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Domingo, 5 de marzo de 2006

TARAS > NOCHE DE OSCARS

El juego de las estatuillas

Hoy a la noche es noche de Oscars, alfombras rojas, vestidos de torta, joyas prestadas, peinados raros y fiestas que no veremos. Casi todo indica que será la misma ceremonia de siempre. Casi todo. La esperanza de evitar el sopor está puesta en el debut del presentador Jon Stewart, en la posibilidad de una noche gay y en el extrañísimo hecho de que las cinco películas nominadas a los premios gordos no recaudaron, todas juntas, lo que levantó en las últimas vacaciones Madagascar.

 Por Rodrigo Fresán

Una cosa es jugar a las estatuas (todos duros, inmóviles, frente al televisor súbitamente poseído y oscarizado) y otro es jugar a las estatuillas: todos moviéndose y caminando por la alfombra roja y aplaudiendo con mayor o menor felicidad y llegar corriendo hasta el escenario y gesticular mucho y romper en llanto y agradecer a “Mommydaddyacademygod” (o quedarte sentadito con cara de a mí qué me importa, yo soy ateo, yo no creo en Mommydaddyacademygod porque acabo de perder) y después salir a toda velocidad del Kodak Theatre y treparse a una limousina y llegar a lo grande o intentar colarse a alguna de las fiestas y farras de los alrededores.

Sí, hoy a la noche tendrá lugar la entrega número 78 de los premios de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood y ya son varios años seguidos –pero no tantos; aunque cada año de Oscar equivale a cinco años humanos– los que yo me siento a escribir sobre el reparto de trofeos prometiéndome, en vano, que no volveré a caer en la trampa, que hay cosas mejores a las que dedicar una noche de este tan frío y tan largo invierno boreal. Pero aun así y otra vez...

ALFOMBRA ...aquí estoy preparándome para la madrugada del lunes. A saber: ya me leí hasta el último aviso de la Hollywood Special Edition que todos los febreros saca Vanity Fair, sintonizo desde hace una semana un par de veces al día E! Entertainment para estar al tanto de las novedades de último momento (en una de esas pasadas me crucé con la emisión de Desde el Actor’s Studio dedicada a Robin Williams y no he podido dormir muy bien desde entonces) y ya me imprimí el file con todas las categorías y sus respectivas nominaciones. Sólo queda poner el agua para el café muy cargado (aunque es posible que luego de Robin Williams no me haga falta) y que sea lo que Mommy-daddygod quiera.

CAMARAS Mientras tanto y hasta entonces, algunas consideraciones y/o teorías conspirativas que hacen un poco más atractiva de lo normal la gala que se viene.

Para empezar ha sido un año malo de buenos films. Me explico: todas las candidatas a Mejor Película (con la excepción de Crash, ese mal refrito de la magnífica y muy ignorada en su momento Magnolia de Paul Thomas Anderson) son obras de mérito y no de las que mueren y matan por seducir al “gran público”. Pero, atención, ni Brokeback Mountain, Capote, Munich o Buenas noches, y buena suerte son lo que se dice blockbusters y la recaudación de todas juntas no alcanza a superar la de Madagascar y, por separado, ninguna ha conseguido juntar más dinero que el documental también candidateado La marcha de los pingüinos. Lo que significa que –a pesar de tanta pompa y circunstancia– hay poco que festejar y todo parece indicar que los spin-doctors de Hollywood no han hecho bien los deberes, no consiguieron convencer a la audiencia de que es posible un cine comercial sin explosiones o sables de luz o, sencillamente, tal vez lo que pasa es que ya a nadie le importa lo que suceda en las salas multiplex con pantallas cada vez más chicas porque el verdadero negocio pasa por el DVD y los livings con pantallas cada vez más grandes. Para decirlo de otro modo: los académicos han decidido mirar para otro lado o tal vez hacer justicia y así ninguna de las diez películas más taquilleras del 2005 pelea por algún Oscar de los buenos. Y abundan los nominados por primera vez. Y casi no figuran los grandes estudios. Y brilla por su ausencia el gran espectáculo de millones de dólares invertidos y más millones de dólares recaudados: nada de Titanic o Señor de los anillos y, ya saben, King Kong y Peter Jackson se cayeron desde las alturas del rascacielos hasta los sótanos de las categorías técnicas.

