Domingo, 17 de abril de 2005 | Hoy
Por Mariano Kairuz
Entre Asalto al precinto 13, de John Carpenter, y su flamante remake, Masacre en la cárcel 13.
Se sabe que los franceses siempre fueron fanáticos de Asalto al precinto 13, la primera película “profesional” de John Carpenter (hasta entonces sólo había estrenado Dark Star, un film estudiantil que terminó siendo su carta de presentación en la industria), filmada en 1975 por unos 100 mil dólares y con actores desconocidos. Virtual remake de Río Bravo (un western del director Howard Hawks, con John Wayne), inicialmente no fue muy bien recibida por el público ni los críticos norteamericanos: recién un año más tarde alcanzaría a convertirse en un verdadero fenómeno durante su presentación en festivales europeos. Hoy tiene status de culto y se reconoce en ella una obra netamente norteamericana que apenas disimula sus polvorientas raíces de Lejano Oeste; sin embargo, su flamante e inevitable remake contó con capitales yanquis y europeos y la dirección del francés Jean-François Richet, quien, vale aclararlo de entrada, no hizo lo suyo del todo mal. Incluso si algunos agregados sobran y flaquea en aquello para lo que Carpenter siempre tuvo una mano maestra: la creación de una atmósfera inquietante y de cierta sensación de claustrofobia y de inescapabilidad, a partir de unos muy pocos elementos. El paso a la modernidad, entonces, salió más o menos así:
1. Un nuevo prólogo apunta a explicar la desazón, la depresión que corroe al joven jefe de la estación de policía, el oficial Roenick (Ethan Hawke), quien se encuentra bajo tratamiento psiquiátrico y consume pastillas de forma compulsiva. Por su parte, el héroe de la versión de Carpenter (el actor negro Austin Stoker) era un tipo de lo más jovial.
2. Además del agregado psicologista –que no acarrea mayores efectos argumentales–, se superponen nuevos pretextos para el atrincheramiento forzoso de los protagonistas: todo transcurre, como antes, en una sola noche y en una estación que está siendo desmantelada, pero ahora se trata nada menos que de la tormentosa noche de Año Nuevo.
3. Richet no retiene el estilo seco, visualmente ajustado y plagado de silencios inquietantes del film original. Entre otros momentos memorables que ya no están, se extraña especialmente la interminable ráfaga de ametralladora lanzada contra el edificio en la versión del ‘76.
4. Como era de preverse, una escena clave e indeleble del original no sobrevivió en la remake: la del asesinato a sangre fría de una nena; imagen esencial para el relato, tanto por el impacto emocional que generaba como por tratarse de un detonante argumental.
5. Nuevamente policías y criminales se ven obligados a colaborar entre ellos; pero la remake propone una inversión racial, seguramente menos significativa hoy que en los años ‘70: si antes era policía negro (Stoker) y asesino convicto blanco (el actor Napoleon Wilson), ahora el reconocido Ethan Hawke hace tregua y une fuerzas con Marion Bishop, interpretado por el corpulento (y negro, claro) Laurence Fishburne.
6. Más notable (y tal vez el mayor acierto de la remake) es el trueque de la oscura banda de asesinos del ‘76 –que por momentos parecían una cita a La noche de los muertos vivos– por un ejército de policías corruptos liderados por el siempre elegante Gabriel Byrne.
7. Durante el rodaje, Carpenter la tituló The Anderson Alamo; luego El sitio; finalmente, una compañía que adquirió los derechos del film lo estrenó como Asalto al precinto 13, aunque en el relato se mencionaba que todo transcurría
en el recinto 9, división 13. Pequeño detalle que fuecorregido en la versión de Richet, que no por eso dejará de
vivir a la sombra de la obra maestra que quiso aggiornar.
Entre Nueve Reinas y Criminales, la remake del film de Fabián Bielinsky producida por Steven Soderbergh.
