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Domingo, 9 de junio de 2013

MúSICA > CAROLINA PELERITTI CANTA FOLKLORE

Mujer galana

Cuando era chica, Carolina Peleritti escuchaba música sin parar en el living de su casa y tenía devoción por Mercedes Sosa. Pero en la adolescencia eligió otro escenario: la pasarela. Y fue la supermodelo de los ’90, la fabulosa mujer exótica y deseada, sex symbol de una generación. Después vino el romance con Spinetta, su exitosa carrera como actriz –especialmente en teatro, donde compartió tablas con Norma Aleandro en la inolvidable La señorita de Tacna– y, durante casi veinte años, en paralelo, el estudio de canto. Hace poco que se anima a mostrar su voz y recién en 2009 decidió que el estilo que más la identifica es ese folklore de su infancia. Desde su debut junto a Jaime Torres en 2009 no dejó de foguearse y ahora es el momento de cantar sola, en su propio ciclo de recitales con un repertorio de autores como Atahualpa Yupanqui, Cuchi Leguizamón, Jorge Fandermole, Raúl Carnota o Dino Saluzzi. Una estación inesperada en el recorrido de una mujer que hizo siempre lo que quiso, en silencioso desafío a los estereotipos.

 Por Mercedes Halfon

Muchas de las notas que comentaron el debut de Carolina Peleritti en los escenarios del folklore usaron palabras como “revelación”, “sorpresa” o “totalmente inesperado”. Es que nadie se veía venir a esta morocha argentina, icono de la belleza que fue moda en los ’90, al terreno de la música autóctona. ¿Es verdaderamente tan raro? Lo es si nos guiamos por los estereotipos y clichés, justamente los mismos que Peleritti desafió primero al dejar de trabajar como modelo –y nunca más volver– para dedicarse al teatro, luego al cine, y por último a la ficción televisiva. Hay que conocer su historia para descubrir los hilos secretos que unen las distintas etapas recorridas, que como en un camino de despojamiento, de lo exterior a lo interior, van dejando ver una Carolina auténtica, o mejor aún, la dejan ver cantando.

Porque hay más de una Carolina, por lo menos en la memoria de los televidentes y lectores de revistas de la farándula local: la modelo escultural y exótica que impuso su estilo voluptuoso y raro en las pasarelas de la década de los ’90, el caso argentino del fenómeno internacional de las Supermodelos que fueron el recambio de las (un poco insulsas) mannequin de la alta costura que se conocían hasta el momento. La coequiper de nada menos que Norma Aleandro en más de un éxito de las tablas porteñas. O la Carolina que encarnó a la mujer policía Marisa en O99 Central: junto al personaje de Eugenia Tobal fue una de las primeras parejas lésbicas que se pudieron ver en las pantallas de TV locales y en horario central. Hoy Peleritti está a años luz de la primera fase de su vida (de revistas del corazón y vacaciones en Punta del Este) de la que, por otra parte, tampoco reniega: “La pasarela es también un escenario”, dice, imitando las caras sexies e impostadas de las modelos, que tienen mucho de actuación, aunque ya estemos acostumbrados a verlas.

Pero la escena que viene a cuento del pasado a reforzar esta nueva etapa de su vida no tiene nada que ver con esos años de modelaje iniciados casi en la adolescencia, sino mucho más atrás en el tiempo. Para explicar su pasión por el folklore, Carolina se remite a una escena muy primigenia y que no la ha abandonado nunca: “En mi casa había un tocadiscos con parlantes y ahí mismo todos los vinilos. A mis papás les gusta mucho la música y tenían cantidad, música clásica, tangos de Julio Sosa, Chico Buarque, Serrat, Silvio Rodríguez, folklore y otros de María Elena Walsh, todo mezclado. Yo pasaba mucho tiempo ahí, me recuerdo sentada en la alfombra, mirando las tapas, las letras, poniéndolos, aprendiéndome las canciones. Era un momento que disfrutaba, jugaba con eso. Me viene a la memoria especialmente un disco de Mercedes Sosa que tiene una tapa que es toda marrón con su cara y unas montañas. No sé cuál es. En esa época mi madre me llevó a escucharla al teatro. Era muy fuerte lo que le pasaba a la gente viéndola, lloraban todos, incluyendo mi mamá. Fue algo que me impresionó mucho siendo chica, esa sensación de emoción me dio pudor. No me lo olvidé más”.

LA ESCUELA DE LA VOZ

Y ese pudor vinculado con la emoción que produce el canto es algo que la ha acompañado más allá de ese imantado recuerdo de infancia. Conociendo esa historia, no resulta tan sorprendente enterarse de que Peleritti estudia canto hace nada menos que ¡dieciocho años!, pero que recién hace cuatro empezó a hacerlo muy con cuentagotas, en presencia de otros. Un secreto bien guardado y atesorado, que sin embargo, al sacar a relucir, muestra todo el fulgor que le dieron los años. Esto se puede constatar simplemente buscando en YouTube videos de sus intervenciones en distintos shows musicales de amigos (Lito Vitale, Jaime Torres), donde se la ve desplegando con soltura una voz contundente y profunda, que trasmite todos los matices sentimentales, inocentes, desgarrados o tiernos, que el folklore sabe jugar.

