Domingo, 1 de agosto de 2010 | Hoy
MúSICA > JACK WHITE, EL NUEVO REY DEL ROCK
Ya sólo con lo que había hecho con White Stripes, merecía un lugar de privilegio en la música: vistió de vanguardia el rescate del blues de hace cien años y convirtió al dúo con su ex esposa en el sonido más poderoso y nuevo de la década. Pero no conforme con eso, se mudó a Nashville, donde montó un sello, produce y trabaja con grandes mujeres como Loretta Lynn y Wanda Jackson, y ya lidera dos bandas más. El DVD y disco con la última gira de White Stripes, el disco nuevo de su banda The Dead Weather, el disco que le produjo a su nueva mujer Karen Elson, y el documental A todo volumen, donde comparte cartel con Jimmy Page y The Edge, sirven de excusa para recorrer el mito que Jack White forjó a los 34 años.
Por Mariana Enriquez
En estos últimos meses resulta imposible escapar de Jack White. Protagoniza el documental It Might Get Loud (A todo volumen) de Davis Guggenheim, donde explora la historia de la guitarra eléctrica –y su historia personal y musical– junto a The Edge y Jimmy Page. Hace poco, fue uno de los músicos invitados por Los Rolling Stones en Shine A Light, el documental-recital de Martin Scorsese; tocaba con ellos “Loving Cup”, una de las canciones más exquisitas de Exile On Main St.. También se acaba de editar Under Great White Northern Lights, el nuevo documental y el primer álbum en vivo de The White Stripes, la banda que lo hizo famoso: se trata de la gira que Meg y Jack hicieron por Canadá, posiblemente el poderoso punto final a una carrera extraordinaria. Y mientras White Stripes descansa –¿o ya no existe?–, Jack White edita el flamante segundo disco de su segunda banda paralela: Sea of Cowards de The Dead Weather (su primera banda paralela fue The Raconteurs, con la que grabó dos discos, Broken Boy Soldiers en 2005 y Consolers of The Lonely en 2008). Y produce The Ghost Who Walks, el primer álbum de la supermodelo Karen Elson, su esposa. Si parece mucho, y complicado, es porque lo es.
Ser un músico hiperactivo significa poco, porque la producción desenfrenada puede obedecer tanto a un talento desbordante como a la falta de filtro. Ser una estrella de rock es más difícil que en otras épocas, pero en tiempos de escasez de carisma hace falta poco para lograrlo. Jack White es prolífico y es una estrella de rock, pero es relevante y el único músico del nuevo milenio con destino de leyenda porque condensa los aspectos necesarios para elevarse por encima de la media en esta era: su amor por el blues es apasionado, académico y honesto pero su personaje público (sus personajes, los va cambiando sutilmente) es una construcción distante y elaborada. Dandy y bluesman, hermano desequilibrado de Johnny Depp, músico aplicado e improvisador compulsivo, Jack White sabe cómo y por dónde moverse; sabe cuándo mentir, cuándo diseminarse, cómo parecer inescapable. Nunca le interesó el segundo plano. En 1997, cuando formó White Stripes con su entonces esposa Meg White, decidió darle al grupo un concepto que lo distinguiera de otros grupos de blues blanco. “Crecí en los ‘90, en los tiempos del grunge, cuando si no subías a un escenario con jeans y remera no eras ‘de verdad’ –decía en una entrevista para The Guardian–. Me parecía ridículo. Con White Stripes queríamos engañar a la gente con este concepto –este vestirnos en tres colores, el minimalismo, los videos de Michel Gondry– para que no se diera cuenta de que estábamos tocando blues. No queríamos aparecer como chicos blancos que intentaban tocar música negra de hace 100 años. Entonces para distraerlos nos vestimos de rojo, blanco y negro.” Aspirando a lo clásico, fue el más moderno de todos: el gesto vanguardista para encubrir el tradicionalismo fue una jugada tan inteligente que hubo muchos embaucados, muchos que compraron el disco y se sorprendieron cuando encontraron detrás de las simetrías una música mínima y bestial.
La otra parte de la operación White Stripes consistió en afirmar que los integrantes del grupo eran hermanos, cuando en realidad fueron pareja hasta que se divorciaron, en 2000. Le decía Jack White a David Fricke en una entrevista a Rolling Stone: “Hace poco leí una reseña de nuestro disco que decía ‘cada componente de White Stripes es una mentira’. ¿Qué quiere decir eso? ¿Acaso me senté y dije que nací en Mississippi? No. ¿Dije que nací en una plantación y me enseñó a tocar la guitarra un ciego? Nunca dije algo así. Sólo decidimos presentarnos como hermanos. ¿Cómo nos hubiera percibido la gente si decíamos la verdad? Con una banda de hermanos importa mucho más la música que la pareja, nadie especula sobre si están tratando de salvar la relación componiendo canciones, por ejemplo. Nuestra presentación es algo calculado: la música es espontaneidad. Quería jugar con esa dicotomía. Me parece importante aportar un elemento de ficción”.
