Domingo, 26 de septiembre de 2010 | Hoy
HOMENAJES > LA EXTRAORDINARIA VIDA DE JORGE PRELORáN, EL PADRE DEL DOCUMENTAL DE AUTOR
Para muchos es el padre del cine documental de autor. Su método respetuoso, íntimo y artesanal le permitió salir en busca de solitarios y retratarlos como nadie lo había hecho hasta entonces. Y a través de ellos, retrató mundos que las cámaras nunca habían enfocado. Lejos de buscar arquetipos o panorámicas culturales, llamaba sus películas “documentos humanos”. Hermógenes Cayo ya es parte de la historia del cine y fue nominado al Oscar por Luther Metke at 94. A un año y medio de su muerte, el documental Huella y memoria de Jorge Prelorán, dirigido por Fermín Rivera y filmado entre 2005 y 2009, lo pone en pantalla contando su vida y su obra.
Por Fernando Brenner
“Uno mira para atrás y siempre hay algunas cosas que hubiera hecho distintas. Estoy seguro de que todos tenemos eso. Pero en las grandes cosas no tengo algo importante de lo cual estoy arrepentido. Creo que todo el mundo, a la larga, está pensando: ‘¿Qué voy a dejar? Cuando me muera, ¿cuánta gente va a ir a velarme? ¿Se acordarán de mí después de muerto? ¿Habrá alguien que me llorará?’. Entre las cosas que uno deja, deja también la obra. Y la obra tiene un peso. El talento que uno pone, el tiempo que usó, el dinero, los meses en hacer algo positivo para la sociedad en la que uno vivió. Entonces podría decir: ‘Quizá, cuando muera, deje el mundo un poquito mejor de lo que era cuando yo nací’.”
Estas palabras en primera persona que dice Jorge Prelorán (¿a manera de una pronta despedida?) son el epílogo del documental que ahora se estrena en la Argentina, Huellas y memoria de Jorge Prelorán, de Fermín Rivera, donde se siente el alma y la palabra del realizador de Cochengo Miranda y Los hijos de Zerda. Emotiva, íntima y respetuosa de la vida y obra de aquel muchacho asmático que nació en San Isidro el 28 de mayo de 1933 y que murió otro 28, en marzo de 2009, en Los Angeles, lugar al que se había radicado 34 años antes. Rivera consigue con su segundo documental (Pepe Núñez, luthier, de 2004, fue su ópera prima) aproximarse algo más que tangencialmente a la forma preloraniana de filmar. Y justamente el comienzo de Huellas... nos muestra a Prelorán incómodo frente a una cámara que lo ausculta y un director que le pregunta. Y aclarando los tantos, Rivera hace un corte total y se mete en el mundo Prelorán, con el estilo Prelorán.
“Es primero decidir que voy a documentar a una persona o a una familia, en vez de tomar una panorámica sobre una cultura. La elección del personaje es muy importante. Los llamo ‘documentos humanos’ porque quiero que se entienda que son Hermógenes Cayo, Cochengo Miranda, Sixto Ramón Zerda y no un coya, un pampeano o un hachero. Son biografías con nombre y apellido. La elección de este personaje puede darte un prototipo en el cual entendés toda una cultura, o puede que no sea así. Luego, documentar la vida, para entender cómo ese hombre sobrevive en este punto de la Tierra, en este momento de la Historia. Y este hombre está influido por una economía, una topografía, un clima, una tradición, por una historia, por una nacionalidad, por genes. Entonces todo ello influye para que este hombre sea un ser X.”
La metodología que fue aprehendiendo –y aprendiendo de ella– fue la de trabajar durante un año, para tener un ciclo de vida rural completo. Realizando viajes para filmar las diferentes etapas de ese año y estar un día o dos, y no interrumpir la rutina y el modus vivendi de ese personaje con su familia. Cada estancia era grabar y filmar. Luego elaboraba ese material para ir descubriendo las posibilidades dramáticas. Así iban apareciendo cosas nuevas y, de a poco, Jorge se iba ganando la confianza de cada entrevistado, de esos seres con vida propia y una cosmovisión del mundo muy potente y particular. Y así es como al ver sus películas no estamos frente a estereotipos humanos sino frente a personas. Los temas le iban inspirando la narración. Si en algo se destacó, además, era en la compaginación. Ahí se sentía un verdadero rey. Allí sentado en su butaca-trono, manipulaba y creaba la puesta en escena.