Claro que en el momento inicial no lo hacía buscando convertirse en cantante –tan metida en el mundo del modelaje que estaba– sino como una suerte de herramienta de desinhibición: “Siempre me costó mucho hablar y expresarme. Lo empecé a hacer por eso. Y me costaban muchísimo las clases. Imaginate, la voz estaba completamente metida para adentro. Quizá cuando era chica cantaba, pero si alguien venía o se ponía al lado mío yo bajaba la voz. Entonces empecé a estudiar canto en ese momento y es algo que por alguna razón, nunca dejé”.

¿Sos una tímida reeducada?

–Sí. Y creo que voy a seguir siendo tímida toda mi vida, es mi impronta. Pero el trabajo, el estudio, hacen que uno gane confianza y pueda empezar a abrirse. Y eso hace que te des cuenta de que hay una voz. Con confianza y respeto por ese proceso, guiado por diferentes maestros, uno puede sacar eso afuera. En un principio me sirvió cuando yo empecé a hacer teatro para poder tener la herramienta de expresión, de proyectar y no lastimarme.

¿Y fue difícil ese comienzo de sacar la voz para empezar a actuar en teatro?

–No fue fácil. Mis procesos son bastante lentos, pareciera, y son hacia adentro. Cuando sale es porque ya está maduro, ya está listo. Pero ese paso no fue fácil. El momento del modelaje fue muy fuerte, muy expuesto para mí. El proceso de pasar a interpretar un personaje, hablar desde un texto, ponerle tu energía a un personaje fue algo que tuve que hacer con esfuerzo. Quizá no se vio, pero yo decidí dejar de trabajar como modelo para meterme en un proceso de estudio y trabajo, a ver si realmente podía pasar a trabajar como actriz. Y llegó un momento en que ya había de- sarrollado las herramientas necesarias, que arranqué a hacer teatro y no paré. En el momento que es, es contundente.

Puede decirse que Peleritti no perdió el tiempo. Una vez volcada a la actuación, las obras se sucedieron una detrás de la otra. Y, a diferencia de lo que había pasado con su debut fallido en la TV con Cybersix, su trabajo en teatro tuvo muy buena repercusión. A Confesiones de mujeres de treinta, le siguió Porteñas y, entre muchas otros trabajos, sus festejadas colaboraciones con Norma Aleandro, primero con De rigurosa etiqueta y luego con la recordada La señorita de Tacna, donde además de un mentado desnudo total (“muy cuidado y artístico”, se ríe Carolina poniendo voz de locutora solemne) tenía un duelo actoral con Aleandro, que incluía un forcejeo físico asfixiante, en el que Carolina ponía toda su femme fatale a disposición de una escena demente e inolvidable.

POR EL CAMINO SOLITARIO

En la ruta que la llevó hacia la música una estación fundamental para Peleritti fue su relación con Luis Alberto Spinetta: “Con él descubrí mucho. Prince, Bill Evans, la música negra, el funk, Los Beatles pero desde otro lugar mucho más profundo. Puse la mirada en las voces, particularmente de las mujeres: las cantantes negras, Bjork y otras. Ese momento también tenía que ver con mis comienzos de estudio de canto”.

Pero la experiencia de esa relación no tuvo que ver sólo con pasarse horas escuchando discos detenidamente, sino también con una postura crítica acerca de la pertenencia a la industria del espectáculo y sus reglas. El estilo absolutamente reservado de Peleritti (hace años que no se sabe dónde vive, ni quién es su pareja y ni por casualidad se la ve en las fotos de los eventos con banners detrás) fue una adopción que se inició con Spinetta. Carolina recuerda la mentada tapa de la revista Gente donde se los vio juntos por primera vez, en la que también podía leerse un cartel escrito con marcador que decía “Leer basura daña la salud. Lea libros” colgado del cuello de El Flaco: “Era Luis y era la forma que encontró Luis de manifestarse, con la que yo me sentí absolutamente de acuerdo. Con eso entendí algo. Su forma de ser fue muy impactante para mí, en ese momento. Tampoco fui la misma después. Yo venía teniendo una exposición demencial y estar con Luis hizo que aprendiera que las cosas podían ser de otro modo y que quizás ese modo era el mío, porque soy y siempre fui una persona reservada. No necesitaba exponerme de la manera en que me estaban exponiendo. Y en un momento tan crucial como es el descubrimiento de saber que dos personas están juntas, él decidió hacerlo de esa manera y yo estaba al lado suyo”.

