Domingo, 5 de marzo de 2006 | Hoy
FOTOGRAFíA > ANGELO RIZZUTO, EL FOTóGRAFO PERDIDO DE AMéRICA
En los años ’50, un hombre solitario, atormentado y con el corazón destrozado salió todos los días a retratar la soledad y la desolación de otros hombres y mujeres en la calles de Nueva York. Dueño de una modesta fortuna, legó su herencia a la Biblioteca del Congreso junto a 60.000 fotos y un pedido de publicación en forma de libro. Pero la Biblioteca prefirió invertir el dinero en el trabajo de fotógrafos reconocidos y tuvieron que pasar 50 años para que otro hombre igual de extraño rescatara del olvido aquel conmovedor trabajo. Esta es la historia de Angelo Rizzuto y Michael Lesy.
Por Esther Cross
Angelo Rizzuto quería que lo llamaran “Little Angel”, pero nadie le decía “Little Angel” porque siempre andaba solo. Entre 1952 y 1966, vivió en la ciudad de Nueva York, llena de gente que, como él, estaba aislada en ese mundo de altas geometrías. Nadie sospechaba que el fotógrafo que vivía en un cuarto de hotel de mala muerte era dueño de un edificio de tres pisos en el costoso Lado Este. Todas las tardes a las 2 en punto, dejaba el cuarto y tomaba la calle con su cámara. Volvía a casa con rollos que guardaban un desfile en negativo de mujeres impecables que sacaban a pasear su vida triste y enojada por las tiendas, chicos vestidos de señores que ocupaban altos cargos en un mundo inaccesible, tipos cansados que miraban a la lente como chicos. Cerraba cada secuencia con un autorretrato. Pasaba el resto del día escribiendo cartas que lo pintaban como víctima de un complot entre judíos y comunistas. Estaba loco y escribía con el cuidado de un paranoico obsesivo.
Había nacido en 1906 en Deadwood, Dakota del Sur. Su padre era un inmigrante siciliano que había hecho fortuna en el negocio de la construcción y su muerte disparó sin escalas la mala suerte de Angelo. Little Angel entró en contienda legal con sus hermanos por la herencia, tuvo un intento de suicidio y lo internaron, vagó por el país, tomó trabajos temporales y recaló en esa ciudad en que su locura pasaba más inadvertida. Allí armó su obra secreta hasta poco antes de su muerte, en 1967. Legó U$S 50.000 a la Biblioteca del Congreso, junto a 60.000 fotografías y la voluntad de su publicación póstuma en un libro. La Biblioteca imprimió un folleto sobre Angelo y destinó la mayor parte de sus fondos a comprar obra de fotógrafos famosos, como Diane Arbus.
Cuarenta años después, en diciembre del 2005, la editorial WW Norton&Company ha publicado Angel’s World, el libro soñado por Little Angel, con una colección de 98 fotos seleccionadas por el escritor Michael Lesy. Detrás de todo hombre misterioso hay otro que también tiene lo suyo. A pesar de no ser contemporáneos, Rizzuto encuentra en Lesy a un buen amigo. El ángel de Angelo.
Lesy entró en contacto con las fotos de Rizzuto en 1974, cuando era un recién graduado que ya había publicado su tesis en un libro, Wisconsin Death Trip –WDT para los amigos– que fue objeto de culto inmediato. Las fotos de Angelo prendieron en su vena narrativa. Pasó mucho tiempo hasta que Lesy publicara el libro de Angelo. Su trayectoria de autor, investigador y profesor justifica esa espera de más de treinta años.