Producida por Patagonik, Nueve Reinas irrumpió hace cuatro años y medio como una sorpresa dentro del panorama del cine argentino “industrial”: se trataba de una obra personal y con ímpetu comercial a la vez. La crítica marcó su evidente filiación en el cine de David Mamet (en especial Casa de juegos) y algún otro título no muy lejano (como Ambiciones prohibidas, de Stephen Frears) sobre la estafa menor considerada como una de las bellas artes, así como más tarde, cuando ya había hecho un recorrido internacional más que notable, la Warner –que había comprado los derechos para una remake hollywoodense– estrenó Los tramposos, una película de Ridley Scott protagonizada por Nicolas Cage que, sugestivamente, resultó tener bastante en común con la opera prima del argentino Fabián Bielinsky.
Ahora se suma –recién lanzada en los videoclubes argentinos– la remake oficial de la Warner, Criminales, dirigida por Gregory Jacobs (asistente de dirección de Steven Soderbergh) y, sorpresa, es prácticamente un calco de Nueve Reinas, apenas trasladando la acción de Buenos Aires a Los Angeles y cambiando a Ricardo Darín (como Marcos) por John C. Reilly (Richard); a Gastón Pauls (Juan) por el mexicano Diego Luna (Rodrigo); y a Leticia Brédice (Valeria) por Maggie Gyllenhaal (Valerie). El resto es más o menos así:
1. Parecerá un detalle menor, pero no lo es: la primera estafa de Criminales –un truquito con el cambio de billetes grandes– es la misma que en Nueve Reinas (transcurre en un casino en lugar de un quiosco 24 horas), pero por alguna razón resulta menos verosímil. Tal vez un par de gestos, los tiempos, alguna palabra (como sea, es más fácil creerles a Pauls y a su víctima que tragarse la torpeza de la camarera de Diego Luna).
2. La versión norteamericana se muda a Beverly Hills, pero no hay “traducción”: simplemente parecen borronearse todas las marcas de porteñidad (las calles de la ciudad, los barcitos viejos, las canchereadas de Darín en este país que –textual– “se está yendo a la mierda”). En consecuencia, desaparece la memorable escena en la que los nuevos socios-para-la-estafa identifican a “pungas, escruchantes, descuidistas” (y demás sinónimos).
3. Nueve Reinas costó un millón y medio de pesos convertibles y fue estrenada por Sony Classics en Estados Unidos, donde habría recaudado –las cifras no son exactas– una cifra similar en dólares (más que respetable para una “con subtítulos”). La remake apenas si se estrenó en su país y no habría alcanzado el millón en la taquilla; lo que se dice un liso y llano fracaso comercial.
4. Los personajes norteamericanos resultan en todos los casos bastante menos vehementes que sus pares sudamericanos, pero no se trata en absoluto de malas actuaciones (y esto vale doble para Gyllenhaal) sino de un déficit en el pulso de un guión tal vez demasiado preocupado por ajustarse a un esquema previo.
5. El “turco” –ex socio al que Darín menciona permanentemente– se transformó en el “judío”. Al principio se insinúa que la procedencia de Rodrigo, su carácter de inmigrante, le aportaría un elemento extra al personaje, pero luego queda prácticamente en la nada.
6. Desaparece la canción de Rita Pavone, “Il Ballo del Mattone”, que cerraba la película original con uno de sus detalles más simpáticos.
7. Criminal cambia las Nueve Reinas falsificadas del título (una plancha de estampillas de la República de Weimar, que servía de McGuffin, pretexto argumental, en el original) por un antiguo billete del Tesoro norteamericano. El cambio de título era inevitable, pero lo cierto es que Criminales (Criminal, en inglés) carga con una connotación demasiado pesada para tratarse, después de todo, de la aventura de dos estafadores más o menos inescrupulosos, pero sumamente simpáticos, enmarcados en la crisis social de un país que terminaría de estallar apenas un año y medio más tarde.
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