Domingo, 16 de marzo de 2014 | Hoy
FOTOGRAFIA A los 60 años, Mario Testino es el fotógrafo de celebridades más importante del mundo: nacido en Lima, hijo de una familia conservadora, muy joven se fue a Londres y en los años ’80 empezó su exitosa carrera. Sus fotos le quitaron a la moda la pura elegancia y le dieron carne, diversión, movimiento. Favorito de Madonna y Kate Moss, rey en Vogue, consagrado por esa extraordinaria sesión con Lady Di en 1997, poco antes de su muerte, para Vanity Fair, Testino –él mismo una estrella– estuvo en Buenos Aires presentando In Your Face, la fabulosa muestra de su trabajo que se puede visitar en el Malba hasta junio, imágenes de seducción y glamour, un catálogo de color, piel y lejana belleza.
Por Micaela Ortelli
Mario Testino es el tipo de empresario lo suficientemente rico como para andar en limusina y lo saludablemente elegante como para no hacerlo. En lugar de eso, pide a su asistente que le haga de chofer –aunque le gusta manejar, y rápido–, así tiene con quien charlar en el camino y en el evento al que vaya. Aunque difícil imaginar un bache en cualquier lugar donde esté él presente: Testino es el tipo de empresario poderoso siempre rodeado de gente, y el tipo de persona encantadora que cautiva y deleita con su presencia. Es alto –tan alto como Iván de Pineda, con quien charló el jueves pasado en la apertura de In Your Face, su primera exhibición en la Argentina– y refinado como puede ser el fotógrafo de moda más importante del mundo. Su piel es del color que deja el aire libre. Tiene la risa fácil, los dientes muy blancos, la tonada peruana interrumpida por palabras que le salen naturalmente en inglés. Su historia es la del latinoamericano que se va a Europa y triunfa; su biografía, tan jugosa como para una película; su personalidad, tan única e irrefrenable que impregna todos sus trabajos. Mario Testino es el tipo de artista que no admite separar la obra del autor porque una es el resultado del otro.
La charla duró una hora e Iván de Pineda hizo las preguntas necesarias para que la persona y el relato surgieran fieles a los construidos a lo largo de los años. La dupla no es casual: han trabajado juntos, son amigos, sí; pero además los dos representan un tipo de personaje, el que se impone sobre los prejuicios –el del modelo tonto en el caso de Iván, desde aquel programa de preguntas y respuestas en lo de Susana Giménez–, sin estrés, sin apuro, seguros de sí mismos, y así se los ve, descansados. Habló de su temprano interés por la moda, de los primeros viajes a Nueva York y el fundamental viaje a Londres. De la pobreza y la consagración: la serie de fotos que en 1997 le hizo a Lady Di para la revista Vanity Fair seis meses antes de su muerte.
Varias de las 122 imágenes ya colgadas en la sala grande de exhibiciones temporarias del Malba son muy conocidas: Lady Gaga con peluca bob rosa, pálida, las cejas pintadas de blanco y los labios de un morado casi negro, que fue tapa de la revista Vogue. Madonna mirando de costado, el pelo rizado largo, rubio natural, look que vino con la adultez de su disco Ray of Light (1998), del que esa foto celestial es portada. La pareja abrazada enjabonada, caliente, tentadora, como Gucci quería vender su perfume Envy. Y Kate Moss sentada en un vanitory con ropa de noche, peinada con un rodete, antifaz negro en la frente y lápiz de labio en la mano. El baño de Testino es espejado y se ve a su eterna musa desde todos los ángulos. También se lo ve a él apoyado en el marco de la puerta, la cara tapada por el flash de la cámara pocket que lleva siempre encima y con la que saca invaluables instantáneas, algunas incluidas en esta misma serie, que compiló a especial pedido del director del Museo de Bellas Artes de Boston en 2012. El pedido fue: que sea impactante y transgresora, que sacudiera la pacatería del público habitual del museo.
