En 1975 consigo de alguna manera ser el elegido por el sello EMI como el representante de la prensa latinoamericana para entrevistar a John Lennon, porque había salido su disco Rock’n roll. Metí lo mejor que tenía en la valija y viajé a Nueva York con el tipo de la EMI. Cuando llegamos, me entero de que la nota se había caído porque la crítica del The New York Times había destrozado el disco y John Lennon había suspendido todas las notas. Intenté reavivarla de todas las formas que se me ocurrieron, pero fue imposible. Esa es la historia de mi frustrado encuentro con John Lennon.

Más suerte tuve con George Harrison, a quien pude conocer en 1979 gracias a la buena onda de Emerson Fittipaldi, que se había hecho amigo suyo. George se hospedaba en su casa y Emerson tuvo la gentileza de permitir que yo me acercara a los boxes, durante el Grand Prix de Brasil, para que pudiera estrecharle la mano. Fue solamente eso. Un hecho nimio, si se quiere, pero para mí fue la primera oportunidad de tener contacto real con un beatle. La primera aunque no la única.

A fines de los ’80, si no me equivoco, se me presentó la chance de entrevistar a Paul McCartney pero, por esas cosas de la vida, no tuve modo de ir a hacer esa nota tan ansiada, tan querida. Entonces, lo envié a Gustavo Lutteral. En 1993 se presentó otra oportunidad, y esta vez sí fui a París a hacerle un reportaje a Paul. Fue magnífico, imborrable, mágico. Una de las grandes alegrías de mi vida. Fue tan importante que no me preparé. No preparé el reportaje, quiero decir, porque ya estaba listo desde el momento en que me enteré que se haría. María Inés Sierra, la traductora que viajó conmigo a París, estaba aterrorizada porque le decía que no sabía de qué íbamos a hablar con Paul McCartney. Yo quería que la cosa fluyera y Paul facilitó todo de entrada:

–¡Juan Alberto! ¿Cuándo vas a escribir un libro sobre mí como hiciste con John? –me dijo de movida, levantando la mano cuando entró al lugar donde hicimos la nota, como si me conociera de toda la vida.