Domingo, 19 de junio de 2011 | Hoy
FOTOGRAFíA > MARC FERREZ, LA CáMARA ENTRE EL IMPERIO Y LA REPúBLICA
Hijo de un acuerdo entre el Imperio brasileño y la Francia posnapoléonica, de la revolución tecnológica del daguerrotipo y la fotografía, del comercio de postales y la curiosidad científica, Marc Ferrez estuvo y supo estar en el lugar y momentos correctos para capturar eso que rara vez se ve: el ocaso de un imperio y el nacimiento de una república. Una muestra en el Fernández Blanco nos trae esas imágenes de un Brasil desconocido para la Argentina.
Por Sergio Kiernan
Las salas de cualquier gran residencia europea del siglo 18, si es inglesa mejor, guardan una clave del proceso. En la selva de motivos ornamentales, entre chinoiseries, Luises y Jorges, andando entre ormolús clasicistas, atlantes y monstruos irlandeses, habrá una fruta familiar. En alguna entablatura, rematando un espejo o sosteniendo un candelabro, el buscador encontrará un ananá estilizado, perfectamente oval, regularmente escamado, con un penacho dibujado por la Gran Arte. Es el primer exotismo americano hecho ornamento contemporáneo al Buen Salvaje, a la plata potoseña y la manía de aprender náhuatl.
Este exotismo dividió la atención europea con China y se centró en lo que se veía como las Tres Grandes Civilizaciones americanas. Vivaldi le dedicó una ópera a Moctezuma, Lima era conocida como una gran capital mundial superexcéntrica –¡gente de poncho por la calle!– y Brasil era como una cifra misteriosa, tierra de Calibán, hogar de ese lugar irreductible llamado selva. Con lo que no extraña que de esa época nos quede una masa increíble de mito e iconografía, de expediciones y obras enjundiosas que evitaban naturalmente lugares aburridos, con pastito, como Argentina o Estados Unidos.
Un pedacito notable de esa tradición se está exhibiendo en el Museo Fernández Blanco en otra etapa de esa buena idea que es el Mercosur. La muestra dedicada al gran fotógrafo Marc Ferrez es una oportunidad de conocer a alguien que fue un notable creador y también de ver el cierre de una época en que Brasil fue misterioso, exótico. La carrera de Ferrez coincide con el último capítulo de la historia y el mismo hecho de que haya sido brasileño se explica sólo por esa historia.
Es que en 1817 Brasil invitó a la maltratada, derrotada y deprimida Francia posnapoleónica a enviar un grupo de artistas y profesores a la inconcebible Río. El proyecto, imperial e iluminista, era crear una Academia Imperial de Bellas Artes y resultó en la Misión Artística Francesa. El tesoro gráfico que dejó el viaje de estos franceses a Brasil todavía está siendo publicado hoy en día, gracias a la ley de mecenazgo, y todavía es deslumbrante.
Uno de los franceses que vino fue el joven Zépherin Ferrez, junto a su hermano Marc, ambos escultores parisinos. Zépherin hizo su vida brasileña y ya maduro, en 1843, tuvo un hijo que llamó Marc. Hacía cuatro años apenas que se había inventado el daguerrotipo, la primera fotografía, y tres que la primera cámara llegó a Río. Marc quedó huérfano a los siete años y fue enviado por sus hermanos a París, para ser educado. Volvió a los 21 entrenado como grabador y escultor, y loco por la tecnología que estaba cambiando todo.
Ferrez podría haber sido uno de los tantos maestros fotógrafos que se ganaban la vida, a veces creando obras notables y documentando generaciones enteras, en toda América. Pero el hombre tenía dos gusanitos, uno comercial –fue un as de la venta de postales, álbumes turísticos y documentación urbana– y el otro trotamundo. El hombre terminó siendo el fotógrafo oficial de la Marina Imperial y de las empresas ferroviarias británicas, con lo que terminó documentando la apertura física de una nación, la conexión de regiones aisladas, el cambio de una geografía.
En una carrera de 60 años, de 1860 a 1920, Ferrez fotografió el fin del Imperio –la muestra incluye un retrato suyo de ese entusiasta de la fotografía, Don Pedro II, último emperador– y el nacimiento de la república. Su amor por el paisaje permitió conservar la geografía de un Río de Janeiro que se limitaba al centro y la bahía de Guanabara: hay que ver las fotos de Copacabana silvestre, sin personas ni edificios, como hay que ver la belleza que fue la vieja ciudad a la portuguesa, con sus tejados rojos caracoleantes.
También hay comentarios sociales, voluntarios o no, en sus retratos improvisados. Uno se queda pensando ante las vendedoras ambulantes cariocas, negras y vestidas a la africana, sin saber si eran esclavas o libres. Y uno se queda pensando ante la completa individualidad del retrato de un niño indio tomado en 1880 en Mato Grosso, que muestra una personita muy elegante en sus plumas y no un “indio” como objeto genérico. Y también está la esclavitud conservada en una toma evidentemente armada en una fazenda de café de Paraíba en 1882: los negros posan delante de unos morros, herramientas en mano, mientras desde un costado un hombre casi de espaldas hace que da órdenes. ¿Por qué lo obedecerían? Porque su mano, lo único que le vemos además del pelo, es blanca.
Hablando de conservar, la misma muestra es un testimonio de la pasión por hacerlo. El nieto de Ferrez, Gilberto, mantuvo abierta la empresa familiar hasta hace pocos años y clasificó amorosamente los negativos, placas y copias de la obra de su abuelo. Este acervo pasó luego a esa idea notable que es el Instituto Moreira Salles, creado en 1990 por el banquero Walther para conservar colecciones culturales. El lugar es un topos de fotografías, grabaciones, papeles, dibujos y demás maneras de detener el tiempo en pleno Río.
Y a quien nada de esto le interese, baste entonces disfrutar de la habitual sorpresa de ver la pureza visual de la fotografía del siglo 19, con su foco increíble, sus gradaciones tonales, sus cielos agoreros y su elegancia sepia.
Marc Ferrez
Fotografías de Brasil 1860 - 1920
Museo Fernández Blanco, Suipacha 1422
Martes a viernes de 14 a 19 hs.
Sábados, domingos y feriados de 11 a 19 hs.
Hasta el 21 de agosto.
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