeron los nombres y dijeron algo más, pero no les entendíamos nada. Se empezaron a reír, se miraban entre ellas y al rato salieron corriendo.”

¿Por qué decidieron cerrar el foco y concentrarse en un lugar?

Cittadini: Las primeras entrevistas eran más dispersas, a gente que había estado en diferentes emplazamientos. Pero nos dimos cuenta, por ejemplo, de que Puerto Argentino no era interesante: pasaban muchos generales, demasiados ejércitos, demasiada gente en tránsito. En cambio, de esta forma logramos reconstruir con precisión el día a día, la relación con los kelpers, los problemas de una población de soldados que se suma a una civil. Y el proceso de deterioro, la espera angustiosa, los días y días esperando en pozos de zorro a un enemigo poderoso.

En una crítica a la primera edición, Ricardo Piglia citó a Hemingway, que recomendaba contar las guerras desde las pequeñas experiencias. ¿Tenían esto en la cabeza cuando tomaron esta decisión?

Speranza: Sí. Hay una decisión metodológica, pero también algo de sensibilidad literaria que nos hizo buscar incidentes precisos y acotados. A veces veíamos que en un episodio menudo, metafórico, se condensaba la experiencia mejor que en la narración de un enfrentamiento bélico concreto. El peso del relato se deposita más en esas experiencias intransferibles. Yo me olvidé las caras de algunos entrevistados, la cronología de la guerra, pero hay episodios que me quedaron grabados.

Uno de los más notables está incluido en el capítulo “La Odisea”, una desesperada marcha nocturna de 60 kilómetros. “Caminamos un día, dos días, cuatro días, siempre de noche. De día era imposible, porque los ingleses sabían que había once tipos dando vueltas por ahí, sabían que en algún lado estábamos escondidos (...) Me acuerdo de que Godoy, un tipo de un metro ochenta y pico, estaba terriblemente fusilado y hubo que ayudarlo a caminar. Lo poco que nos habíamos secado nos volvimos a mojar, porque se largó a llover, con viento, una tormenta terrible (...) A Alarcón había que ayudarlo: se le empezaron a hinchar las manos, no las podía usar y cada vez que se caía, en vez de poner las manos, ponía el hombro, o ponía la cara.”

Una excursion a las islas Malvinas

Partes de guerra pone las experiencias personales de los combatientes por sobre la interpretación histórico-política. No hay en el libro, más allá de las alusiones circunstanciales inevitables, un lugar para Galtieri o Menéndez. En este sentido, uno de los aspectos más notables es la distancia entre la lectura política y los testimonios de los ex combatientes: ninguno de los convocados en 1982 recuerda haber puesto objeciones, nadie pensó que se trataba de una jugada de Galtieri para mantenerse en el poder. Y después, más de uno dice que volvería a combatir.

¿A qué atribuyen esta diferencia entre la experiencia personal y la interpretación política?

Speranza: Nadie tenía una dimensión real de lo que iba a pasar. Muchos estaban como de excursión, o de campamento. Algunos que hasta entonces no habían viajado nunca en avión se lo tomaban casi como una vacación. No previeron lo que se venía, porque desde los altos mandos tampoco se previó. Recién cuando llega la noticia de que se acerca la flota inglesa se dan cuenta de lo que significaba realmente la guerra.

Cittadini: Hay algo de autojustificación en los testimonios de los que dicen que pelearían de nuevo si lo tuvieran que hacer. No es sólo una cuestión patriótica, épica, sino también personal, de gente que vio morir a sus compañeros y quiere reivindicarlos.

Es notable, porque algunos reconocen que cuando llegaron a Malvinas se encontraron con que el lugar parecía Inglaterra. El oficial Juan José Gómez Centurión recuerda: “Son lomas y praderas de un verde intenso, como un pedazo de campiña británica en medio del desierto. Uno no se sentía en la Patagonia sino en medio de un paisaje británico, con casas británicas, con carteles británicos, con cercas británicas, con hombres de aspecto británico. Un pedazo de las Islas Británicas”.

Speranza: Se ha dicho que en el testimonio de los soldados aflora sólo el sentimiento justificatorio, la idea de recuperación histórica. Pero la paradoja del paisaje inglés no la pusimos nosotros, está en los testimonios de los soldados y los oficiales. Es una comprobación práctica que los marca. Un agregado al absurdo.

El saldo de la guerra

“La de Malvinas –sostiene Cittadini– era una guerra sin relato. Los que vivimos aquellos días retenemos instantáneas urbanas, partes militares, festivales solidarios, el Mundial de fútbol que estaba por empezar, cosas disociadas del lugar donde sucedían los acontecimientos. Con el libro nos propusimos otorgarle densidad a un relato marcado por los estereotipos y el silencio. Esperamos que con esto hayamos contribuido al recuerdo de la guerra.”

¿Qué pensaban de Malvinas antes de encarar el libro?

Speranza: Yo, como muchos otros, había simplificado mi visión sobre Malvinas. La interpretación ideológico-política para mí saldaba la cuestión. Con frases tipo “el nacionalismo es el último refugio de los sinvergüenzas”, me bastaba para saldar mi incomodidad con una guerra absurda. Hasta que comencé a trabajar en el libro, y me encontré con la diversidad y la complejidad, ideológica y política, de la guerra. El nacionalismo, la identidad y la soberanía son cuestiones que se ven en el relato variado y contradictorio de los protagonistas, de una manera mucho más compleja y diversa, paradójica, que lo que uno, con cierta superioridad, resume en la interpretación del hecho histórico.

Una anécdota, incluida en el último capítulo, resume de manera inmejorable la reacción de la sociedad luego de Malvinas: “Al principio, cuando andaba sin trabajo –recuerda el ex soldado Carlos Moyano– repartía adhesivos en los trenes. Una vez estaba repartiendo en el Mitre y en un asiento iban dos mujeres, madre e hija. Entonces le di el adhesivo a la madre sin problemas, pero cuando le di uno a la chica me lo rechazó. Automáticamente la madre le dio una cachetada y me dijo que me quedara tranquilo, que ella le iba a enseñar a la hija a respetar”.

“Eso sintetiza –concluye Cittadini– las dos sensaciones de la sociedad argentina con el incómodo tema de las Malvinas. Por un lado el rechazo de la hija, y por otro lado la piedad de la madre, que se arregla con un poco de dinero.”

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