Domingo, 30 de septiembre de 2007 | Hoy
Por Juan Jose Campanella
1979. Yo terminaba el primer año del Grupo de Profesionales del Cine, y en el examen de historia del cine me preguntaban sobre Bergman, Kurosawa, cine ruso, etc. Yo sabía poco y me interesaba menos. Un profesor le comenta al profesor invitado: "Es que a él le gustan las comedias". El profesor entonces me pregunta por Capra. Ni idea. Me bocharon. Ese febrero, la Lugones daba Qué bello es vivir. Casi seguro era un miércoles. Fui a la primera función. En esa época daban un programa de mano, de papel naranja, que realmente tenía buena información sobre la película. Ahí me entero de que trataba sobre un hombre y su ángel guardián. "Qué estupidez", pienso. Empieza la película. Dos horas y cinco minutos después, era otro. Tuve que quedarme a que empezara de nuevo y salir con el cine a oscuras, porque me daba vergüenza que me vieran llorar tanto. No sólo era y sigue siendo la película que más me impactó en mi vida, sino que ni siquiera sabía que el cine podía conmocionar tanto, que podía trascender lo estético, lo cinematográfico y transformarse en una experiencia de vida. Largué Ingeniería y me dediqué al cine por completo, sin saber en dónde me metía. Tampoco sabía que esa película había sido vilipendiada por los críticos de su época por cursi y populista. Fue hace 27 años. Hoy día, vi Qué bello es vivir 83 veces. El cine ruso sigue sin gustarme.
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