Domingo, 30 de septiembre de 2007 | Hoy
Por Vivi Tellas
En la Lugones no se ven películas, se ven autores. Se dice: vamos a ver a Kaurismäki, vamos a ver a Godard, a Scorsese, a Kitano, a Truffaut, a Visconti, al último director de cine asiático que está revolucionando el cine, vamos a ver a los directores más atrevidos, vamos a ver obras de arte. La Lugones es la sala de las obras de arte del cine. La arquitectura tan exquisita de la sala siempre me hace sentir que estoy en una caja de bombones y yo soy el de licor envuelto en papel dorado. La sala tiene esa magia especial de convertir al público en protagonista.
Ya en la cola de abajo estoy mirando a quienes serán mis compañeros de viaje en el ascensor, con los que de inmediato siento una complicidad instantánea, aunque me doy cuenta de que somos muy diferentes. Y no puedo dejar de pensar en cada una de esas personas, por qué vienen a ver hoy, miércoles a las 14, la última película de Tomu Uchida, la nueva ola del cine japonés todavía por descubrir.
Una vez en el décimo piso siempre hay acontecimientos con el público, gente que discute en voz alta sobre si era cine o no la película que vieron el día anterior, mujeres que le gritan a la pantalla: ¡cuidado, cuidado, tiene un revólver!, alguien que come un sandwich de milanesa preparado especialmente para la ocasión haciendo mucho ruido, jóvenes existencialistas concentrados que con seriedad toman notas durante la proyección con una linternita, personas locas que cambian constantemente de lugar durante toda la película, enamorados que no dejan de besarse en la sala más popular y exclusiva de Buenos Aires. Y en ese momento, me doy cuenta de que "estamos todos" y que acabamos de fundar nuestro propio mundo, un mundo aparte. Ese mundo es único, único cada vez que voy a la Lugones.
¡Ojalá vuelvan a dar la de Pascale Ferran, Lady Chatterley! ¡Genial!
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