Domingo, 25 de marzo de 2012 | Hoy
BARBARA KRUGER
Por Valentina Liernur
Viendo en mi pantalla la sábana de imágenes que Google despliega bajo “Barbara Kruger” me quedo tildada sobre la figura en blanco y negro de una pulposa Kim Kardashian desnuda, cubierta únicamente por tres banners rojos que Kruger dispuso en la intervención de tapa para un número especial del 2010 dedicado al arte contemporáneo de una revista de moda. En este caso sus típicos banners dicen algo así como: (sobre sus pechos) “Todo se trata de mí”, (sobre su pelvis) “quiero decir de vos”, (sobre su pubis) “quiero decir de mí”. (Recordemos brevemente que Kruger se formó como diseñadora gráfica y que es a partir de los años ’70 que empieza a trabajar en su cuerpo de obra más reconocido: fotografías apropiadas en blanco y negro cubiertas por slogans que usan el lenguaje directo y cortante de la publicidad.) Y lo primero que se me viene a la mente viendo esas palabras suspendidas sobre la virtualidad de ese personaje famoso por su sola condición de famoso es que es en la realidad específica y satinada de esa edición especial, donde el código gráfico que Kruger viene utilizando hace décadas planteando preguntas sobre el consumismo, el feminismo, la representación y la autonomía del individuo, cuestionando tanto a la cultura dominante como al observador, es capaz de morderse verdaderamente la cola llegando a su máximo esplendor. Denunciar en el mismo lugar en el que se propagan las ideas en disputa. Me parece admirable que una obra de arte crítico llegue a un grado tan alto de inmersión en la realidad y sensualidad. Que pueda ser tan liviana y tan pesada al mismo tiempo. Me parece tan admirable como el germen crítico que tiene que tener un artista para desarrollar su obra usando una misma técnica durante décadas, repitiendo el código como un mantra con la fe de llegar un día a ese nivel de ajuste en el que su esencia se construye y se destruye al mismo tiempo.
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