Domingo, 12 de noviembre de 2006 | Hoy
LEóN FERRARI > MUNDOS SIN DIOS
En el 2004, una retrospectiva de su obra en el Centro Cultural Recoleta lo hizo objeto de una polémica feroz con grupos conservadores y religiosos, de demostraciones de repudio desmedidas y apoyo incondicional, y de una andanada de acusaciones, amenazas y clausuras. El año pasado, organizó una nueva muestra, alejado de su enfrentamiento con el dogma cristiano, en la que abordaba la guerra en Medio Oriente. Ahora, vuelve a explorar la intimidad con un puñado de esculturas en poliuretano en los que propone mundos posibles sin dios.
Por Cecilia Sosa
Hay algo simple y juguetón en la nueva obra de León Ferrari. Un despliegue de mundos posibles, orgánicos, mágicos, de un único color: blancos, negros, verdes, azules o rojos. Poblados de pequeñísimas lauchas, impecables hombrecitos de blanco frac o personitas vestidas de colores, como a punto de emprender un viaje. Mundos desiertos o apenas perturbados por ínfimos bancos de plaza sin nadie que quiera acomodarse. O postes de luz. O árboles. O loros. O huesos. Y hasta otro mundo de más malignas ratitas y un plácido gato de peluche reposando en lo alto que tal vez espere para dar el zarpazo.
Es curioso. El artista que con la muestra de su obra retrospectiva mantuvo a un país en vilo; que despertó injurias, obras destrozadas y apasionadas y sofisticadas muestras de solidaridad; el artista que sacudió la abulia de diciembre de 2004 con clausuras, cierres y reaperturas; que inspiró uno de los debates más fuertes en torno de los límites del arte y de su relación con el Estado que se haya dado jamás; el artista censurado, acusado de provocador, anatemita, blasfemo, profanador de mitos, sospechado de profesar cultos inconfesables; el artista que aún hoy sigue levantando desaires en un apacible festival canadiense donde se expuso el video del escándalo; el mismo artista muestra ahora su faceta más lúdica y hasta aniñada.
Después del escándalo, León parece haber querido mantenerse lejos de las frías salas legisladas por la cultura oficial. Ya a medidados de 2005, eligió la Galería Braga Menéndez para su muestra “Plumas y brillos”. Y ahora optó por la calidez joven y alternativa de Sonoridad Amarilla, una hermosa y barroca casa en alto en el vanidoso Palermo Hollywood.
Todas sus obras están hechas con Poliuretano y así se llama la muestra. Un material que León descubrió por azar y que lo llevó a experimentar con el placer y la entrega de un chico. “Se usa para tapar grietas en los caños. Viene en unos pomos grandes de un kilo. Sale y se infla y tiene estas formas increíbles”, dice. Formas orgánicas, algo gomosas, como tubérculos retorcidos que se organizan sobre una estructura de alambre anudado que a veces se deja espiar.
“No sé cómo lo descubrí. ¡Pero por suerte! Me abrió un montón de posibilidades. Cuando pasa un rato se inflan más. Estos parecen soretes, ¿no?”, dice señalando un enorme mundo marrón.
Parece. No da ganas de tocar.
León Ferrari recorre contento la habitación blanca de Sonoridad Amarilla, acaso el espacio ideal para alojar su nueva muestra. “No hay orden, son todos trabajos hechos durante este año”, dice. Le gusta cómo fue dispuesto todo por Javier Ríos y Livia Basimiani, los jóvenes artistas dueños del lugar: la pared blanca, los tapetes que sostienen las obras, los mundos colgantes que giran agitados por el viento, todo un poco atiborrado, sin mucha solemnidad. Incluso la gata de la casa que no se resiste a las pequeñas lauchas que se esconden en los pliegues de su obra.
¿Cómo llamar a esos múltiples mundos? ¿Instalaciones?, ¿esculturas?, ¿sueños?, ¿pesadillas?, ¿mundos sin dios? “A mí me gusta llamarlos ‘cosas’, como decía el artista argentino Rubén Santantonín.”
En total son 10 “cosas” hechas con poliuretano. A León le gusta especialmente la “cosa” blanca que ocupa el centro de la sala con sus miniaturas de arbolitos insertados en sus hendiduras y recovecos. También la “cosa” roja plagada de lauchas, la primera. “Esas no están a la venta”, sonríe.
Sobre las paredes cuelgan los “chorrea-
dos”, dibujos en blanco y negro que su-
gieren juegos extraños sobre el papel. “Empecé con una pintura que se chorreó y dije ‘vamos a ver qué pasa’ y me gustó. Pensé en ponerle unos escritos pero no quería mezclar”, dice.
Pero León no pudo con su genio y un poco mezcló. Fuera de la sala, en el candoroso hall de entrada con sillones y paredes y rincones repletos de obras de los artistas más jóvenes y modernos, quedaron unos pocos cuadros hechos en relieve con brillantina. “Son palabras de santos sobre el infierno. Dicen unas cosas espantosas”, cuenta. Ahora, los santos conviven con una multitud de coloridos acrílicos, cajas de vidrio y hasta una instalación con muñecos de Viaje a las estrellas, que León contempla con deleite. Le brillan los ojos. Tiene un nuevo taller con jardín donde puede hacer trabajos más grandes, una mujer adorable que lo acompaña siempre, seis nietas y un nieto, dos bisnietos y otro por venir. Tiene 86 años y es feliz.
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