La muestra está dispuesta para recrear las habitaciones de una vieja casona, con paredes verde oscuro y zócalos y marcos blancos. La luz es justa, tenue, el clima es atrapante. Hay fotos que miden metros; las más pequeñas son del tamaño de un periódico, el tamaño del libro que editó Taschen para acompañar la exhibición. La mayoría están enmarcadas, pero hay algunas –los desnudos en general– pinchadas directamente a la pared. Una repisa blanca recorre todas las paredes, como si semejantes fotos pudieran, también, estar apoyadas, cercanas como un portarretrato.
La bajada institucional reza que la selección “brinda un panorama completo de su obra y pone de relieve sus provocativos contrastes”, y así es tal cual. La más antigua es de 1993, el desnudo total y enloquecedor del actor y modelo suizo Mickey Hardt; la más reciente de 2012, del futbolista Tom Brady gritando junto un dobermann embravecido publicada en la revista V. Pero los hombres, como en toda su obra –al menos lo que se vio hasta ahora, dice que prepara un libro de desnudos masculinos–, son una provocativa minoría (Eugen Bauder acomodándose la zunga rosa es infartante). Hay fotos casuales de las celebridades que van a las mismas fiestas que él: Nicole Kidman, Gwyneth Paltrow, Oprah Winfrey, su amiga entrañable Anna Wintour, editora de Vogue en Estados Unidos. Gran parte son producciones de moda: Kate Moss y Gisele Bündchen son las supermodelos que más aparecen, aunque se ve una especial dedicación a las menos reconocidas Carmen Kass y Natalia Vodianova. Jennifer Lopez nunca se vio tan sofisticada, Emma Watson conserva la inocencia pero es toda una mujer, Jennifer Aniston no es, mirada por Testino, sólo la buena de las comedias románticas. “Ser fotógrafo es todo seducción porque tienes que convencer a la gente de que te dé algo que no les da a otros”, dijo en la charla. Y las expresiones de sus personajes devuelven eso: un deslumbrante juego de seducción correspondido.
Hace mucho tiempo, quien fuera el editor de la revista Marie Claire –para la que trabajó por necesidad, porque su amor fue siempre Vogue– le dijo que muy bien, que muy lindas las fotos, ¿pero qué las hacía de Mario Testino y no de la modelo retratada? “La imagen es válida cuando tú estás sin aparecer”, dice ahora él, que tiene claro quién es y lo que quiere de su modelo y sabe crear la energía necesaria para lograrlo. “Pero toma tiempo saber quién eres”, sobre todo en una ciudad donde “ser peruano no era la cosa más chic del mundo y la gente te miraba como ‘qué quiere éste’. Después eso se volvió un plus y ahora es ‘guau, es peruano’”.
Testino cumple 60 este año. Nació de padre descendiente de italianos y madre de irlandeses; se crió en una Lima conservadora en momentos en que los conservadores eran mayoría en toda América latina. A él lo insultaban en la calle por los estrambóticos looks que traía de Nueva York, donde hacía de intérprete en los viajes de trabajo del padre. Pero las revistas de moda ya existían en la ciudad y pedían fotografiarlo con su propia ropa (antes de mirar, Testino fue mirado; el dato no es menor). De adolescente vacacionó mucho en Río de Janeiro; fue la primera ciudad extranjera que lo fascinó por sus paisajes y habitantes; su calor, sensualidad, alegría y relajación. Nunca dejó de ir; ahí descubrió a Gisele Bündchen y hasta le dedicó un libro (Mario de Janeiro, 2009). Testino se quería ir de Lima; pasó una temporada en San Diego, pero le pareció muy provinciana. Uno de sus mejores amigos se fue a Londres y lo siguió; era el año 1976; pronto una debacle económica devaluaría la moneda peruana y los giros de la familia no alcanzarían para nada. Había empezado un curso de fotografía para que le dieran la visa de estudiante; empezó a trabajar de mozo y, fóbico a la suciedad en las manos, duró muy poco. Sus primeras fotos se las sacó a sus compañeros de trabajo, actores y modelos que, como él, necesitaban ganarse el pan mientras esperaban el golpe de suerte.