“Si no filmo, no puedo vivir. Pero recién soy feliz cuando me siento frente a la moviola y empiezo a compaginar. A sacar algo de aquí, meter allá. Ahí se cocina la película. Me paso días y días, meses y meses trabajando diez horas diarias en el montaje. Es un placer. Es el control absoluto, es modificar, es una maravilla, es sentirse Dios. Y sobre todo si es material tuyo, que ya lo conocés. Toqué el piano por muchos años. Daba recitales hasta los 22 años. Después me fui a Estados Unidos y nunca más retomé. Y ese acercamiento a Bach o a los románticos me dio una sensación rítmica que es indispensable para compaginar.”
En ese ir y venir a los EE.UU. (estudiando Arquitectura, trabajando como dibujante, realizando sus primeros cortos, recibiéndose en la UCLA), de vuelta a su país surgen los trabajos en Canal 9 para una serie sobre pueblos originarios, y el subsidio de la Fundación Tinker de Nueva York para filmar a los jinetes colombianos y gauchos argentinos. Pero lo que lo catapultaría definitivamente al grado de mayor documentalista argentino es cuando recibe el subsidio del Fondo Nacional de las Artes en coproducción con la Universidad Nacional de Tucumán, y bajo la coordinación del Dr. Augusto Raúl Cortázar comienza a dirigir cortos, medios y un largometraje. El Relevamiento Cinematográfico de Expresiones Folklóricas Argentinas fue y es un mojón en la historia del cine documental de nuestro país. Además de ciertas localidades del Noroeste que retrató a partir de festividades y costumbres de sus habitantes, empiezan a surgir los personajes individuales, los documentos de vida: Hermógenes Cayo, Máximo Rojas, Damacio Caitruz, Sinforiano Alancay, Medardo Pantoja.
“Lo que yo he hecho en mi vida es documentar a personas que yo quise escuchar y que yo creo que vos tendrías interés de escuchar. Yo lo hago y después te dejo con él. Vos y Hermógenes solitos en una sala, ahí comulgan. La experiencia que vos tengas es lo que vos aportás. La obra más profunda, la obra más compleja, es la menos terminada, dándole la posibilidad al espectador de completarla. Eso me fascina porque vos entrás en la película. Y entrás en la forma que querés entrar. No es una película en que vos decís: ‘Bueno, la veo y chau’, sino que hay algo que te obliga a co-crear conmigo.”
Otra característica de Prelorán ha sido su pasión por la simplicidad de las cosas complejas. Con el tiempo pulió y depuró sus cortos, quitando esa molesta voz en off entre sentenciosa y didáctica, eliminando músicas y sonidos que no hacían a la vida del personaje. Prelorán amaba y creía en su trabajo. Y aunque en los últimos 36 años de su vida, su gran compañera, asistente, guionista, compinche, ladera y hasta terapeuta, fue su mujer Mabel, él siempre se sintió un solitario, un individualista en sus cosas que daba a conocer al mundo.
“Prácticamente todo mi trabajo lo hacía solo. Tuve, sí, compañeros asistentes como Lorenzo Nelly o Sergio Barbieri. Pero concretamente lo hacía solo. Yo filmaba, grababa y luego montaba. Lo que pasa es que en este tipo de cine no se puede ir con cinco tipos a entrometerse en la vida de una familia. No podés dirigir a otro tipo que filma. La decisión es instantánea, el director es tu ojo. No podés ir a filmar cosas íntimas con un montón de gente que crea tensiones y problemas. Y además soy un introvertido, prefiero estar solo. Y tratar con introvertidos. Por eso me fui siempre a filmar a solitarios.”
Su obra fue tanto reconocida como olvidada. Ha merecido premios y lo han relegado. Hoy que existe una gran cantidad de festivales de cine documental, que hay cientos de películas pululando por el mundo, que los canales científicos y culturales prácticamente se nutren de este género, es fundamental saber muy bien de dónde se viene, dónde buscar jalones, bases de identidad. Y quieran o no, les guste o no, nadie pude tapar ni negar la labor de Jorge Prelorán. Más bien tendrían que volver a ver, rever o descubrir su obra, para entender por qué el cine, también, está donde está hoy en día.
Huella y memoria de Jorge Prelorán se estrena el jueves 30 de septiembre en el cine Gaumont, y a partir del 8 de octubre en el Malba.
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