radar

Domingo, 18 de mayo de 2003

La ironía cibernética

Por Peter Sloterdijk
La ironía cibernética es una forma de ironía que remite a las inmersiones, muestra que uno está metido en algo. Sostengo ahora que la ironización de la inmersión representa un nuevo criterio de civilización, y que a partir de este criterio se definen también la función civilizatoria de la ciencia-ficción y formas lúdicas afines de tecnología especulativa.
Lo que se llama ciberespacio es una disposición técnica de la inmersión bajo el presagio de su permutabilidad. El ciberespacio muestra también el reverso estético de la vieja ontología. Desde su invención, se entra por entero en un espacio del que todavía poseemos dos opiniones ontológicas opuestas: según una de ellas, desde el punto de vista del no-visitante, decimos que es un espacio irreal o virtual y que no presenta relación alguna con el continuum público; según la otra, decimos que lo habitamos como un espacio real, en la medida en que somos sus visitantes y no ponemos el acento en su virtualidad.
La humanidad antigua conquistó su experiencia por medio de la diferencia y la alternancia del mundo de la vigilia y el mundo del sueño, uno de los cuales describía como verdadero (común a todos) y el otro como falso (privado). El cristianismo inauguró a su modo una ironía de inmersión con su creencia de que el hombre que emergía del agua del bautismo ya no era el mismo, sino otro diferente del que se había sumergido en ella. El mundo de hoy colectiviza y tecnifica incesantemente el despertar de los sueños y la ironía bautista, ofreciendo variantes cinematográficas y alternativas cibernéticas en el espacio de la vigilia.
En este sentido, el ciberespacio es el principal generador de ironía de nuestra época: no sorprende que esté poblado de androides –a los que ya no se puede diferenciar a simple vista–; tampoco es necesario saber si éstos son hombres verdaderos o replicantes. Con este problema de discernimiento, la esfera del arte quiere contaminar ahora al mundo real, lanzando a hombres y máquinas a una carrera en torno de la representación de la subjetividad, carrera de la que al final salen perdedores ambos. En el ciberespacio el ser-en-el-mundo será elevado al grado de la permutabilidad técnica. En él, una conciencia aparece como algo que puede estar cercado por una trampa integral. Y ésta entonces es a su vez el equivalente funcional de la realidad.
Ahora bien, ¿de qué manera trabajaron los hermanos Wachowski para llegar a la visión de una simulación total neurocibernética llamada Matrix? Como visitante del film, debo decir que el mundo-Matrix ha sido elaborado sólo a medias y muy conservadoramente desde un punto de vista metafísico, pero que está dotado de un gran mérito: muestra que hay que llegar hasta el extremo si se quiere sostener una visión paranoica, un punto de vista consistentemente conservador. En Matrix existe todavía la diferencia entre el mundo verdadero, en este caso un mundo terrible (nosotros, modernos, nos orientamos según un criterio de verdad según el cual el dolor y lo terrible poseen, por así decirlo, la mayor cuota de realidad) y, por el otro lado, un mundo de apariencias, construido naturalmente a partir de agradables ilusiones.
Con lo cual, entre paréntesis, las máquinas se caracterizan porque carecen de todo sentimiento estético y porque tienen, en cambio y sobre todo, un amor perverso por monstruos de las profundidades e insectos (lo que permite inferir un considerable déficit de la modernidad: la máquina inteligente no deja de parecer una máquina).
Pero no era aquí a donde quería llegar. Aun cuando la estructura profunda de la película tiene una gramática del todo paranoica, la ida y vuelta cinematográfica entre ambos lados de la “realidad” produce un efecto contundente y muy subversivo de achatamiento entre ambos niveles, pues el film no puede hacer otra cosa que otorgar a ambos estados la misma visibilidad. De este modo, entre “ser-en-la-realidad” y “ser-en-la-matriz” se muestra una tercera dimensión, que es a la vez ambas y ninguna: un “ser-en-el-film”. Y así las sospechas de una ontología polivalente, entresacadas del interior hermético de los discursos nietzscheano y heideggeriano, pueden propagarse a la ideología de la cultura de masas.
El mundo-Matrix sigue discutiendo el problema anunciado desde El nacimiento de la tragedia de Nietzsche: si la liberación (filosófica) respecto de las apariencias no tendrá que ser relevada por una liberación por medio de las apariencias.
Ahora sabemos que esta alternativa está incompleta, pues a ella se agrega afortunadamente una tercera opción, a la salida del cine: la liberación de la liberación.

Versión: D.L.

Compartir: 

Twitter

RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.