Lunes, 23 de octubre de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › FILM DE FRANCIS VEBER, EL DIRECTOR DE "EL PLACARD"
MI OTRO YO (La doublure) 7 puntos
Francia, 2006
Dirección y guión: Francis Veber.
Música: Alexandre Desplat.
Montaje: Georges Klotz.
Fotografía: Robert Fraisse.
Intérpretes: Gad Elmaleh, Alice Taglioni, Daniel Auteuil, Kristin Scott Thomas, Richard Berry, Virginie Ledoyen.
Duración: 85 minutos.
Por Leandro Arteaga
Acostumbrado al terreno de la comedia, el realizador francés Francis Veber (El placard, Ruby & Quentin) nos devuelve, a través de Mi otro yo, una mirada sutil y divertida sobre el mundo de los afectos y, también, el de los negocios. Todo ocurre a partir del revelamiento, por medio de un paparazzi, de otra mujer en la vida del empresario Pierre Lavasseur (el siempre notable Daniel Auteuil). La salida al embrollo lo ofrece un tercero, fotografiado junto con la pareja, a quien se le propondrá ser, para el mundo del chisme, el verdadero hombre del affair. Ello supondrá, por un lado, la tranquilidad conyugal en la vida del respetable empresario (que carga sobre sí problemas que no parecen agobiarlo, como las huelgas de sus trabajadores) y, por el otro, un giro decisivo en la cotidianeidad de François (Gad Elmaleh), enamorado de una mujer que no se anima a aceptar su propuesta de matrimonio, y dedicado a estacionar magníficos coches ajenos -tal su tarea en el restaurante donde trabaja-, tan ajenos como la infartante top-model con la que debe simular besos, abrazos, y convivir.
Desde un personaje humilde, cuya composición nos rememora a aquél melancólico eterno del genial Buster Keaton (el parecido fisonómico es, incluso, llamativo), François tratará, intuitivamente, torpemente, de renovar su lazo afectivo. Con su saco roído y cabello en orden, asistirá a los desfiles de su "amada", además de posar para el truco de las fotos de revistas. Su vida se hace pública, y su mujer que lo desvela comenzará, entonces, a tener celos. Así como también los tendrá, de un modo progresivamente furioso, Lavasseur, cuya ira evidenciará las diferencias de clase entre su alcurnia y la sencillez de François.
En el medio de todo ello, se va construyendo ese mundo de artificio que prolifera desde las fotos de revistas, en las pantallas televisivas, y en las pasarelas por las que se deslizan mujeres lánguidas, de vestidos ridículos. François observa divertido, con integridad, y con una capacidad afectiva que hará que, en determinado momento, la mismísima topmodel lamente la pérdida de su ternura.
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