El suyo llegó en 1981 con una doble página en la revista femenina Over 21, una foto en grupo de varios modelos rubios y una modelo negra en el medio. Los fotógrafos de moda y retrato del momento eran dos magos estadounidenses, Richard Avedon e Irving Penn. Testino estudió con atención la obra de ambos, como también la de quienes los precedieron, Norman Parkinson y Cecil Beaton. Las imágenes de todos son de una belleza y dramatismo extraordinarios, pero Testino revolucionó el género; es el latino alegre y caliente que lo corrió de la pura elegancia y le dio carne y relato. Sus modelos se divierten, se tocan, están en movimiento, tan vivos como los personajes de sus instantáneas. Ellas pueden andar descalzas, con los breteles caídos y el maquillaje corrido, como después de una fiesta. Ese momento le interesa a Testino, el de la belleza imperfecta y personal, un momento de franqueza, aun dentro de una superproducción. Con él las modelos no son perchas, son personas con nombre: Kate, Naomi, Gisele; él las convirtió en celebridades porque retrató la individualidad de cada una.
A mediados de los ’90, Testino había devuelto el status a Gucci, publicaba en Vogue y trabajaba para Christian Lacroix, uno de los diseñadores más influyentes del mundo. Como siempre quiso tener los mejores clientes, no se asentó en una ciudad y colgó sus fotos en un estudio propio; al revés, iba adonde lo requerían: Nueva York, París, Milán. Y a la vez que aprendía el idioma, conocía la sensibilidad de las ciudades; eso, además de mantenerlo fresco y renovado de influencias, colegas y amistades, cultivó su costado empresarial porque aprendió qué darle a cada cliente según lo que representara. Siempre dice que no es el mismo ejercicio hacer una foto para Vogue París que para la misma revista en Estados Unidos, donde la tirada es de un millón de ejemplares. En 1995, por primera vez, una personalidad pidió específicamente por él: Madonna, que iba a protagonizar una campaña de Versace. Así como les dio nombre a las modelos, convirtió en modelos a actrices y cantantes; en In Your Face aparecen, por ejemplo, Reese Witherspoon y Sienna Miller con extravagantes vestidos de autor. A Miller incluso la fotografió desnuda, aunque su representante le había dicho especialmente: “No dejes que te fotografíe desnuda”. Pero sus modelos se ven a gusto posando sin ropa para él: Natalia Vodianova y Candice Swanepoel son un milagro de la naturaleza, pero Demi Moore es, además del mejor cuerpo desnudo que él mismo dice haber visto, Demi Moore.
A Testino lo seducen las dos cosas: la alta moda por la fantasía y el adorno extremo, la desnudez por la simpleza y el total despojo. Su itinerario es tan mágico y contradictorio, su mirada tan especial, que él, un fotógrafo de moda y desnudos, terminó retratando a la realeza británica. Después de separarse de Carlos, Lady Di, ya sin el título de “su alteza real”, quiso vender sus vestidos y donar el dinero. Alguien de la casa de subastas Christie’s sugirió promocionar la moción con fotos de Mario Testino, y es con esas imágenes –donde aparece sin joyas, relajada y sonriente como nunca– que todavía hoy se la recuerda. Después retrató a Carlos con su nueva esposa, y no hace mucho a William y a Kate en su compromiso.
Mario Testino es un elegido, el fotógrafo de famosos que nunca miró a sus modelos como un plebeyo: los conquistó uno por uno y se convirtió él mismo en una estrella. En 2011 celebró sus treinta años de carrera y compró una casa colonial en Lima, que restauró y convirtió en museo. MATE bautizó el lugar que hoy, además de albergar y exhibir su propia obra (estaba en un depósito en Londres que le costaba tanto como refaccionar esa casa), planea exponer otros artistas de Perú y el mundo para promover el turismo urbano en su país. “Durante años me preguntaron si mi madre tenía una llama”, dijo al final de la charla, antes de sacarse fotos con los de la primera fila para luego desaparecer, dejando un halo de misterio y fantasía: qué haría Mario Testino esa tarde en Buenos Aires, y qué bueno sería acompañarlo.
In Your Face de Mario Testino se puede visitar hasta el 9 de junio en el Malba, Figueroa Alcorta 3415. Jueves, lunes y feriados de 12 a 20, miércoles hasta las 21 y martes cerrado. Entrada: $ 45.
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