Tal vez por eso, ésta es la competencia más “cerrada” desde 1981 cuando fue la última vez en que las categorías de Mejor Película y Mejor Director agrupaban a las mismas cinco películas. En resumen: será la entrega de Oscars más alienada y/o exquisita de todos los tiempos.

En otro orden de cosas, esta vez no tenemos películas con enfermitos pero abundan las de sexualidades alternativas (Brokeback Mountain, Capote, Transamerica) y las “politizadas” (Munich, Syriana, la insoportable Crash y Buenas noches, y buena suerte).

Y el verdadero gran duelo se libra en las películas de animación donde tres potencias mundiales se saludan y se abofetean: el oriental Hayao Miyazaki con El increíble castillo vagabundo, el norteamericano Tim Burton con La novia cadáver y el británico Nick Park con Wallace & Gromit: la batalla de los vegetales.

Y todavía no repuesto de que Bill Murray no haya sido candidateado por Broken Flowers, a la hora de las simpatías personales –porque de eso se trata y de eso tratan los Oscars, de literalmente proyectar y de proyectarse en vencedores y vencidos– a mí me gustaría que George Clooney gane todo lo que tiene para ganar porque es lo más inteligentemente hollywoodense que le ha sucedido a Hollywood en años. De fallar Clooney, dárselos a Steven Spielberg (porque sigue siendo el mejor a la hora de filmar y de eso se trata, ¿no?), a William Hurt o al guión de Match Point o al de The Squid and the Whale.

Y que el inmenso Philip Seymour Hoffman gane por su Capote (porque nadie habría gozado más al recibir un Oscar que Truman).

Y si se cumplen los pronósticos –con Brokeback Mountain ganando Mejor Película y Hoffman & Huffman como Mejor Actor y Mejor Actriz respectivamente–, bueno, entonces tendríamos la noche más gay en toda la historia de los premios.

Y el resto que se los repartan equitativamente y sin pelearse, que hay para todos.

INACCION Fue San Francisco Scott Fitzgerald –muerto por nuestros pecados– quien, justo antes de quebrarse por última vez, en sus notas para la inconclusa El último magnate, inauguró el concepto de Hollywood como casa embrujada. Y, como en tantas otras cosas, Fitzgerald tenía razón y así no está mal mirar los Oscars con cara de médium insomne y como si se tratara de un tan masturbatorio baile de fantasmas en el que los espectros salen a festejar y a festejarse una vez al año. Una especie de sueño despierto. Una alucinación de opio y video. Una plácida tortura digna de Morel o de Marienbad donde las épocas se confunden y el espacio se diluye y en alguna dimensión alternativa todas las noches del año –menos nuestra noche– se entregan los Oscars y los protagonistas se van deteriorando y no pueden salir de allí adentro y se van matando entre ellos a golpe de estatuilla como en un Gran Hermano de luxe sin premio ni retorno y... ya ven: escribir sobre los Oscars –sobre la inminencia de los Oscars; muy otro será el “tono” a la hora de comentar el after-hours del asunto– lo pone a uno raro y delirante como hace doce meses y como dentro de doce meses.

Y, de acuerdo, está la novedad de Jon Stewart como maestro de ceremonias; pero me arriesgo a predecir que lo suyo será un poco mejor que ese desilusionante David Letterman de hace unas temporadas pero jamás alcanzará las alturas de Billy Crystal. Lo que importa es que Robin Williams no estará al frente de la velada (su participación del año pasado, una canción risqué sobre dibujos animados, fue censurada por todos los motivos incorrectos; pero yo feliz de no haber tenido que verlo cantarla y por una vez aplaudo al reaccionario que lo sacó del aire), aunque me temo que cualquier marzo de éstos a alguien se le ocurrirá que Robin ya está a punto y seguro que él tiene tantas ganas desde hace tanto y...Cruzando los dedos para que eso jamás ocurra –o que por lo menos yo ya no tenga que escribir sobre eso– apunto aquí, a modo de despedida, dos frases y dichos de Truman Capote:

“Cuanto mejor es el actor más estúpido es” y “Ha sido demostrado científicamente que si te quedas en California pierdes un punto de tu coeficiente intelectual al año”.

Hora de dejarlos, hora de partir entonces.

Hasta el año que viene, y que Mommydaddyacademygod los acompañe.

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