Por esa época su maestra de canto fue Graciela “Grace” Cosceri (la misma que de Spinetta, Illya Kuryaki y otros tantos), con la que se animó a cantar jazz. Los profesores se sucedieron, junto a la pregunta de cuál sería el repertorio que ella iba a querer cantar, cuando finalmente se animara a hacerlo en público. Y la respuesta no fue ni por el lado del jazz, ni del rock, ni del pop, ni de la bossa nova. La respuesta estaba en esa escena infantil, fascinada y pudorosa con el canto de Mercedes Sosa. Entonces se decidió a cantar folklore.

EL GRAN DEBUT

Y el debut, el deseado y temido debut, llegó de la mano de Jaime Torres en el 2009. Allí en Tantanakuy, el encuentro de músicos en Humahuaca creado por el charanguista, se subió a cantar, frente a un público que la recibió calurosamente. Carolina habla del “abrazo que me dio la gente del folklore”, del cariño con que fue recibida en ese género en el que no se sintió extraña, ni ese primer día: “Yo estaba con un bombo y un poncho, porque hacía mucho frío. Era una noche rara, parecía que se estaba por largar una tormenta y en Humahuaca no llueve nunca. Tantanakuy es bastante arriba, es una especie de anfiteatro al aire libre en un lugar donde se pueden apreciar todos los cerros y desde el escenario yo veía cómo relampagueaba en el fondo. Me acuerdo que salí a cantar con toda la adrenalina y a la vez, como son las primeras veces, dando todo. Por supuesto que no estaba sola, estaba Jaime al lado mío, con sus músicos. Estaba cantando bajo ese cielo estrellado y terrible y sentí que no había retorno”.

Como una cosa lleva a la otra, una vez que empezó a cantar ya nada pudo detener ese caudal de entusiasmo. Un encuentro casual con Rita Cortese en Rosario (“Qué andas haciendo de tu vida, Carito.” “Cantando.” “A ver, cantate algo.... ¡ah, pero sos una genia! ¡Dejate de hinchar con el estudio, ponete a cantar ya!”) y un show a beneficio organizado por Mavi Díaz en el que se cruzó con otros iconos de la música nacional, hicieron que desembocara en La jaula abierta, el ciclo de recitales compartidos que hizo furor los últimos años. Se trataba de conciertos descontracturados que dio una ecléctica trouppe integrada por Teresa Parodi, Rita Cortese, Dolores Solá, Lidia Borda y ella, elenco estable al que se intercalaban otras estrellas fulgurantes como Fernando Noy o la coplera Laura Peralta, entre otros. Con el grupete hicieron ciclos en el Café Rivas, en el Ecunhi, y en el Teatro Sha, entre risas, copas de vino y, para Carolina, mucho fogueo.

Hasta que llegó el momento de dejar el cobijo de sus amigas y encontrarse solita en el centro del escenario. Pero bien acompañada por el guitarrista Marcos Di Paolo, con quien eligió las canciones e hizo los arreglos, Gaspar Tytelman en percusión y Diego Wainer en contrabajo. Carolina se entusiasma hablando del repertorio del show que hará en Vinilo (al que seguirán otras fechas en Boris) y cuenta que estará integrado por zambas, chacareras y vidalas de autores contemporáneos y otros clásicos como Atahualpa Yupanqui, Chivo Valladares, Cuchi Leguizamón, Negro Aguirre, Jorge Fandermole, Raúl Carnota, Dino Saluzzi y la chilena Elizabeth Morris.

Si bien está contenta, trata de tomárselo con mucha calma: “Si estás nerviosa o angustiada cantando, se nota. El cantar es algo donde no hay dónde esconderse, no hay ningún personaje, por lo menos la elección que hice yo, cantar desde mí. Tiene que ver con la expresión más pura. Comunicar, abrir, ser quien uno es. Y elegir un repertorio como lo es el folklórico, que es puro sentimiento: habla de un territorio, un paisaje, del amor, con mucha poesía”.

Y así se la verá. En el final del recorrido del despojamiento de la modelo a la cantora. Cierra Carolina: “Es muy hermoso cantar, es muy curativo. Estoy feliz de haber sido tan perseverante en este proceso. Si no me hubiera metido, no me hubiera dado cuenta de que estaba esta voz que es tan única y profunda. Como la de cualquiera: todos tenemos una voz, pero ésta es la mía. Yo soy una persona emocional y quizás en otro momento de mi vida fui muy cerrada, muy imposibilitada de expresarme. Entonces es muy importante haber abierto este canal que es sagrado. La voz es algo muy misterioso. La verdad que es un misterio. Y ahí estaremos. Mi voz y yo”.

Muy dentro de mí, ciclo con canciones folklóricas. Cafe Vinilo, Gorriti 3780. Jueves 6 y 13 de junio, a las 21. En Boris, Gorriti, 5568,los jueves 4, 11 y 18 de julio.

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Imagen: Xavier Martin
 
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