Domingo, 26 de septiembre de 2010 | Hoy
DIBUJO > KOVENSKY EN EL RECOLETA
Pionero del collage expresionista para ilustrar la realidad en los medios argentinos (El Porteño, Página/30), Martín Kovensky lleva siempre una o dos (o tres) vidas aparte de su trabajo. Y con la muestra *0800 Kovensky - El dibujo responde, esas vidas se encuentran en las paredes del Recoleta: sus dibujos hechos de recuerdos y memorias, sus dibujos como profesor en un taller poniendo a prueba sus teorías didácticas, sus trabajos como ilustrador de La Nación, el mural que ocupa todo un lado de la sala, sus retratos del país y del mundo. Después de años sin exponer tanto trabajo junto, Kovensky habla de las mil formas que adopta su trazo para atrapar el presente en su viaje hacia el futuro.
Por Angel Berlanga
El mundo puede estar hecho de goma, con unas lucecitas que brillan en las capitales y un cablerío que las mantiene interconectadas y acaba en un simple tomacorriente. Y también puede, el mundo, verse marcado por los recorridos antiquísimos del hombre, como brotes vegetales. O dividirse en zonas mucho y zonas poco. O multiplicar zonas de poder, Argentina potencia, Borneo potencia, potencia europea, para componer “Humanidad impotente”. El mundo puede argentinizarse: continentes que en el último crack toman la forma de este país, que marcó el camino al abismo en 2001. Esa mirada hacia “el todo” tiene en *0800 Kovensky-El dibujo responde su contrapartida, su (des)equilibrio, en los recortes de distinto alcance que sobre las partes propone y muestra este artista nacido en Buenos Aires en 1958 y radicado desde hace cinco años en La Cumbre, Córdoba, ilustrador de diarios y revistas (El Porteño, Página/30, La Nación) desde que arrancó la democracia, tallerista docente a favor de la horizontalidad, autor de cinco libros, dibujante, que ahora aparece canturreando en la solitaria sala del Recoleta en la que está montada parte de su obra de la última década, sus distintas vertientes. Martín Kovensky parece algo cansado y lo confirma: lleva seis días en el montaje. Ayer nomás terminó, en la víspera de la inauguración, un mural que continúa la serie Es difícil unir los puntos: partes de la Argentina en las que se repiten banderas, vociferantes, mentirosos, víboras, escuelas dadas vuelta. “Hice un montón de muestras, pero me parece que como espacio y como conjunto de obra, esta es la más importante –dice–. Hay varios soportes y en todos hay cosas en común. Capaz que por neurótico y autoexigente, o porque no eran buenas del todo, en otras no pude disfrutar del todo. En ésta me da menos cosita invitar a la gente.”
Cosas que cambian, cosas que se conservan: Kovensky dice que sostiene una conexión fuerte con el pensamiento de la modernidad y por ende con sus técnicas, una atracción particular con el expresionismo, su relectura en los años ‘80: “Eso marca una estética atravesada por la mezcla entre el momento interno y lo que uno ve –dice–, un entusiasmo y una conexión con el relato, que en la posmodernidad se verá desplazado; yo, sin embargo, lo he conservado en mi obra personal y también en lo que está puesto en los medios, en la gráfica, donde la relación con el relato es más rotunda. También conservo con mucha fuerza el dibujo, y eso da un poco origen al nombre de la muestra. El dibujo, para mí, excede la técnica: es, también, una forma de pensar la plástica. Quizás antes los gestos y los tiempos para hacerlos eran rápidos, instantáneos, pero ahora incorporé tiempos más reflexivos, lentos. ¡Quizá porque estoy viejo y ya no soy veloz!”.
Se ríe. Cada tanto aparece un empleado del Recoleta, pregunta si todavía falta la barrida final y se va con la promesa de que pronto vendrá alguien. “Acá hay, básicamente, cuatro cosas –cataloga Kovensky–. Una serie que se llama ‘Biodiversidad’ y tiene que ver con un tema que me interesa mucho: la relación con las otras especies, qué momento vive la humanidad con su casa, con su planeta; de ahí que aparezcan esas espirales hacia atrás, casi como un adn de la vida. Hay una segunda serie que se llama ‘De memoria’ y son más bien observaciones internas, recuerdos, sueños, que pueden ser íntimos o colectivos: una visita de mi viejo a mi casa, una plaza, Chacarita. En un tercer registro, que se ve en una proyección, hay una síntesis de mi trabajo en los medios, interrumpido desde el año pasado por mi salida de La Nación: fue muy raro estar ahí; elegí 40 imágenes entre mil, y eso me mostró, además de un gran volumen de producción, que había cosas buenas y cosas que no. El cuarto registro ocupa aquella pared y proviene de la docencia, de mi concepción de la transmisión de conocimientos de dibujo. Lo que me encanta de esta muestra es que es muy reconocible un estilo, un lenguaje personal, y que las cuatro vertientes dialogan entre sí, no son compartimentos estancos. Y ésa era una apuesta.”
