Domingo, 16 de marzo de 2014 | Hoy
Libros Quizá la mayor sorpresa de un libro sobre Los Beatles, en medio de un mar de bibliografía dedicada a los años sesenta, la lisergia, la liberación sexual y las fans que se tiran de los pelos, sea su dedicación a la música. Sí, en Los Beatles como músicos hay algo de especialización por parte del musicólogo Walter Everett, pero sobre todo un enorme disfrute para el “oyente” lector. En definitiva, se trata de la obra de un fan dirigida a otros fans a los que sólo se les pide un poco de paciencia en la lectura.
Por Sergio Pujol
La salida en español de Los Beatles como músicos, de Walter Everett, constituye un acontecimiento cultural de una importancia difícil de exagerar. Lo editó Eterna Cadencia, en la colección sobre música que dirige Diego Fischerman. Vayan entonces para ellos, sello y crítico, los créditos por esta valiosa novedad editorial. Y también para sus traductores, Mónica Herrero y Julián Delgado. En realidad, el libro salió en los Estados Unidos en 1999; el delay con el que llega a la Argentina puede sorprender a quienes aún no traspasaron el título del volumen. ¿Acaso no son Los Beatles, cualesquiera sean las formas de sus tenaces reapariciones, una garantía de éxito? Una posible explicación a esta demora reside en el “tecnicismo” con el que Everett, musicólogo de la Universidad de Michigan, escribió el libro más alejado de la cultura fanzine que uno pueda imaginar. A lo largo de sus más de 500 páginas, el autor desmigaja hasta el mínimo detalle cronométrico todas las canciones entre Revolver y Abbey Road, con el agregado de los tracks que salieron a la luz posteriormente. De ahí el subtítulo “De Revólver a la Antología”. Queda para el futuro la traducción de la primera parte de esta obra colosal: los años beat y rocanroleros del advenimiento beatle.
Everett reduce a un segundo plano prácticamente todo aquello que nos hemos acostumbrado a leer en la expansiva bibliografía beatle: los años ’60 y la revuelta juvenil, la iconografía y la moda pop, los viajes drogones de John y Paul, el resentimiento autoral de George, la bonhomía de ese buen baterista subvalorado llamado Ringo y tópicos por el estilo. Sin embargo, Everett no descalifica los otros abordajes; ésa es la primera virtud de su trabajo: renunciar a la autosuficiencia musicológica. Sencillamente nos dice que, “a pesar de ser tan rica como sus letras, la música de Los Beatles no ha disfrutado de la misma atención”.
Otra virtud de este libro estriba en el virtuosismo con el que el autor examina el proceso musical, sin dejar de lado las cuestiones orales y literarias implícitas en toda canción. Diríase, incluso, que su fuerte es el estudio de la articulación entre letra y música. A partir del foco musical, Everett va por todo: las cadencias armónicas, los contrapuntos y las texturas, la dirección y el ritmo melódicos, la estructura formal de los temas en relación con las estrofas, los materiales sónicos aplicados en el estudio de grabación y, obviamente, la ejecución instrumental del cuarteto y sus eventuales colaboradores.
Los lectores impacientes deberán hacerse un plan de lectura sosegado, un poco cada día, como nos pasa con las buenas canciones. En cuanto a los lectores analfabetos en notación musical (¡como lo eran Los Beatles, dicho sea de paso!), seguramente se perderán unas cuantas cosas. Pero aun así el libro merece ser leído. Hay mucha información aledaña a los ejemplos musicales que resulta interesante, ya que el musicólogo es también un buen crítico, en el sentido de saber traducir con elegancia las conclusiones emanadas de los análisis “duros”.
Everett suele arriesgar sus propias interpretaciones. ¿Qué –y cómo– dicen estas canciones? Y es en este punto donde el libro se vuelve un tanto extraño, como si de pronto abandonara el barco del análisis musical para echarse a nadar por las aguas inseguras de la interpretación. Así nos enteramos de que en “For No One” “los sutiles y fugaces Sol cantados sobre VIIb evocan la amargura de darse cuenta de la pérdida”. O que –mire usted – en “She’s Living Home” el Re bemol de paso sobre la palabra wrong sugiere que el error de los padres de la chica que abandona el hogar “puede entrar en los niveles más altos de conciencia sólo cuando esa nota haya subido hasta el registro más alto de las cuerdas”. Y una de las perlas del libro: “La línea debajo que acompaña las décimas (en “Blackbird”) sube a Mi, cuya naturaleza cromática de ala rota puede sugerir la lucha afroamericana a través de la resistencia no violenta...”.
La lectura de párrafos como los citados revela que, en el fondo, Everett es un fan como cualquier otro, capaz de perder la chaveta y poner su deslumbrante capacidad de análisis al servicio de esa codicia hermenéutica que nos lleva a pedirles a gritos a nuestras canciones favoritas –sean éstas de Los Beatles, Bob Dylan o Spinetta– que digan más de lo que dicen. O que digan más –no necesariamente falso– de lo que buscaron decir sus autores. Por lo pronto, Everett pareciera confundir la intencionalidad de un creador de canciones con los efectos de recepción que su obra puede tener. ¿Pero realmente se trató de un error, en un oyente tan agudo y preparado? Evidentemente, contra nuestro apetito de significado no parece haber educación formal que nos frene, o al menos que nos advierta de posibles desatinos. Es cierto que una de las razones por las cuales una canción es grande reside en su margen de indeterminación respecto de su sentido final, como si nos retaceara aquellas verdades que quizá terminen de cobrar pleno sentido en el futuro. ¿No se define así un clásico? Pero en nuestro sueño de oyente perfecto, quisiéramos hacer como Everett: sellar para siempre la grieta que media entre lo que un autor imaginó decir y lo que las canciones parecen estar susurrándonos.
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