Primero fue volver a leer El teatro y su doble, libro magistral donde grita y escupe contra la historia toda del teatro occidental dominado por la literatura (“literatura actuada”) y propone, en cambio, un teatro donde el cuerpo del actor en su multiplicidad pueda ser el centro de la acumulación dramática. La palabra como materia sonora jugando con el tiempo y el espacio. Proponía la palabra como música, como balbuceo, como murmullo. El teatro en el cuerpo del actor. Su especificidad. Pero Artaud es su propio fracaso también. Fracasó en el teatro que dirigió, fue echado del grupo de los surrealistas, regresó muy mal de México y vivió mucho tiempo en psiquiátricos. Los últimos años: electroshock, cambio de nombre, discurso mesiánico, refutando todo lo que había escrito. Terminó quebrado.

En el proceso que empezamos a ensayar ya hace unos meses con los actores Pablo de Nito, Elvira Onetto, Diego Cremonesi, Verónica Schneck y Rafael Solano, con la asistencia de Clara Fortín, quisimos escapar de toda referencialidad. No quisimos desde el vamos hablar sobre Artaud. Sólo robamos ciertos signos de su vida, motivados por las cartas que le escribió al médico desde el psiquiátrico, y empezamos a zapar, a improvisar, a desarrollar vínculos, el entre. Incluso bebimos en las fuentes venenosas de Louis Ferdinand Céline con su Viaje al fin de la noche. Céline y Artaud contemporáneos entre sí y franceses los dos. El electroshock como una máquina que genera enamoramiento, neurosis y que en un momento, como en toda relación de pareja, ya no pega más. La máquina que provoca olvido para poder amar. Y sobre todo fracasar, fracasar y fracasar.

También hablar de psiquiátrico en Buenos Aires es hablar de la represión del Borda realizada por la policía metropolitana. Es hablar de eso. Es quizás hablar de una ciudad donde ya no hay locos porque se los ha reprimido. Y donde el psiquiátrico se ha convertido en una gran playa de estacionamiento donde lo único que se puede hacer es robar un poco de nafta.