En aquella pared hay una treintena de ejercicios que provienen de consignas de los talleres de dibujo que viene dando desde 2001. “Una reflexión –dice– de cómo debería ser para mí la docencia, en el sentido de ser transmisora de actos creativos y no tanto de teorías sobre el arte. Después vendrá algo más tradicional, pero ya estará tocado por la ejercitación. Me interesa muchísimo esa idea de acción de conjunto, de horizontalidad, que no es un invento mío: una docencia blanda, que implique la duda. Por más que el docente tenga implícito un sitio de conocimiento, y que uno piensa que sabe cosas. Yo me he formado, más bien, en la tradición de transmisión vertical, y en los talleres todavía aparece la queja de que se reciben conocimientos fosilizados. Esta muestra también es importante para mí porque sostiene mi discurso como docente desde acá, desde lo que hago: creo que así se da una multiplicación más rica, más viral. Es un modo de escapar a eso que suele decirse: ‘El que sabe, hace, y el que no, enseña’. Que es a lo que llegamos. Es un tema que me apasiona, porque además vivimos en un país con un enorme déficit educativo.”
No hay rastros en esta muestra del uso de una técnica en la que Kovensky fue, en el país, pionero: collages que experimentaban con la llegada de lo digital e informático al mundo de la imagen, que utilizó sobre todo en Página/30 durante los ‘90. Allí y aquí mantiene, sin embargo, una discusión con lo redondeado, lo perfeccionado. Lo pasteurizado, dice él. De ahí los filos, las rebarbas, los brotes, los entreverados imposibles y las mutaciones que prosperan en sus cuadros. “Sí, tienen que ver con un corpus de conocimiento, intelectual, de lectura: de lo contrario sólo sería un efectismo pelotudo –dice–. Entiendo que el mundo está en un momento, como dice Zygmunt Bauman, líquido. Quizá en mi estética aparece una percepción o un intento de dar cuenta de eso. Mis dibujos incluyen una fuerte carga de pensamiento y política, de la cual cada día reniego menos, porque cada vez valoro más una visión general. En todo caso, es encantador encontrar que todos los soportes y situaciones parecen regidos por una poética que va más allá de lo que pienso. Con los años aprendí que lo más importante de una muestra es lo que uno saca para seguir produciendo. Ojo, entiendo que el hecho artístico se completa cuando otros reciben, y en ese sentido es fantástica, aunque la vean 20 personas. Y si la ven 2000, mejor.”
Mientras dibujo estoy a salvo: Esa es la escena que Kovensky recuerda de los doce, trece años, en su cuarto, sobre una mesita. Dibujar, asevera, le acotó su “destino neurótico”. Conserva algunos hechos por entonces, y a veces lucha con ellos, dice: “¡Porque son buenísimos! En el sentido de que tienen una libertad alucinante, sobre todo los más infantiles. También conservo la gracia, o la suerte, si se quiere, de sostener una mirada semejante. Dibujaba mucho la figura humana, pese a que no había estudiado nada. Diría que hasta jugó su papel esa pulsión sexual incontenible a esa edad: iba a un colegio de varones, el acceso al universo femenino me resultaba complejo. No sé, la escena es ésa: estar dibujando como si le diera un beso a una chica, como si pudiera hacer algo que me costaba. Es muy interesante como punto de partida, porque en realidad toda la vida hay cosas que no podemos hacer, o que nos cuesta, que tenemos que trabajar para lograrlas. Y fijate si esta idea, mejorada, no podría ser el centro de gravedad para las horas de plástica en los colegios, que suelen darse como una cosa anodina, lavada. Transmitir que todos llevamos un modo accesible de hacer algo. Hacer. Eso modifica la conciencia. Hasta la motricidad, diría. De la autoestima, seguro. Un poco el que hace, es. Y es muy verificable en el tiempo”. Por algo, agrega Kovensky, los dibujos de los niños en general son conmovedores: “La elaboración simbólica en la infancia es una maravilla –dice–. Estoy yo, y todos los yoes que somos, y puedo hacer algo con eso y devolverlo. Cuando el niño dibuja, entiende: eso es una clave. Hace eso antes de saber escribir. Y tengo entendido que siempre fue así, en la humanidad, a nivel antropológico: las representaciones gráficas antecedieron a la escritura”.
