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Domingo, 27 de marzo de 2005

Mitossaurius Rex

 Por Leonardo Moledo

Los dinosaurios reemplazaron a los astronautas como Gran Mito Científico-Cultural, y llenaron el espacio creado por el reflujo de la carrera espacial, ahora disputado por el calentamiento global y otras preocupaciones ecológicas. Como el Che Guevara y Madonna, ilustraron remeras y llaveros, y se internaron en las divagaciones del genoma humano, hasta consagrarse en Jurassic Park. Son (eran) grandes, feroces, temibles, son la metáfora del triunfo imperial en la Guerra Fría, fueron los reyes del planeta y dejaron sus huesos para el disfrute y regocijo de las especies que heredaron la tierra (tímidos mamíferos de dos patas, un poco estúpidos, capaces de servirse del lenguaje y el fuego, incapaces de hacer nada que valga la pena).
Allí están, en los museos, con el porte de la tragedia (o de la ópera), refrescando el mito del héroe prehistórico, evocando un mundo donde las cosas no tenían nombre, y donde lucharon por la supervivencia durante 180 millones de años. Algo habrá en nuestra especie, que no coexistió con ellos, para situarlos en la cumbre de la admiración y el terror: el mito del Gran Reptil sigue estando fresco, probablemente de viejos terrores de la sabana y el bosque (algún día habría que averiguar qué hay de memoria evolutiva en el origen de los mitos y tratar de detectarlo en medio de la maraña cultural). Los rodean las metáforas: invulnerabilidad, ferocidad, gigantismo, símbolo de la fuerza y el poder: el paradigma, el dinosaurio por excelencia, el Tyrannosaurius Rex, lleva la realeza en su mismo nombre.
¿Qué nos enseñan los dinosaurios? ¿Qué tienen para decirnos, qué palabra podemos esperar de ellos? No develan el misterio de la vida, que se está descifrando en los laboratorios, donde pequeños virus y bacterias artificiales cobran realidad en las cabezas de los genetistas. No develan el misterio del pasado escurridizo; son muy modernos para hacerlo: en relación con el nacimiento del planeta y de la vida son casi nuestros contemporáneos.
Pero sí, quizás, puedan darnos un mensaje político: un día (que duró quizás un millón de años) fueron barridos de la superficie del planeta, fueron borrados del staff de las especies, fueron exiliados de los caminos de la evolución. Hay quienes dicen que se transformaron en aves –y puede ser–. La verdad es que parece una historia mitológica: un dios griego, castigando a los monstruos por sus pecados de hybris y transformándolos en pájaros.

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