Domingo, 12 de noviembre de 2006 | Hoy
CINE > CHICHA TU MADRE: LIMA, TAXI Y TAROT
Dispuesto a mostrar la Lima más negada por la cultura peruana, Gianfranco Quattrini dejó su rol de director de videoclips en Argentina (Spinetta, Divididos, Catupecu, Vicentico) y volvió a Perú para filmar Chicha tu madre, un retrato de una ciudad y una época marcadas a fuego por los años de Fujimori. Sin bajadas de línea, la película sobre un taxi manejado por un aficionado al Tarot ya es un éxito allá y ahora llega a Buenos Aires.
Por Mariano Kairuz
Gianfranco Quattrini pasó parte de su vida tironeado entre distintas identidades y nacionalidades, y su primer largometraje finalmente nacería, dice, de ese tironeo. Hijo de un abogado suizo y una psicóloga y asistente vocacional peruana, nació hace 34 años en el país de su madre, pasó su infancia en Chicago y los veranos de esa niñez en playas peruanas en las que él era el primo “gringo”; para, años después, pasar a ser en Argentina, por largo tiempo, “el peruano”. “Y mi escudo era decir que era suizo, porque tenía ese pasaporte”, dice. La primera vez que el suizo-peruano-gringo pasó una temporada larga de corrido en el país en que nació fue en 2002, en plena crisis argentina, tras estudiar en la Universidad del Cine porteña y dirigir cerca de 80 videoclips (de Spinetta, de Catupecu Machu, de Divididos; Vicentico boxeando y blandiendo un sable oriental en “Algo contigo”). Hacia allá se fue, explica, cuando la producción de clips había menguado por razones presupuestarias, pero antes que nada con el plan de “cerrar un capítulo de mi vida”. Y de allá volvió con Chicha tu madre, una película peruano-argentina.
Chicha tu madre se originó en un par de experiencias y anécdotas que Quattrini recogió en poco más de un año, el tiempo que pasó “deambulando” por Lima. Su película está protagonizada por un taxista aficionado al Tarot, pero no se trata de una operación pop ni posmoderna ni de pura bizarría, sino que, dice, si uno quiere encontrarse con una buena historia en Lima, lo mejor que puede hacer es tomarse un taxi. “Los taxis funcionan así como se ve en la película. Uno regatea el precio, no hay ningún sistema de regulación. Lo que pasó fue que Fujimori echó a un montón de gente del Estado y desreguló el transporte. Así que le ponías un cartelito al auto, y listo. De hecho, empezó a haber mucha gente que laburaba en la oficina y a la tarde era chofer. Además hay una relación con el taxista diferente: allá, lo normal es sentarse adelante y viajar conversando con el tipo, una interacción a la par. Y como todos los taxistas tenían otro universo alrededor de ellos aparte del taxi, yo tomaba apuntes de cosas que me iban contando”.
El Tarot ingresó en el guión no como un mero ornamento para el personaje sino reestructurando toda la narración. Durante un casting, se le presentó un hombre que declaró que no era actor, pero que podía, ya que estaban, leerle las cartas a todo el equipo. Y no con cualquier mazo, sino con el del satanista inglés Aleister Crowley. El hombre, dice Quattrini, encarnaba una “contradicción” que fue clave para crear a su protagonista: “Tenía una gran confianza en su oficio y a la vez parecía vivir una vida a la deriva; tiene un soporte espiritual y a la vez está obligado a ser práctico”. La circularidad “tarótica” terminó de darle forma al guión, pero a pesar de su insistencia en hablar sobre el destino (y sobre el destino latinoamericano), y así como recorre ambientes populares sin pretender echar una mirada “iluminadora” sobre la pobreza ni mucho menos, Chicha... no es una historia de ribetes trágicos, sino que cuenta una anécdota pequeña sobre algunos personajes a la deriva. “No hay clímax ni grandes transformaciones”, dice Quattrini. “Hay una conciencia de estar estancado, y estar estancado en el tarot es la carta del colgado. La que sigue es la de la muerte, cuando uno deja atrás algo. Puede ser un cambio tibio y que nada cambie realmente y uno vuelve a caer en el colgado.” Estos destinos circulares penden no sólo sobre el protagonista sino también sobre los personajes secundarios de Chicha...: argentinos que se instalan en Lima, limeños que se vienen a la Argentina. “El que vive acá sabe a dónde está viniendo el peruano, pero el que viene tiene otra ilusión. Hay unos 800 mil peruanos en la Argentina. Y hay un montón de argentinos en todo Perú. El argentino en Perú es como el personaje del DT en la película (Jean-Pierre Reguerraz), que parece recargado en su actuación, pero es así. En Lima yo vivía cerca de los bingos, y me los encontraba a Costas o al Patón Bauza, con mocasines sin medias, la camisa abierta y un medallón, jugando al black jack. Hay un arquetipo que el entorno le impone a uno cuando viaja; y el argentino va de canchero.”
Chicha tu madre fue un éxito en Perú, donde la vieron 160 mil espectadores, reafirmando el tipo de “comunicación popular” con la que Quattrini y la producción decidieron encararla y estrenarla. Decisiones tales como poner en el protagónico al actor de telenovelas (Jesús Aranda) o a vedettes como Tula Rodríguez y Karen Dejo. Ahí están, dice Quattrini y despliega los ejemplares que lo prueban, las primeras planas de diarios limeños que, bajo algún titular catastrófico que alerta sobre el virus que diezmará a la humanidad, se regodean en historias inventadas sobre las estrellas de la película. “Lima tiene un segmento de clase alta muy pequeño, con su núcleo de clase media alrededor y el resto es como otro país. Ese otro país es el que me interesaba contar”, explica el director. “A ese país se lo niega: decir que algo es ‘chicha’ es decir que es trucho, de mal gusto. La chicha es una bebida a base de maíz morado con limón, que toma todo el mundo. Pero por otro lado la cultura chicha es la cultura popular, efervescente, viva. Decir chicha tu madre es como decir la concha de tu madre; chicha también sos vos.”
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