› Por Andrea Prodan
David Bowie nació en Brixton. Yo recuerdo Brixton. Él nació en el 1947. Yo vi Brixton en el 1971. Cruzaba este barrio-suburbio cada vez que salía de Londres para ir a mi colegio de internado. No había cambiado desde la guerra. Te miraba pasar: una boca sucia, machucada, con austeras casas de tres pisos, negras desde decadas, como hileras de dientes rotos sin esperanza de arreglo. Brixton era Fea, sucia y mala. Pero el orgullo de la clase obrera inglesa es conocido. Y las ambiciones de su clase media tirando a baja aún más.
Leo que David creció a la sombra de su hermano mayor de 9 años, Terry, gran cultor de buena música y que, además de ser una guía portentosa, le enseñó a tocar el saxo desde chico. La vida de Terry se acabó de manera trágica. Pero David ya estaba impregnado, y siguió adelante. Componía. Cantaba. Se re-inventaba. Yo también crecí a la sombra de un hermano copado, gran guÍa musical, talento para regalar y final trágico. Para Luca, Bowie era sagrado. Desde la torre que albergaba su casita-refugio en Tarquinia, Italia, Luca dejaba girar su copia de Space Oddity por infinidad de horas, con su hermano aniñado (yo) apoyando su cabeza cual gato cerca del único parlante, en un estado de beato estupor. Nadie escuchaba a este artista en Italia todavia. Era nuestro maravilloso tesoro, parte de la suerte de ser divididos entre dos culturas. Incómodo e inquietos desde siempre. En Bowie vibrabamos esta triste y deliciosa inquietud. Era un amigo... desconocido.
Luca dejó su colegio escocés de manera escandalosa. Un grito de rebelión. Mis padres, lejos de comprender, repiten la receta conmigo. A los nueve años me depositan en Brambletye, un ex-castillo (ahora escuela para pupilos), perdida en la gran foresta de Ashdown, en el sur de Inglaterra. Mi padre me regala una cassettera Sanyo, con un cassette de Beethoven y otro de versiones de los Hits del Verano. Aún siendo algo cursi, me salvó la vida: ahí estaba ‘All the Young Dudes’. Lo escuché tanto que entró en mi ADN. El cassette (muy trucho) decía que era de Mott The Hoople. Solo muchos años después descubrí que era, en realidad, un tema de Bowie.
Mi primera novia se llamaba Susan. Gran cultora de buena musica. Con dos hermanos mayores melómanos. Bowie era su artista de cabecera. Leonard Cohen y Steve Harley (y los Cockney Rebel) a los talones. Llegó Low para acompañar los momentos mas oscuros de nuestra relación (la muerte de su hermano y, una semana antes, de mi hermana), y ‘Heroes’, con su mítico estribillo, selló nuestra simbiótica relación de manera asombrosa. Susan y yo ÉRAMOS Bowie. Era nuestro padrino. Nuestro espejo estético. Estabamos ‘conectados’. Mi hermano seguía con su predilección por Bowie, como artista solista. Encontraba subterraneas afinidades con las crípticas referencias a las drogas pesadas que ambos estaban manejando, pero el cerco se estaba cerrando sobre Luca. La heroina y la resaca del suicidio de nuestra hermana, Claudia, lo hacian menos expuesto al entusiasmo, a pasiones por asuntos ‘externos’.
En el verano del 1980 yo viajaba en un auto por una autopista inglesa, con mi novia y un amigo alemán. Paró de llover. El disc-jockey en la radio anuncia con orgullo evidente: “Soy Terry Wogan, y este es el flamante single del señor David Bowie” Mis dedos cayeron como garra de halcón sobre la perilla del estereo y... ¡pow! Pasaron dos cosas: arrancaron las primeras, sorprendentes, notas de ‘Ashes to Ashes’, y salió el sol. ¡El Duque lo había logrado otra vez! Tras unos largos meses de silencio, había vuelto, infundiendonos de esperanza, nuevos sonidos, y la posibilidad de bailar... ¡con inteligencia! Había sacado de su cueva a un deprimido Robert Fripp, y este, nos regaló sus guitarras en ‘Fashion’. Maravilla.
Pero...
Luca se escapa a Argentina, para sobrevivir a sus adicciones y relaciones peligrosas. Yo vuelvo a Italia, convocádo por la colimba. Mi novia me deja. Termina una década. Termina una época. Empieza el dominio del ‘No arte’, del narcisismo hueco y de la prostitucion al servicio de la fama. Nace MTV y mata al imaginario colectivo (parte del secreto del Rock). Dios $$$ se encarga de clavar el último clavo en el ataúd del Arte. ¿Y Bowie? “Can you hear me, Major Tom?” ¿Qué hará nuestro guru camaleóntico? Lo que hizo fue adaptarse a la época. ¿Se ‘superficializó’ el mundo? Se hizo ‘light’ Bowie. ‘Let’s Dance’ era el lema. Los ‘70 habían sido geniales musicalmente, pero densos... intensos. Era hora de exhalar... de alivianar. Aquel disco fue el éxito mas grande de ventas de su carrera. Bowie pasó a dedicarse a grandes shows, hiper-producidos, para estadios. Era una superestrella mundial, en trajes Armani. No sé que pensaba Luca, en Argentina. Sospecho que la cosa no le agradaba. A mi tampoco. Cuando lo vi en su exagerado ‘Glass Spider Tour’ en una mega-cancha en Roma, ví a un Bowie hueco, perdido entre musicos no afines a él y rodeado de coristas y bailarines. Era una fanfarroneada llena de efectos no satisfactorios. Un bajón.
