Domingo, 6 de julio de 2014 | Hoy
FENOMENOS Escriben poemas que se licuan en una voz colectiva y, como si fuera poco, se reúnen para recitar en medio de las más sorpresivas performances. Rondan el feminismo y la reflexión teórica de género pero también la vida cotidiana con sus cuestiones más al ras de la tierra. Se llaman Máquina de lavar y pueden sorprender a propios y extraños en cualquier momento.
Por Mercedes Halfon
Hace pocos días el Museo Nacional de Bellas Artes fue sorprendido por la presencia de seis mujeres vestidas únicamente con toallas, que en poses pictóricas y al unísono, leyeron poemas. Eligieron para posarse el salón donde está una de las más valiosas piezas del museo: La ninfa sorprendida de Manet. Ahí, rodeadas por las mujeres de los retratos –esa única forma en la que el cuerpo femenino entró, durante siglos, a los museos–, ellas recitaron sus poemas feministas, programáticos, maquinales. Trash lingüístico hecho de jerga guerrillera, minita, teórica dura, psicológica blanda y poesía contemporánea. ¿Quiénes son estas chicas? El colectivo Máquina de lavar. Se trata de seis mujeres que hace cuatro años vienen publicando textos en Internet –Facebook, blogs– y leyendo en espacios como el Malba, la Plaza de la Lengua, Casa Brandon y diversos centros culturales. Seis escritoras, periodistas, editoras independientes, que eligieron perder la individualidad de su pluma para fundirse en una máquina que funciona al modo del juego de la copa: empujado por todas, dirigido por nadie, como una fuerza que anhela la aparición de una voz. Y esta voz aparece, claro está, invocada por ellas seis: Josefina Bianchi, Marina Gersberg, Marina Mariasch, Majo Moirón, Flor Monfort y Noelia Vera.
Acaba de salir su primer libro de poemas colectivos La pija de Hegel, que viene a completar la línea que este grupo propone en la más nueva poesía contemporánea. Han traducido Bajo el cielo de Géminis de Noelle Kocot y preparan para este año la salida de Chiqqun, Materiales preliminares para una teoría de la mujer/ minita/ piba/ chica, todos ellos por editorial Pánico el pánico. Hay algo de batalla cultural en la propuesta, que recuerda un poco a las aún vigentes Guerrilla Girls. Se nombra a Cristina Fernández, a Nilda Garré, referentes de mujeres bellas y fuertes. En los poemas y en sus performances públicas –donde leen siempre con algún elemento disruptivo, un cuchillo que pasa de mano en mano, canastitas de Heidi, o las mencionadas toallas– hay algo de reivindicación canchera, provocadora, experimental de un lenguaje que se arma a la manera de cadáver exquisito –el célebre método poético de los surrealistas– pero que acá no está puesto al servicio de una escritura del inconsciente sino, por el contrario, de la hiperconciencia femenina, muchas veces fragmentada, estallada, dividida en mil frentes. Como dice el poema que da nombre al libro: “Separás las aguas/ mi mujer, mis putas, no entendés que somos/ todas a las vez las categorías/ son anillos de fantasía”. Ante las preguntas que siguen, cabe aclararlo, las chicas de Máquina de lavar contestaron lógicamente en forma colectiva.
¿Cómo se formó Máquina de Lavar?
–Empezamos a trabajar juntas como grupo de taller, aunque ya desde el comienzo se generó un mecanismo aceitado de interacciones que funcionaba tanto en las afinidades –estéticas, ideológicas– como en las diferencias: de origen, formación, de edad. Esto fue derribando ese mito que circula de que cuando un grupo de mujeres se junta se terminan sacando los ojos. Había un sentimiento importante de empatía y solidaridad, no sólo entre nosotras sino con todas las mujeres. Incluso cuando fuimos pensando que ser mujer, además de azar, como dice Simone de Beauvoir, es una circunstancia. Pensamos en el “estar mujer”, como “estar gay” o “estar varón”, estados que a veces atravesamos. Y ese vínculo persistía. Nuestras reuniones consisten en leer y escribir, pero también en discutir las políticas culturales hegemónicas y de los distintos sectores, las políticas editoriales tanto de los grandes monstruos que pueden inventar una colección separatista de chicas, o de las editoriales independientes que pueden publicar una antología donde hay una sola mujer. Pensamos por ejemplo por qué hay tanto consenso sobre determinados autores, o por qué, a esta altura de la civilización, alguien puede preguntarse si hay escritoras mujeres. De esas discusiones, donde a veces el tema pueden ser también políticas de Estado, fueron surgiendo los poemas que escribimos.
