Domingo, 9 de junio de 2013 | Hoy
MúSICA > EL NUEVO DISCO DE DEERHUNTER
Por Micaela Ortelli
Dentro de muchos años, se va a seguir hablando de Bradford Cox. Hace poco más de un mes, su banda Deerhunter estuvo en Late Night with Jimmy Fallon, uno de esos talkshows muy famosos de Estados Unidos, promocionando su sexto disco, Monomania, que salió en mayo. Larry Fitzmaurice, de la revista Pitchfork, el único periodista en el set esa noche, supo que el show programado era un plan B; que originalmente Bradford quería cantarle a una rata viva, “como Hamlet”, pero la NBC lo disuadió para no tener problemas con los activistas por los derechos animales. Entonces pidió sangre falsa y unas vendas para aparentar que se había cortado dos dedos y de su valija sacó: peluca negra, mocasines blancos, chaqueta animal print y ropa para el resto de la banda. Antes de salir a escena fumó un cigarrillo –si no, canta una octava más alta de lo que quiere–. Tocaron “Monomania”, que no es precisamente la más sociable del disco, pero un cantante de aspecto tan impactante logra mantener entretenido a un televidente durante cuatro minutos, habrán pensado los directivos. La performance fue así: hacia el final de la canción, mientras los músicos seguían tocando y repitiendo mono monomania, mono monomania, Bradford se fue del escenario, y con la cámara delante caminó por el estudio como lo que es, aparte del atuendo: un hombre desproporcionadamente alto y delgado, de aspecto enfermizo.
De regreso en el camarín, alguien del sello que los edita (4AD) les hizo un cumplido; él contestó: “No me importa si estuvo genial, ¿fue punk?”. Después se explayó: “El punto no es si el show fue bueno o malo, ¿fue indefinible? ¿Fue perturbador? Mucha gente se habrá preguntado quién era ese loco. Es más interesante así”. Y siguió: “Tocar en Jimmy Fallon es importante, es un asunto importante, la verdad. Si a los 19 me hubieran dicho que iba a tocar en un show como ése, habría pensado: ‘No la cagues, no hagas algo aburrido y predecible’”.
Al otro día de la actuación en Fallon, Deerhunter hizo una ronda de prensa en el hotel de Manhattan (ellos son del sur, de Athens, Georgia). Aunque Deerhunter es un decir, aclararon todos, porque el único que habló fue Bradford, sentado delante del resto de la banda: Josh McKay y Frankie Broyles, nuevos bajista y guitarrista; Moses Archuleta y Lockett Pundt, baterista y guitarrista, que se quedaron dormidos en la mitad (la rueda de prensa duró dos horas).
Bradford acaba de cumplir 31 años. A los 8 o 9 empezó a escuchar música por un primo rockero, a los 11 grababa canciones en un equipo de karaoke, tocaba una guitarra que había en la casa y usaba ollas y sartenes de batería. Después se armó de más cosas: una grabadora prestada, una batería por 50 dólares, un micrófono de una tienda de usados (marca Atlas Sound; de ahí el alias para la música que hace en su carrera solista, que lleva en paralelo con Deerhunter). A los 16 pasó todo un verano internado recuperándose de las cirugías de pecho y espalda que le hicieron producto del síndrome de Marfan, una enfermedad genética del tejido conectivo que produce anomalías esqueléticas –ese cuerpo largo y endeble, el esternón hundido, los dedos inusualmente finos– y problemas cardíacos. Mucho de esa etapa vomitó en Let The Blind Lead Those Who Can See But Cannot Feel (2008), su primer trabajo solista, que escribió de un tirón en computadora, improvisando las letras al tiempo que grababa. Ahí empezó a hablar del “fluir de la conciencia” para explicar (o sea, no puede explicar) su forma de trabajar, porque para entonces el mundo del indie le prestaba mucha atención: en 2007 había salido el debut oficial de Deerhunter, Cryptograms (el primero de verdad es Turn It Up, Faggot, de 2005), habían girado por el mundo, y ya todos sabían de la intensidad y extravagancia de Bradford Cox como performer.
Por esa época dijo: “A los 25 mucha gente se está por casar o tiene hijos o una hipoteca. Y yo no estoy en ésa y nunca voy a estar. Así que tengo que buscar mi propia forma de mantenerme estable y evitar la soledad, la pobreza y sentirme inútil”. Se convirtió en el músico más prolífico de su generación: discos oficiales, filtrados, regalados; llegó a acumular 600 demos, probablemente más; la mayoría de las veces no recuerda los acordes y letras de los temas, no recuerda, siquiera, cuándo los compuso. Y es un erudito tan obsesivo que es difícil trazar una línea entre la música que lo influencia y el sonido de cada álbum en particular. Le encanta el rock de principios de los ’90, Pavement, The Breeders y bandas alternativas como Stereolab o Broadcast. Pero es muy fanático del viejo rock n’roll, el rockabily, el doo wop, el country (los Everly Brothers son los que más nombra, y ama a Dylan y Neil Young), y también música avant garde, Terry Riley, David Berman y más.
Los otros discos de Atlas Sound (sin contar el cuádruple que colgó en su blog), Logos (2009) y Parallax (2010), son collages de sonidos hipnóticos, llenos de ecos y texturas, pero muy melodiosos. (Las canciones son un poco como Bradford: algo difíciles al principio, pero una vez en confianza se revelan sensibles, honestas y profundas.) En Deerhunter, aunque no parezca, las decisiones se toman en equipo; la banda supo ser más ruidosa y distorsionada, pero con los años se suavizó. Halcyon Digest (2010), su quinto y mejor trabajo hasta ahora, es una buena –una grandiosa– puerta de entrada a su música.
Después de aquella ronda de prensa sobre Monomania, Bradford Cox habló por teléfono con Pitchfrk; el periodista le preguntó si creía que su personalidad podía llegar a empañar su arte alguna vez. Respondió que no. Después le sugirió que su comportamiento podría ser, en verdad un mecanismo de defensa. “No”, dijo Cox. “Intento mantenerme entretenido, si no moriría de aburrimiento.” A fines del año pasado, se anunció que Bradford Cox debutaría como actor en Dallas Buyer’s Club, una película protagonizada por Matthew McConaughey sobre un grupo de enfermos de sida que en los ‘80 experimentaron con drogas retrovirales no aprobadas para buscar una cura. Cox, con su sexualidad heterogénea –se confesó gay; ahora dice que vive como asexual– sería el amante del personaje de Jared Leto, que vuelve al cine como una hermosa transexual al borde de la muerte. Otra forma de mantenerse entretenido, otra manera de ser desafiante e impredecible.
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