Domingo, 20 de octubre de 2013 | Hoy
EVENTOS > LA SéPTIMA CAMINATA ZOMBIE DE BUENOS AIRES
Por Liliana Viola
“Si no te hacés por lo menos un mordisco en algún lado, después no te quejes si te confunden con una vampiro o un accidente”, le explica Corpse Bride a una novata pero impecable réplica de Helena Bonham-Carter de 6 años. Es la séptima marcha zombie walk, caminata de zombies que se hace en Buenos Aires, y la fanática de Tim Burton que participa desde el comienzo, cuando los zombies eran apenas 60, recorre la plaza con las ínfulas del muerto vitalicio mientras en su fuero íntimo va chequeando las dos condiciones básicas: pericia para la caracterización y/o de lo contrario, sentido del humor negro. ¿No podría ser ésta una definición a quemarropa del arte contemporáneo? Si se supera el estupor o el shock ideológico que provoca la similitud del make up con la catástrofe de noticiero, la violencia doméstica, la sangre derramada y el karma hobbesiano aquí traducido alegremente como que el hombre es el zombie del hombre (Arturo Pérez-Reverte, quien hace unos años fue a la marcha en Madrid y escribió: “A ver quién es capaz de competir con una bomba en un cine de Bagdad o un morterazo en el mercado de Sarajevo. Los desafío a todos a competir con mi amigo el comandante Kibreab y sus sesos desparramados sobre un hombro”, se contaría entre los que no van a poder), la calle se deja pasar como una bienal de arte casero e internacional. Por lo pronto, la caminata zombie funciona como una performance colectiva en la que todos exponen a todos la obra que se han hecho o en la que se han convertido. La mirada que descubre al monstruo, el guiño que se conceden los zombies cuando interpretan alguna clave de la puesta del otro resulta una curaduría al paso. Muchos, que más allá de la clave muerto vivo, tienen el hábito de andar con el ojo en la mano, la levantan de golpe y sacan la foto a los mejores. ¿No es esto una ceremonia de premiación?
Esta vez había que traer un alimento no “perecedero”; la Asociación Argentina de Hemoterapia e Inmunohematología está presente, recordando la importancia de donar sangre y personal del Incucai, sin escandalizarse por el derroche de órganos truchos, concientiza sobre la donación de médula ósea. Las asociaciones no tan libres hacen al espíritu de la marcha zombie. Disciplina gore, saturación del doble sentido, celebración del ingenio por sobre toda otra retórica, funeral clase B para un siglo entero de cultura pop. Como en cualquier tienda vintage, pero con los cuerpos en descomposición incluidos, las citas a La noche de los muertos vivos, a Maicol y a las temporadas de The Walking Dead –por compactar en tres eras de mass media una variedad de productos culturales que incluyen desviaciones como Jesús o Napoleón– imponen un regreso profesional a los juegos macabros de la tierna infancia. Nótese la cantidad de padres que traen a sus hijos ensangrentados, como antaño los habrán traído a ellos de Colombina, gitana o pirata. Y que el organizador del evento se hace llamar Reynaldo Rataplin y en su página oficial cuelga un manifiesto más cercano a los guiones de un Moisés versión Titanes en el Ring que a cualquier discurso político. “Despertarás un domingo. Sacarás el zombie que hay en vos. Buscarás los sesos de tu prójimo. Te multiplicarás. Caminarás y caminarás. No andarás erguido. No dejarás de sangrar. No razonarás.”
Estas criaturas ya no dan miedo: la condición irónica de las nuevas generaciones arrasó con el cuiqui y también con las interpretaciones que se vienen ensayando desde Vietnam hasta el 11 de septiembre sobre el zombie y sus metáforas.
Cuando empieza la desconcentración (palabra que sonará capciosa a esta comunidad express que se jacta de no tener cerebro, tenerlo pero licuado, o en modo avión), los participantes aflojan, abandonan alevosamente el rigor mortis, corrigen el descoyunte de hombros que los uniformaba en la pose de a mí qué me importa y regresan al mundo de los vivos por el camino más recto: comen. Este año, el cierre en las hectáreas del parque Thays produjo un chasco extra: ¡están haciendo picnic con fiambres surtidos! El mordisco es el modo de transmisión de la condición zombie, inversión del contagio o de su miedo en un pase libre, herida sí, pero la de la pertenencia. La muerte, el esqueleto y las tripas recuperados en su condición de igualadores han diluido cualquier tensión activista, sexual, de clase. Claro que es por unas horas. Claro que es porque estamos muertos.
Unas chicas, serán unas diez y tal vez también haya algunos chicos, se lamen. Se lengüetean hace un buen rato, parece que se comen. ¿Acaso vienen a desmentir lo que acabo de decir sobre lo de la tensión? “No entiendo tu pregunta. Hicimos una sangre casera que vimos en un tutorial en YouTube; mezclás colorante para repostería rojo y azul, después le ponés miel líquida y chocolate líquido. Ahora que terminó la marcha nos dio ganas de algo dulce y acá está, dos en uno, nos estamos demaquillando. O sea: volver a la rutina de vivir.”
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