¿Cómo pensaron el pasaje de la escritura colectiva a la performance?
–Pensamos que leer en público consiste de por sí en un acto performático. Si bien para nosotras la prioridad es el texto siempre, nos dimos cuenta de que el hecho de que hubiera seis mujeres en un escenario provocaba algo diferente de cuando hay una sola persona sentada leyendo con su libro. En una lectura, por ejemplo, nos dijeron que había mucha menstruación, cuando es un tema que se nombra elípticamente en uno o dos poemas, como en el poema de Nilda Garré, “Cuando a Nilda le viene, Nilda se va”. ¡Mucha concha junta! (risas). Fuimos haciéndonos cargo de esa incomodidad que se genera sin que tampoco se convierta en algo teatral. Trabajamos con Vivi Tellas, introdujimos algunos elementos, pero no siempre.
Los poemas de La pija de Hegel son ante todo rítmicos: frases cortas, sin subordinadas, enunciados que si bien son ambiguos tienen algo de enunciación marcial. En los títulos, sin embargo, se juega con el humor y el uso de grafismos de la escritura virtual (emoticones, bah) que acompañan los poemas de un espíritu juguetón que parece venir a sacarle peso literario para cargar las tintas en lo coyuntural, en la intervención sobre el presente.
En el prólogo Ezequiel Alemian dice que ustedes trabajan con unos “restos de lenguaje escrito”. Como si lo que hicieran con la Máquina fuera más una deconstrucción de una lengua que la invención de una nueva. ¿Lo ven así?
–Están las dos cosas, la deconstrucción y lo nuevo que se engendra en ese proceso. El uso de las anomalías gramaticales o los neologismos y los emoticones, eso que llamamos “chirimbolos” de Internet. Hay restos de lenguaje, mezcla de registros, desprolijidades, que elegimos dejar ingresar y se vuelven funcionales, todo queda integrado a la poesía. Nuestro faro es no perder el lirismo. Escribimos en un flujo donde confluyen lecturas sobre materialismo, nuestras conversaciones, pensar si estamos gordas o flacas, nuestros asuntos personales. Es como somos nosotras, las múltiples miradas. O, por ejemplo, cuando decimos “el lenguaje es la casa de los nietoides”, estamos reescribiendo Heidegger y hablando de las nuevas familias. Ya no sólo está lleno de nietos sino también aparecen otras figuras como los nietastros, los nietoides, hablando a su vez del pasaje hacia esas nuevas lenguas del futuro, que todavía desconocemos.
Y hay algo provocador también en esa mezcla o ese uso de la filosofía y del lenguaje. Que aparece también en el título del libro.
–Quizá resulte provocativo que no jerarquizamos los usos del lenguaje y las palabras como Hegel seguida de pija pueden resultar provocativas en ese choque, en la mezcla. Ese formato de la conversación que resuena tanto en los textos de máquina junto a voces que se escuchan en la calle o en los medios, ciertas formas también propias de las tecnologías, son elecciones estéticas, apuestas a la forma. Joyce trató de plasmar esa nueva realidad lingüística que aparecía con el descubrimiento del inconsciente, eso era lo nuevo. Hoy las formas, los formatos, son otros que incorporamos y procesamos. Hay lenguaje publicitario, hay emoticones, hay lírica y citas de textos formales al lado de formaciones bastante coloquiales. Quizá de ese centrifugado o ese lavado especial que resulta de otorgar a la diversidad de lenguas un mismo estatuto, todo girando en el mismo tambor, es que se genera ese efecto no tan buscado como señalado, que es el de la provocación. En el fondo, nos parece, es sólo poesía. La poesía que nos interesa inquieta, conmueve, provoca.
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