Meg White fue algo más que su ex esposa y baterista: fue su musa. Especialmente desde el extraordinario Elephant (2003), pasando por Get Behind Me Satan (2005) e Icky Thump (2007) escribió ¿para ella y gracias a ella? muchas de las más extrañas canciones de amor alguna vez grabadas. Al final de Under Great White Northern Lights, el documental, Jack y Meg están sentados al piano, y él canta y toca para ella “White Moon”, una balada muy hermosa de Get Behind Me Satan. Ella se pone a llorar, y no es un llanto tibio: se vuelve inconsolable y él debe abrazarla, acariciarla. Meg White, que apenas habla o muestra emociones, se desmorona ante una sencilla, bella canción. Meses después, la gira de White Stripes por Estados Unidos se canceló porque ella no podía manejar su ansiedad. Desde entonces no hubo más actividad de White Stripes. Pero Jack se siguió moviendo, y de a poco se fue transformando en algo más que la mitad de ese extraño dúo: se transformó en el pálido fuego capaz de salvar al rock’n’roll.
Jack White es el menor de diez hermanos, hijo de una familia católica de clase media baja del sur de Detroit. Creció en un barrio de inmigrantes mexicanos y escuchando la música de sus vecinos: tex mex, hip hop, rhythm & blues. “En mi barrio no era cool tocar un instrumento”, cuenta en el documental A todo volumen. El tocaba la batería –se convirtió en guitarrista casi por accidente, cuando su hermano le regaló una guitarra vieja encontrada en un galpón del Ejército de Salvación–. Estuvo a punto de ir al seminario en Wisconsin, pero acabó trabajando como aprendiz en una tapicería, y su jefe lo introdujo en el rock haciéndole escuchar The Cramps y Velvet Underground. Pero sus momentos iniciáticos fueron otros dos, muy diferenciados: el hallazgo de Funhouse de los Stooges en la basura y escuchar la canción “Grinnin’ In Your Face” de Son House, una figura seminal del blues del Delta que influyó en Robert Johnson y Muddy Waters. Allí mismo se hizo un estudioso del blues: “No conozco mucha gente de treinta años que haya investigado tanto como Jack –dijo alguna vez T Bone Burnett–. Es la única persona de su edad que puede hacer un cover creíble de Blind Willie McTell.” Jack White sigue el camino de Bob Dylan: el interés por el linaje, el cancionero popular norteamericano como un río perpetuo. “Tengo tres padres: el biológico, Dios y Bob Dylan –explicaba en Rolling Stone–. Nadie acusó a Dylan de robarle a Woody Guthrie. Sabían que lo estaba abrazando, que quería ser parte de esa familia de compositores y músicos nómadas, esa familia que sigue transmitiendo canciones de generación en generación.” Sus rescates como productor van en ese sentido: en 2004 produjo Van Lear Rose, el regreso de la leyenda del country Loretta Lynn, un disco que ganó Grammies y críticas extasiadas. Y ahora mismo está terminando un álbum con Wanda Jackson, pionera absoluta del rockabilly, novia de Elvis, guitarrista, una de las mujeres injustamente olvidadas de la historia del rock. Para elegir qué canciones grabar con Wanda –que tiene 73 años– Jack White le pidió consejo a Bob Dylan: se conocen desde que The Raconteurs fue grupo soporte de Dylan en 2006. “Lo llamé para que me recomendara canciones, y me nombró un par muy interesantes. Pero la que resultó explosiva fue una de las suyas, ‘Thunder On The Mountain’. Cuando la probamos, fue impresionante.”
White se mueve entre el cielo y el suelo, en su propio excéntrico mundo. Allí arriba se codea con los Stones y Bob Dylan, y produce a grandes damas con su característica falta absoluta de machismo. Aquí abajo trabaja en su propio sello, Third Man Records, que si bien fue fundado en 2001 en Michigan recién se volvió grande cuando se mudó a Nashville junto con Jack –que dejó Detroit para instalarse con su familia en la capital del country en 2006–. Lo más importante que hace Third Man es editar discos en vinilo. Hace algunas ediciones en CD o lanzamientos por iTunes, pero el propósito principal es revivir el vinilo –la planta compresora queda cerca del edificio principal del sello–. El complejo de Third Man en Nashville se completa con un estudio de grabación, una sala de conciertos, una disquería y hasta una oficina para que los artistas del sello den entrevistas. Third Man Records editó discos de White Stripes, Raconteurs y Dead Weather pero también discos spoken word de un amigo de la casa, Conan O’Brien.
Desde el principio de su carrera y hasta hoy con Sea of Cowards, el recién editado segundo disco de Dead Weather (el primero, Horehound, salió hace menos de un año), Jack White milita en una contienda personal contra la tecnología que por extensa e inclaudicable lo dejó casi completamente solo y, por lo tanto, a la vanguardia (estando, paradójicamente, en la retaguardia: uno de sus movimientos típicos). “No quiero ser un esclavo de la modernidad –decía White en una reciente entrevista para The Guardian–-. Soy uno de los pocos músicos con cierta fama que todavía graban en cinta analógica. No tengo ni celular. Quiero ser parte del resurgimiento de cosas que sean tangibles, hermosas y con alma, no quiero rendirme a la era digital. Pero cuando le hablo a la gente de esto, me dicen ‘sé de lo que hablás’ mientras contestan un mensaje de texto. En general, la onda que percibo es ‘dejá de molestarnos, esto es el progreso’.” Pero White está en desacuerdo y cuando puede lo dice. En A todo volumen es de lo primero que se le escucha: “La tecnología es destructora de la emoción y la verdad. No ayuda a la creatividad. Hace las cosas más fáciles, pero eso es todo”.
