Domingo, 10 de julio de 2011 | Hoy
(escritor)
En toda mi vida nunca he pintado una en una pared, nunca. Porque no me salía bien el círculo. Cuando todavía pensaba que valía la pena expresar un pensamiento sobre una pared porque así alguien lo leería y reflexionaría sobre el mismo –y esta es una de las certezas que ya no poseo– se usaba la pintura con lata y pincel. Con este instrumento no era fácil hacer un buen círculo redondo: era necesario tener mano izquierda, era necesario ser pintor. Si la anarquía es orden, la es el modo más simple y bello de plasmarla. Eso pensaba yo, y estaba equivocado naturalmente. Pero la anarquía no se puede decir, como no se puede contener en un número la superficie de un círculo, sino es en una aproximación simplificadora. Ahora ya sé cómo están las cosas y no estoy tan contento. Ahora que para escribir estas líneas he mirado en Internet a ver qué se dice en el vasto mundo sobre la , me doy cuenta de que ha sido una buena idea gráfica, una cuestión de funcionalidad, una solución que no está nada mal para trazar una concisa pintada realizada de prisa.
(economista agrario, fundador en 1971 de la revista mensual revista anarchica, uno de los padres de la )
Ninguno de nosotros en la Gioventú Libertaria se esperaba gran cosa. O quizá sí: el único que hizo alguna objeción a la adopción del símbolo lo hizo argumentando que era demasiado simple y por tanto “falsificable”. Cualquiera habría podido firmar así cualquier cosa. Temía por tanto un éxito excesivo para potenciales usos distorsionados o en cualquier modo no deseados. El símbolo me parece todavía muy eficaz, ya sea como signo de revuelta antiautoritaria, ya sea como “firma” de los múltiples anarquismos contemporáneos.
(músico de Sui Genesis)
Punkrock y anarquía son una pareja natural, amantes destinados a poseerse recíprocamente desde los albores de su existencia. No sorprende en absoluto que una de las canciones más significativas de los Sex Pistols, sea justamente “Anarchy in the UK”, con aquellas rimas dispersas entre los textos que hacen armonizar “anarquista” incluso con “anticristo” para desquiciar un lugar común que quiere hacer de Cristo –en realidad uno de los espíritus más libres y anarcoides de todos los tiempos– el depositario de la más rígida moral impuesta a los hombres por la iglesia de turno.
(escritor)
Se trata de un símbolo “euclídeo”, incluso “leonardesco”, donde la simetría se muestra en toda su esencia, brilla como, justamente, una lección magistral de geometría, es más, es la simetría hecha signo, cuerpo gráfico. Y esto mucho más allá de cualquier obstáculo ideológico, sí, más allá de la iconografía libertaria que en otros lugares se confía a la antorcha decimonónica. En este sentido, si la cosa no pudiera parecer una referencia teológica, se podría decir que en la es posible incluso entrever el alfa y el omega, el inicio y la consumación del todo.
(escritora)
El signo, a veces, llega antes que el sentido. Es un gesto del corazón, no es necesario tener que explicarlo. “A” es el primer signo. La letra que señala el principio. El número 1. Un punto de partida. El acto de nacer. El momento desde el cual se comienza. Todo puede suceder.
Potencialidad infinita, por tanto infinita libertad.
El signo no es una necesidad primaria, sino la consecuencia del deseo de dar un nombre. Escribir es (debería ser) un acto de libertad. Para ser sinceros: buena parte de la vida debería ser un acto de libertad. Se pasa de la A a la Z de la vida sin nada en medio, saltándose la secuencia desordenada de gestos libres que deberían ser su sentido. Así, el signo que debería haber sido consecuencia del deseo de dar un nombre se convierte en una armadura vacía: el caballo inexistente armado para batallas que no son las suyas.
Así tenemos todas las partes: la A, el círculo, los colores. El signo llega antes que el sentido. Que es el de la libertad, precisamente: el único sentido posible.
(escritor y músico)
Como para apretar los tiempos, para tomar un atajo, si el anillo debe cerrarse, que se cierre cuanto antes. De todas maneras, aquel anillo deberá ser derribado y entonces qué importa si no es verdaderamente un círculo. Lo que cuenta de aquel anillo imperfecto es lo que derriba. Es aquella A que lo abate desde abajo, incrustándose con la punta en su vacío, y lo traspasa, emergiendo por arriba. Y entonces la A sí que es perfecta. Es la A el vector del movimiento, la figura perfecta del asalto al cielo.
La , por tanto, es una etapa –un puro tránsito–, a nada remite, pero dibuja la voluntad de “acabar definitivamente” y a la vez de “comenzar de cero”. Designa el lugar del puro (re)comienzo: el círculo es el éxtasis de la nada, y la A que lo supera el éxtasis de la creación.
(crítico literario y cinematográfico)
En una de las más grandes novelas del siglo XIX, La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, escrutador concreto y metafísico de la “innata depravación del alma humana”, la joven Hester Prynne es obligada a llevar sobre el pecho de la letra A que designa su infamia (A de adúltera), bordada por ella misma. Estamos en el Boston del siglo XVII, el de los padres fundadores de América expulsados de la Gran Bretaña natal por las persecuciones políticas y religiosas. La A de adulterio es, según la visión hawthorniana, también la A de América: el pecado original del Nuevo Mundo, de la Tierra Prometida. De algún modo, la aspiración de la A que nos gusta ha estado presente en los mejores, pero no en aquellos que han confundido los valores de fondo de la Anarquía con el rechazo de toda moral, de hecho aproximándose, en una extrema reivindicación individualista, al extremismo del capital y del poder que, según se solía decir, son de por sí anárquicos. La apuesta es más abierta y más necesaria que nunca.
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