WDT le ganó el elogio de muchos y la condena de varios. Es su primer trabajo con las fotos y la muerte, que son el hilo conductor de su lectura de la historia de los Estados Unidos. En WDT, Lesy combina fotografías oficiales y caseras de 1890 del pueblo Black River Falls con titulares, registros de manicomios, citas literarias, publicidades, chismes e historia locales. Dicen que “no es un libro de historia ni una novela ni un perfil psicológico, sino una combinación de todo”. En el prólogo Lesy lo define “más como un ejercicio de alquimia que como un ejercicio de historia”. Los ingredientes de su alquimia son las fotos y textos que cuentan la manera en que capitalismo y calvinismo urdieron la vida rural en una red de sangre, incomunicación y muerte. Echa mano de ampliaciones de detalles. No enumera las páginas y el libro se parece a un álbum familiar –cifrado como todo lo que pasa en las familias–. Dicen que en vez de describir el sueño americano Lesy se empeña en describir su pesadilla. A lo mejor es porque sabe que Norteamérica es una mezcla de ambos. A WDT le siguieron otros libros. Dreamland cuenta, en 208 fotos del archivo de una compañía de tarjetas postales, cómo era un día en la vida de EE.UU. a principios del siglo XX. Rascacielos embrionarios, calles atestadas junto a caminos de tierra; la ciudad y los mineros y los cowboys. Los parecidos y las diferencias entre esa época y la actual hacen balance en la cabeza de quien se sienta a mirar Dreamland. La calma aparente de las fotos produce una inquietud que cobra peso si se las mira en detalle.
A WDT y Dreamland se sumaron otros libros –Real Life, Bearing Witness, Time Frames, Rescues– reveladores y a contramano del establishment. En The Forbidden Zone (La zona prohibida), Lesy habla con personas que tratan con la muerte en el trabajo. “Hay una zona prohibida en el mapa de la cultura norteamericana del siglo XX. Un lugar que todos conocen, pero al que nadie quiere entrar. Es la zona del Hades Americano. Todos sabemos que vamos a morir y así como tememos deseamos saber. Algunos para prepararnos; otros, para descubrir la manera, si no de evitarlo, de elegir, al menos, el lugar y el momento. Otros quieren conocerlo con la imaginación y volver como Lázaro a contarlo. Los best sellers aclamados por la crítica hablan de psicópatas asesinos; los programas de tele están llenos de crímenes, pero a cada muerte le sigue un comercial que, como antídoto, promete salud, felicidad y libertad. Gente que hace cola en los cines para pagar y ver espectáculos homicidas que les recuerdan que están vivos. Lo verdadero está oculto. Las fotos se cortan y las filmaciones se editan. Lo que aparece es sólo un atisbo fuera de contexto. Hoy, en vez de contemplar la muerte, miramos la violencia, en vez de contemplar la quietud, saltamos de una epifanía violenta a la que sigue. La muerte como parte real de la vida se ha convertido en algo tan raro que cuando pasa entre nosotros resuena como un aplauso en una sala vacía. Las ficciones que vivimos hambrean nuestros anhelos.” Lesy visita a un detective que le asegura que todos somos asesinos y también va a un frigorífico en donde, incitado por matarife y circunstancias, mata a un novillo. El hecho de que no le cueste nada lo asombra hasta pasmarlo –es que siempre se pensó como una víctima eventual pero nunca como un participante–.
WDT, Dreamland, The Forbidden Zone, Long Time Coming (donde las fotos sacadas por Walker Evans y Dorothea Lange para la Farm Security Administration recuerdan una lectura de Faulkner) son los pasos de Lesy en su carrera para contar la historia de EE.UU. desde una perspectiva diferente.
Lesy no se olvidó de la obra de Rizzuto. Entrevistó a sus parientes y vecinos para contar su biografía y se quedó con 98 fotos de las miles tomadas por Angelo. Sus colegas le decían que Rizzuto era un idiota y él era un charlatán. Estaba acostumbrado. “La mitad de la gente cree que soy un imbécil; la otra mitad piensa que camino sobre el agua, y nunca sé del todo bien con qué mitad estoy hablando.” Para él los medios de comunicación fallan en el intento de traer el pasado al presente, pero los archivos fotográficos “tienen un potencial ilimitado, son una cosa enorme, tan grande a su manera como el Parque Nacional Yellowstone”. Las fotos que contienen son memoria incuestionable, aunque a veces muestren cosas que no siempre quieren verse. “Son propiedad común de los ciudadanos de Estados Unidos. Nos pertenecen. Son nosotros.”
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