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Domingo, 11 de julio de 2004

La impura verdad

por Rodrigo Fresán

Una cosa está clara: la imagen fotográfica –primero quieta y enseguida en movimiento– cambió para siempre no sólo la Historia de la humanidad sino el modo en que la humanidad percibe la Historia. Adiós a las ilustraciones, a los testimonios orales, al cómo pudo haber sido siempre por escrito. De pronto, ahí estaba la evidencia incontestable, la prueba documental: ese tren entrando a esa estación de París, esa bomba atómica, ese presidente en descapotable al que le vuelan la tapa del cerebro y todos esos grandes programas del History Channel o del Channel 4. Lo que no ha impedido que –a pesar de nombres como Eisenstein en el México insurgente, Riefenstahl en la Alemania olímpica y nazi, Welles en el carnavalesco Brasil, Capra en las cabezas de playa de la Segunda Guerra Mundial y Mrs. Coppola registrando la locura de su marido durante la filmación de Apocalypse Now–, el documental nunca haya sido un género demasiado popular tal vez porque, sí, la gente va al cine a ver mentiras, a olvidarse en la oscuridad de todas esas encandilantes verdades de ahí afuera. Y, además, para padecer postales de la realidad, alcanza y sobra con los horrores del video doméstico.
Todo esto parece haber cambiado con la llegada de Michael Moore como buque insignia de una demorada edad de oro del documental inmediatamente precedida –a no olvidarlo– por las nunca del todo bien ponderadas E! True Hollywood Story, la avalancha de los reality shows estilo Jerry Springler y los programas de supervivencia, encierro y aguante en vivo y en directo como Gran Hermano y todo eso. Así, ahora la moda es calentar butacas para experimentar el ardor de la verdad verdadera y adiós a esos placeres culposos como los delirios de Erich “¿Fueron los dioses astronautas?” von Danniken en Recuerdos del futuro o Mondo Cane o Reefer Madness o Shirley MacLaine en el Cuzco explicando qué es la reencarnación de no sé quién y –muy de vez en cuando– las diatribas de ese primer rapper que fue Muhammad Ali en una obra maestra como When we were Kings. Ahora –con Fahrenheit 9/11 en el primer puesto de recaudaciones en EE.UU.– se trata de disfrutar no de los efectos especiales sino del insuperable efectismo del true story a secas y no reformulado a partir de un guión y de actores más o menos famosos. Así, el documental –hasta hace poco anclado casi exclusivamente en la categoría rockumental o impiadosamente parodiado por Christopher “Spinal Tap” Guest y su troupe– ya no es la excepción sino la nueva regla. Sépanlo: el Gran Padrino unánimemente reconocido del género es el hoy septuagenario Albert “Gimme Shelter” Maysles, aquel que capturó el momento exacto en que un Hell Angel apuñalaba a un negro durante un descarrilado concierto de los Rolling Stones.
Y aquí vienen, éstos son algunos de sus ahijados y los documentales que ya están o que se vienen:

Aileen: Life of a Serial Killer, de Nick Broomfield, o la segunda parte de su Aileen Wuornos; The Selling of a Serial Killer (1992), retomando la historia de la asesina serial que le sirvió a Charlize Theron para ganarse un Oscar. Broomfield es todo un veterano en estas lides y ya cuenta con un abultado y controversial resumé: The Leader, His Driver and the Driver’s Wife (de 1991, es la historia del racista y demagogo sudafricano Eugene Terreblanche narrada a través de los ojos de su chofer); Tracking Down Maggie: The Unofficial Biography of Margaret Thatcher (de 1994, y el título lo dice todo); Heidi Fleiss: Hollywood Madam (de 1995, investigación del escándalo prostibulario que estremeció a Beverly Hills); Kurt and Courtney (de 1998, donde Broomfield insinúa que la esposa de Cobain tuvo algo que ver con el tiro del final); Biggie and Tupac (2002, exposé de las grandes batallas entre rappers). En la actualidad, Broomfield le está dando vueltas a la idea de hacer “algo” con Tony Blair –“la arrogancia de ese hombre es algo increíble”, suspira– y soporta con cierta entereza y resignación los embates del Huracán Michael. Porque lo cierto es que mucho antes de que Moore impusiera eso de que “el documentalista es la estrella”, Broomfield ya llevaba décadas poniéndose frente a la cámara como parte integral de la historia verdadera a descubrir. El recurso –el tipo delante y no detrás de la cámara– fue para Broomfield un acto de rebeldía contra “esa omnipresente y autorizada voz de los locutores de la BBC y la dialéctica incomprensible de esos documentales de los sesenta”.
Capturing the Friedmans, debut de Andrew Jarecki, o el drama de una familia defendiéndose de cargos de abuso sexual infantil. Jarecki tiene una interesante teoría para explicar este boom documental: “Los noticieros están tan editados y controlados, y los segmentos informativos son tan breves que la gente tiene hambre de verdades más... largas”.
Comandante, Looking for Fidel y Persona Non Grata de Oliver Stone, o cómo un tipo polémico y a menudo acusado de manipular la Historia –JFK, Nixon– va a visitar a líderes políticos todavía más polémicos. Hasta el momento, dos sobre Castro y una sobre Yasser Arafat. ¿Para cuándo Menem?
Searching for Debra Winger, de Jean-Marc Barr, o de cómo Hollywood margina a las actrices cuando superan cierta edad. Rosanna Arquette es la anfitriona y se quejan stars como Jane Fonda, Sharon Stone, Holly Hunter y, por supuesto, Debra Winger.
Etre et Avoir, de Nicolas Philibert, o un año de clases en una escuelita de la campiña francesa.
The Agronomist, de Jonathan Demme, se sumerge en la convulsionada actualidad de Haití a partir de la figura de Jean Dominique, agricultor y a la vez dueño de la única radio independiente del país. Demme –se sabe– es habitual realizador de documentales entre los que se cuentan sus celebrados pop-portraits de Talking Heads y Robyn Hitchcock.
The Fog of War de Errol Morris, ganadora del último Oscar en su categoría, vista en el último Festival de Buenos Aires y exploradora de la controvertida figura del secretario de defensa de JFK y LBJ, Robert McNamara. Morris –alguna vez investigador privado– ya había llamado la atención en 1988 con su debut en estas lides, The Thin Blue Line, donde seguía el juicio a un policía acusado de asesinato.
Touching the Void, de Kevin Mac Donald, ganadora del último premio Bafta al Outstanding British Film of the Year y ascendiendo a las cimas más altas con lo que ocurre dentro de un grupo de escaladores de montaña.
Supersize Me, de Morgan Spurlock, o cómo comer nada más que hamburguesas por un mes y vivir para filmarlo. Tras los pasos de Moore, Spurlock –ganador con esto del último Sundance– pone alma y estómago para denunciar los horrores que se esconden detrás de la industria de la comida-basura y buscar una explicación a la cada vez más epidémica gordura norteamericana. Lástima que no haya entrevistado a Moore para la película.
Weird Weekends, de Louis Sebastian Theroux, o la versión milenarista del Believe or Not! de Ripley filtrado por la mirada casi antropológica y trash del que se sumerge en diferentes tribus urbanas, minorías mutantes, o aristocracias decadentes. Theroux –hijo del novelista y alguna vez corresponsal para el show TV Nation de Michael Moore– ha recopilado los mejores tramos de sus programas en formato DVD.
Searching for the Wrong-Eyed Jesus,
de Andrew Douglas, o un descenso al Deep-South norteamericano –abundan los personajes freaks dignos de Carson McCullers o Flannery O’Connor– con el gran song-writer Jim White como guía y anfitrión y, sí, más freak que todos los demás.

Bus 174 de José Padilha, o la persecución a un autobús secuestrado por Sandro, un joven brasileño pasado de merca, que acaba siendo estrangulado por oficiales de policía. Y todos felices.

Bob Dylan Anthology, de Martin Scorsese o –tras los pasos de The Beatles Anthology– el intento de retratar a un inasible clásico americano. Scorsese –quien se inició en Woodstock, dirigió The Last Waltz y coordinó y dirigió uno de los capítulos de la serie The Blues– parece haber acorralado a un Dylan que recuerda con esa voz los años que van hasta la grabación de Blonde on Blonde y su misterioso accidente de motocicleta.

Ruby’s Celebrity Bash y Ruby’s Health Quest, de Ruby Wax, o la versión femenina de Louis Sebastian Theroux a la hora de burlarse de los ricos y famosos y las terapias alternativas. En la actualidad, Wax prepara un nuevo documental entrevistando mujeres célebres durante su cumpleaños número 50.

El patriarca Maysles ve en todo esto una tendencia inevitable: “Del mismo modo que la ficción cada vez se nutre más de la no-ficción, lo mismo ocurrirá en los próximos años con el cine”. Peligros atendibles: este oficio puede convertirse en un metier peligroso (un documentalista japonés murió al “caer” de un techo mientras filmaba un documental sobre la yakuza), y lo económico del formato sumado al bestial éxito de Moore provocará, seguro, que todos salgan por las calles con camarita al hombro para empezar mirando a otros y acabar haciendo foco sobre sus propios rostros con esa pasión tan vieja como el cine. Porque –verdadero o falso, historias oficiales o no– lo que todos quieren es ser estrellas. Y hacer Historia.

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