Para entusiasmarme me quedaban los Talking Heads... y Sumo. El resto era casi todo para llorar. (Y pensar que Luca tocaba ‘Five Years’ con su banda en el año 1982. Le brotó por instincto, a manera de homenaje personal). El Rey había muerto. ¿Había defraudado a sus verdaderos seguidores? ¿Se había vendido? Silencio. Dolor. Luto. Muere Luca. ‘Muere’ también nuestro idolo, y con él casi todo. Muere Zappa. Ok. Me rindo. David B. actor nunca me gustó. Así que pierdo interés. Por razones personales y crisis familiares casi ni escucho musica por unos años. Me ‘pierdo’ su próxima vuelta. Pero Outside es otra cosa, y me devuelve mi fuego sagrado. “Luca... ¿dónde estás ? ¡David Bowie ha vuelto!” Obviamente es un disco ‘inside’. Un retorno a la búsqueda, a este mundo entre el audio y la imaginación. No está ahi para complacer. Bowie se divierte... con SUS fantasmas. Si te copás, bien. ¿No te gusta? Es TU problema.
Nada casualmente grabé mi disco Viva Voce por aquella epoca, en Enero/Febrero del ‘95. Prometí mandarle una copia a una amiga, la actriz Susan Sarandon. Me escribió pidiendo dos mas, para pasarle a ‘dos amigos’. Ella se quedó, celosamente, con el primero. Unos pocos meses después abro mi casilla de correo, en el pueblito serrano de Nono (donde vivo desde entonces). Una carta en un sobre con estampilla britanica. Un logo. ‘Real World Records’. Peter Gabriel me felicita, personalmente, por mi disco. El otro ‘amigo’de Susan era David Bowie. Nunca supe si lo escuchó.
Mi oportunidad para preguntarselo en persona llegó en 1998. Otra vez mi hermana, Michela. Me dice: “Andrea, estoy en un lugar fabuloso detrás de las Montañas de Carrara, en Italia, trabajando en un imponente ‘spaghetti western’. La semana próxima arranca David Bowie. Será el malvado que aterroriza un pequeño pueblo. Tu amigo Harvey Keitel es el alcalde que lo tiene que enfrentar. Veníte.... te vas a divertir.” La noticia provocó en mi una mezcla de placer y agonía. Estaba yo enredado en otro proyecto fílmico y las fechas no daban. Además este ‘set’ era realmente inaccesible. La presencia de las dos estrellas era un secreto.
Llega Bowie, y seduce a todo el mundo. Es educado, muy curioso, y nunca habla de si mismo. Adora los viejos sastres italianos, y charla con ellos sobre Visconti, Fellini, Pasolini y Scola. Toma té con las peluqueras y maquilladoras, descubre sus secretos. Van diez días y nunca ha agarrado un instrumento, y oportunidades no faltaron. Un día, Keitel se permite un capricho de estrella. Durante una escena nocturna, exige que Bowie esté presente, sólo para pasar a caballo detrás de una ventana, bajo una lluvia infernal. Bowie estaba algo engripado. Aceptó. Lo vistieron, lo subieron al caballo... y pasó afuera de la ventana, bajo la lluvia, para hacerle el favor a Keitel. Keitel detiene todo. Se queja de que Bowie tiene un gorro moderno tipo capitán de barco en la cabeza. El set se pone muy tenso. Bowie pide que Harvey salga afuera para intercambiar unas palabras.
Harvey se sorprende, pero sale... con cara de duro. Desde adentro todos miran sin saber qué se dicen. Excepto mi hermana, la encargada de los diálogos de la película, tiene auriculares conectados a los micrófonos de los actores. Y el inglés es su idioma materno. Lo que escucha la ilumina. “No sabés, Andrea. Bowie con muy pocas palabras lo hizo sentir una mierda a Keitel. Ni una palabra afuera de lugar. Todo un señor, pero letal. Quería gritar: ¡Bravo!, pero tuve que hacerme la boluda. Keitel regresó como un caniche con la cola entre las piernas. “Dejenlo ir a David...” dijo, fingiendo cancha. “Me las arreglo solito”. Bowie ya se había largado, al galope.
Cuando llegué al set de Il mio West , el Duque Blanco ya se había ido. Se llevó unas mesas pintadas y un biombo que le compró a mi hermana. Michela se dedicaba a estas finas artesanías, inusuales y muy bien terminadas. Bowie quedó impactado. ¿Quien sabe en cuál de sus casas residen? ¿Y Viva Voce? ¿Alguna vez lo escuchó?
A esta altura, nunca lo voy a saber.
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