A la negativa de usar tecnología le agrega una ética de trabajo que prefiere las limitaciones: en White Stripes no usaba lista de temas (“La gente sabe si estás haciendo el mismo chiste que la noche anterior y entre las mismas canciones: lo huelen”) y prefería deadlines para terminar los discos muy estrechas: “Tener tiempo mata la creatividad –dice en Under Great White Northern Lights–. Hay que forzarse a hacer las cosas, contratar un estudio por sólo tres o cuatro días. La inspiración no llega todos los días, no siempre se abren los cielos y baja un rayo y se escribe la canción. Hay que trabajar. Y muchas veces el mejor trabajo se logra con restricciones.”
Con Raconteurs, donde canta y toca la guitarra, la banda donde se permite el pop y el rock más apacible, y con Dead Weather, su banda de rock bestial, de blues salvaje y duro –donde toca la batería porque la voz está a cargo de Alisson Mosshart, la cantante de The Kills– es más flexible en cuanto a la disciplina pero permanece férreo en su negativa a usar recursos digitales. Los compañeros de grupo acceden: todos tienen muy claro a quién le pertenecen estos proyectos.
Entre tanta disciplina, la producción del disco debut de Karen Elson parece haber sido un trabajo más placentero. El no habla mucho del tema: en general, Jack White no les roba el primer plano a las mujeres con las que trabaja, y no hay muchos rockeros jóvenes que hayan trabajado tanto y tan bien con mujeres (a la lista de mencionadas hay que agregar a Alicia Keys: escribieron juntos “Another Way To Die”, la canción principal de Quantum of Solace). Elson es una de las modelos más famosas del mundo: inglesa, nacida en Oldham, de clase obrera, pelirroja, pálida, con sus cejas depiladas y una belleza de ultratumba, antes de conocer a White fue parte de la Citizens Band durante siete años, una suerte de cabaret neoyorquino donde ella cantaba canciones de Leonard Cohen, Tom Waits, Richard Farina y Kurt Weill. Conoció a Jack en el video de “Blue Orchid” de White Stripes y ya tienen dos hijos, Scarlett y Henry Lee. El disco The Ghost Who Walks es una especie de cuentos de hada gótico, una cruza de sonidos de cabaret y fascinación por la mitología de los años de la Gran Depresión, con su dust bowl, sus hobos, su música country. Las 11 canciones son de Elson: ella dice que le tomó todo este tiempo –tiene 31 años– decidirse a grabar sus composiciones por el miedo lógico a ser desestimada como otra modelo más que quiere cantar. “Ahora –dice–, sigo teniendo miedo. Sé que me van a preguntar si las canciones son de Jack, sé que van a pensar que este disco nunca se hubiera editado si él no fuera mi esposo; a veces me pregunto para qué me metí en esto. Tengo confianza pero también miedo a que se rían de mí. No puedo, sin embargo, dejar que eso me detenga.” Fue White el que insistió, y la encerró en un estudio con, entre otros, Jackson Smith, ahora guitarrista de la banda de Elson, flamante esposo de Meg White e hijo de Patti y Fred “Sonic” Smith: otro príncipe de Detroit. “Muchos periodistas me preguntaron si no me ponía nerviosa grabar con Jack. Pero a mi él no me intimida. Es mi esposo, tenemos dos hijos. Es una influencia pero no de las más importantes... Mis influencias más básicas ahora son Nick Cave, Willa Cather, Peggy Lee.” El título del disco es su apodo de adolescente, “el fantasma que camina”; las canciones están llenas de brujería como “Garden” –una hermosa canción country–, de lunas de verano como “Lunasa”, casi una murder ballad, y de pianos trémulos como “100 Years From Now”. “Grabamos muy rápido, porque todos los equipos de Jack son análogos y no hay tiempo de corregir nada que suena mal, hay que hacerlo. Y es lo que necesitaba porque, con mis inseguridades, la verdad es que lo último que necesitaba eran trucos tecnológicos. Me hubiera sentido falsa, procesada.”
Karen Elson está de gira presentando The Ghost That Walks pero Jack White no la acompaña en la batería, instrumento que toca en su banda, que también está de gira, The Dead Weather. En este momento, con tanto trabajo en acción y en espera, y con la posibilidad cierta de que White Stripes haya quedado congelado para siempre, Jack White es el rockero joven más importante de la escena, el único que a los 34 años ya puede posar de clásico. Y sólo falta un empujón para que su estrella se convierta en el centro de un sistema solar.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.