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Domingo, 5 de marzo de 2006

EL ROBO AL BANCO RíO Y LA PELíCULA CAPOTE

Detalles

El robo al Banco Río y la película Capote devuelven al centro de la escena ese pelito que tuerce la historia.

 Por María Moreno

A pesar de que un popular e inocente juego de atención titulado “el detalle que faltaba” le da a éste un rango mínimo con relación a un todo consistente y casi completo, la experiencia certifica que lo grande se pierde o se gana mejor por un pelito que por una gran causa o un método contundente. El llamado robo del siglo, con su apelación a los clásicos –el túnel y las armas– y la tecnología moderna –celulares y organización militar– falló por literales pelitos dejados en la excavación y por lo que la no escrita Biblia misógina denomina pelo de c...: una mujer celosa que no enarbola precisas argumentaciones éticas o respeto a la ley sino la hiriente razón de que el gavilán se vaya con otra y con la plata. Según el escritor y marinero Joseph Conrad, que se considera a sí mismo hombre de muchas conchas (¿?) y vieja escuela, el Titanic se hubiera salvado de ser el nombre de una tragedia del siglo XX si en el barco hubiera existido una puerta capaz de volverse hermética de arriba abajo en el pañol y con la presencia a bordo de uno o dos marineros no excitables y capaces de saltar e instalar un pallete, suerte de almohadón, hecho de entresijos de cabos gruesos –según una enigmática traducción al español– en las partes coalicionables. El proyecto de A sangre fría, libro cuya ética ahora es sangrada en el cine por la moralina de Bennett Miller, no cambió de objetivo –contar los efectos de un crimen múltiple en un pueblo de abstemios y domingo en misa– por el de fundar un género con el tema de criminales de a pie y un estado criminal, debido a una exhaustiva y corajuda investigación, realizada por Truman Capote o por el comisario Alvin Dewey, sino porque un delincuente en busca de dinero buchoneó que les había hablado a ocasionales compañeros de celda de la existencia de una caja fuerte en la casa de las víctimas. Grandes operativos guerrilleros se han malogrado por el alquiler de una camioneta que tose y se para en plena estampida. Del mismo modo es, a menudo, un detalle el que permite a un prisionero fugarse con sólo clavar un índice rígido en la espalda de un policía o salir caminando según la estrategia de la carta robada –en un cuento de Poe, una carta robada no se encuentra escondida sino en el guardacartas del ladrón– cuya aplicación simple es hacer lo que precisamente es impensable que uno haga. La fuga de la cárcel de Trelew, que terminó con el asesinato de 16 combatientes de las principales organizaciones armadas el 22 de agosto de 1972, había sido planeada para 120 detenidos. La aparición de sólo uno de los vehículos destinados a rescatarlos, la dificultad de conseguir taxis a determinada hora, la continuación del vuelo de un avión de Aerolíneas que, alertado por las señales de la torre del aeropuerto, continuó viaje hacia Viedma, fueron los detalles que frustraron una fuga largamente organizada. La masacre fue más precisa, más inexorable, pero falló también por un detalle no menor, la existencia de sobrevivientes: María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar. Aun disparando desde varias armas y apuntando a las zonas vitales se puede, por un pelito, dejar testigos vivos.

En las cárceles de la dictadura, el periscopio, un trozo de papel espejado y sujeto a una pajita de escoba que se podía sacar por la puerta de la celda, podía invertir el panóptico y vigilar los pasos de los guardias. El detalle excesivo en los relatos de los sobrevivientes de los campos de concentración no busca la verosimilitud ante el juez que permita el castigo a los culpables sino que suele ser el registro de las extrañas operaciones de la memoria que Freud describió tan duraderamente en su trabajo sobre los recuerdos encubridores. Los detalles suelen ser lo único que el recuerdo trae una y otra vez, mientras la escena del suplicio suele permanecer reacia al signo. Antes de la inminente ida al quirófano para una sesión de tortura, una sobreviviente recuerda que no se afeitó las piernas, otra se preocupa por tener la menstruación; y una tercera, luego de tomarse la pastilla de cianuro, teme vomitar frente a su torturador. Recuerdos encubridores o ficciones salvadoras de aquel tiempo presente. El detalle no tiene ideología, ni es en sí benéfico o catastrófico, pero tiene la pequeñez del lapsus, del acto fallido, armas minimalistas del deseo que no se pierde en detalles para imponer su fuerza, sólo que los deseos son muchos aun en el mismo sujeto. Por eso se puede decir que los políticos que prometen y no cumplen, no siempre son mentirosos, que los ideales más altruistas pueden provocar desastres y que, tanto para los psicoanalistas como para los ciudadanos, los logros o desaciertos de la política sólo pueden verse a posteriori. Esto no significa que no hay que tener planes, nombre vulgar de las tácticas y estrategias, sino que hay que considerar a éstos, al revés de la Justicia democrática, culpables hasta que demuestren lo contrario.

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