Pensamiento, visión general, política: en los trabajos de Kovensky –en el mural de la muestra mismo– hay un interés manifiesto por lo nacional. Ahí están las banderas. En 2002, plena crisis, publicó Limbo, su libro preferido. “Llegamos a un fondo, pero desde ahí hubo un renacimiento –dice–. Con las dificultades que en todo caso imponen las circunstancias del mundo, creo que la Argentina se abrió: esto de prender la tele y ver 30 mil chicos marchando por La Noche de los Lápices es fuerte. No hay que dejarles a la derecha o al nacionalismo los símbolos, porque también pueden generar una masa crítica, una identidad, un sentido. El mural ronda esa idea. Y también plantea los inconvenientes sobre cómo coño hacemos para que, dentro de los mecanismos democráticos, recursos y materiales se articulen a favor de las mayorías. El proceso político de los últimos años es testigo de esta dificultad.”
Kovensky destaca como gran mérito del gobierno actual haber torcido el rumbo neoliberal, el tándem siniestro Videla-Menem. Esa postura, y otras esbozadas en líneas anteriores, ¿cómo le jugaron para trabajar como ilustrador en La Nación? A mediados de los ‘90 se instaló por un par de años en San Marcos Sierra y cuando volvió no tenía trabajo: entró al diario como diagramador y luego pasó a ilustrar. “Ahí ya tuve que hablar con la psicóloga –dice–. Era otra cosa, de todas formas, durante el menemismo. ‘¿Vos pensás que vas a poder hacer lo que siempre hiciste?’, me preguntó un amigo. ‘Creo que sí’, dije. Y así estuve hasta que me echaron, o hasta que se dieron cuenta. Mi estética, creo, lleva la carga de mis ideas: eso fue, también, lo que no me permitió crecer dentro del diario. La cosa se complicó cuando empezó el kirchnerismo, a mí internamente y a ellos como imagen; yo quedé sintonizado, de algún modo, y ellos se corrieron muy a la derecha.” Le fue muy complicado ilustrar textos con los que estaba totalmente en desacuerdo: es ostensible, en muchos dibujos, la disidencia. “Los medios, más allá de su orientación, son a la vez espacios públicos, circulan a nivel masivo –plantea–. Desde ahí siempre me pareció interesante ocupar mi espacio, hasta que pudiera, sin traicionarme.” Con todo, Kovensky subraya que nunca lo censuraron, que alguna presión apareció recién al final y que el vínculo se disolvió con corrección. “Para mí también fue un alivio no seguir en esa situación ambivalente, aunque fue divertido y creativo mantener una mirada discordante con posiciones y manipulaciones que planteaban los mismos editorialistas”, concluye.
Entre los ejercicios docentes hay un autorretrato cuyos rasgos se asemejan a la figura central del mural. ¿Es él, ése? “Sí, podría asumir que tiene algo mío –dice–. Eso es lo maravilloso, quizá, de esto: uno no sabe del todo hasta que no hace. A mí me encanta ese territorio gris, de desconocimiento: cuando se da ese fenómeno es cuando las cosas suceden, son. Hace poco pinté un cuadro que no está acá, un mapa argentino con arterias y un corazón: sin darme cuenta hice una cosa muy tonta, lo puse en Córdoba, que es donde estoy viviendo. Todo el mundo me decía, allá: ‘Ah, parecés cordobés’. Porque ellos quieren ser el corazón del país, una cuestión que a mí no me es sustancial. Pero después descubrí qué había hecho y me atravesó. Eso es lindísimo, y por suerte me pasa seguido.”
*0800 Kovensky – El dibujo responde
Centro Cultural Recoleta - Sala C
Hasta el 10 de octubre.
Entrada libre y gratuita.
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