Lunes, 23 de octubre de 2006 | Hoy
OPINIóN › 7 DIAS EN LA CIUDAD
Por Leo Ricciardino
Esta semana, no tan sorpresivamente, el intendente Miguel Lifschitz puso en duda sus deseos de reelección. En rigor, es una confesión que efectuado ya varios meses atrás a un grupo de periodistas, pero ahora lo hizo público. No lo dijo esta vez, pero sí lo había mencionado antes: Lifschitz es un convencido de que es imposible siquiera acercarse a lo que se hizo en los primeros cuatro años de gestión -si ésta fue buena y soplaron vientos a favor- a partir de un segundo mandato. Es como que se pierde motivación y se corre el riesgo de no contar con un panorama tan favorable como -en este caso- le tocó a este intendente para gobernar.
El Congreso Internacional de la Lengua Española fue uno solo y ya pasó. La descentralización está completada y queda un sólo distrito por inaugurar. Las grandes obras de infraestructura se terminan de completar en poco tiempo más. Lo más grande e importante ya prácticamente está hecho. Por supuesto, quedarán nuevos desafíos, pero por algunos años no serán de la envergadura de los que se mencionaron.
Con todo, Lifchitz sólo expresa una convicción que es real y -lo sabe- no cae mal en un electorado harto de quienes pretenden perpetuarse en los cargos. Pero él no tiene posibilidad de elegir y es consciente de ello. Lifschitz es parte de una estrategia electoral mucho más grande y abarcadora que tiene a Hermes Binner en el pináculo de la política santafesina y, también, nacional. Después de la elección a presidente de la Nación, ¿cuál es más importante que la de gobernador de una provincia, y encima, de la segunda provincia de la república? Y para conseguirlo, Binner y los socialistas saben que deben contar con todos y cada uno de los votos que supieron conseguir en Rosario a lo largo de más de 15 años de esfuerzos, locros, militancia y creatividad política. Nadie tira todo eso por la borda cuando llega el momento. Y Lifschitz, por supuesto, no lo hará.
Binner en su momento y Lifschitz después han sido productos de estrategias electorales, y también lo será el próximo que vendrá. Ninguno era sumamente conocido al momento de competir por la intendencia, pero integraban la estrategia política de un partido que -como pocos- supo conservar vivas y activas a sus estructuras internas con los soportes militantes incluidos. Por eso hoy Lifschitz debe "devolver" hacia adentro del PS lo que éste le dio en su momento. Su decisión pasa más como militante político que como dirigente encumbrado y así responderá a la hora de las candidaturas.
Además en un momento en que el socialismo se encuentra más homogeneo que nunca producto del proceso de las arduas negociaciones con los radicales para la conformación del Frente Progresista en la provincia. Las diferencias tradicionales entre Rubén Giustiniani, Binner y el propio Lifschitz, si bien no han desaparecido, están lo suficientemente aplacadas como para no aparecer en un momento en el que significarían un gesto de debilidad intolerable.
El peronismo sabe que debe minar de alguna manera la abrumadora diferencia de votos que el socialismo le saca en esta ciudad, y por eso piensa en candidatos fuertes para la intendencia. Por eso apareció, en las últimas horas el nombre de la vicegobernadora María Eugenia Bielsa, una figura política para la región que -incluso- sobrepasa a la de su hermano Rafael, postulado como precandidato para la gobernación sin sacar todavía las ventajas que esperaba sobre Agustín Rossi y Omar Perotti.
Ante semejante panorama, el socialismo no está para ensayos. En la última elección a intendente tuvieron que impulsar sí o sí a una figura nueva como lo era Lifschitz (tenía en ese momento sólo un 5 % de conocimiento y le ganó por apenas 5000 votos a Norberto Nicotra), porque no había otra manera teniendo a Binner como candidato a gobernador. Pero ahora las cosas son diferentes, Binner vuelve a ser candidato al mismo cargo, y en Rosario queda para traccionar votos una figura reconocida del socialismo con cuatro años de gestión en su haber.
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