rosario

Lunes, 23 de octubre de 2006

CONTRATAPA

Diario de un verano

 Por Sonia Catela

* En el lujoso desparramo de bungalows, sobre la cresta de la sierra, los visitantes asumen el verano con copas en la mano el día entero, de fiesta permanente.

Cada vez que vuelvo del mar y me pongo a desbrozar un trecho del sendero, levanto la cabeza sólo para tratar de entender la variedad de colores de la ropa de los huéspedes. La música cae sobre nosotros, de a ratos, como chubascos.

* "Tenés que ir a venderles pan" ordenó mi viejo.

"Por qué". Ni loco subiría la colina con unas hogazas caseras.

"Porque de eso vivimos".

"Me van a sacar cagando".

"Van a apreciar. Andá".

Mi viejo tiene dos defectos: aparte del tabaco que fuma, cree que su

militancia en el Partido Comunista le da un conocimiento universal sobre cuanto tópico se le planta delante, desde Darwin al turismo en Maldivia. "Ya verán esos burgueses lo que es un pan amasado por manos con conciencia de clase", me lapida mientras emparcha redes con hilo de nylon.

* Mi madre no habla; considera que agregar algo a la elocuencia paterna

colapsaría la capacidad sonora de nuestra casa. Estira los panes y me aventa con las manos. Hay que andar. "No les aflojés en la lucha" recomienda el viejo. Cuando se produjo la debacle del 89, mi padre encapsuló el apocalipsis del mundo soviético hasta convertirlo en una especie de perla que no le daña la carne. "Viejo, es pan". "Enseñales dialéctica a esos burgueses", sigue en sus trece, dedo hacia la loma.

Parto con las hogazas, descontando que me veré obligado a ofrecer a los

forasteros lo que no precisan, de ahora en adelante; no sólo panes, sino anchoas y brótolas, en cuanto las atrapen las redes clasistas y combativas de mi padre.

* Ellos, los veraneantes de la colina (jóvenes, veinte años promedio) deambulan por hamacas, reposeras, jacuzzi, contoneándose y bebiendo, brillosos. "Pan casero" alborota la rubia de topless, Denise, cuando le transmito mi oferta. Atrae a algunos entusiastas que quieren embarcarse en la experiencia. "Qué maravilla, este lugar es tan rousseauniano", desgarran trozos y ríen. Otros rechazan diplomáticamente el pan, y escrutan fijamente mis manos, sospechando de los métodos con que puedan haberlo amasado. "The boy is so handsome and clean" acota una morena incandescente en mi jeta. Burguesita de mierda.

* Denise me invita con un trago, y me hace bailar un poco con ella. A empujones de pelvis, terminamos en un cuarto, sobre la alfombra de yute. La estamos pasando bien cuando me sale con una seguidilla de "¿Dónde estoy?" que la revuelve y agita, dónde, dónde estoy. Me hiela la sangre. "En Riberas, Denise". "¿Dónde queda eso?". "En la costa". Tiembla, la sacuden convulsiones. "Llevame adonde estoy". Forcejea con sus brazos. Saca una jeringa, se inyecta lo que puede ser un medicamento. Gotas de sangre le cuelgan de la nariz. No alcanzo a reaccionar. "Llevame adonde estoy", suplica, mientras me aprieta los cachetes, ojos de lechuza. La abrazo sujetándola a este aquí.

A partir de tal situación, quedo de convidado permanente en la casa de la colina. Una suerte de equivocación.

* Vivimos al lado del mar; durante el estío el pueblo se disfraza de centro de vacaciones. Se improvisan unos bares y se echan a rodar CD de música carioca. Nos amontonamos en una pieza y alquilamos el resto de los cuartos. Basta volver fuera de temporada para advertir la farsa. Pero los veraneantes de los bungalows se dan cuenta de inmediato del asunto. Y "la simplicidad" rousseauniana del lugar les resulta "fascinante". "¿Qué quieren decir con eso de Rosseau, viejo?". "Lo salvajes y primitivos que somos".

Mierda.

* "¿Vos vivís ahí abajo?" indaga la morena incandescente el tercer día que merco pescado; me toma de la muñeca y examina el tatuaje, una estrella roja. Se refiere a la gente que habita en el Pozo. La gente del Pozo es tan pobre como nosotros, sólo que llegó más tarde. Esa venida aluvional los castigó: cero servicio; viven entre la basura, sin agua, cloacas, o luz. "Se enferman el triple que nosotros" sostiene mi padre y agrega estadísticas de todo pelaje. Ya lo echaron tres veces del centro de salud adonde cae para recabar datos. De alguna manera, mi padre logra que sus estridencias sean publicadas en el periódico de distribución gratuita Vecindario, y que alguien las lea y dé la orden de que no lo dejen entrar más al dispensario. Pero ingeniándoselas, siempre recomienza.

"No, no vivo en el Pozo", le contesto a la morena incandescente. "Lástima" dice, "pero ¿conocés a alguien de ahí?","¿Para qué querés a alguien del Pozo?", "Para ofrecerle trabajo", "Empleo","Claro... ¿Por qué te tatuaste esa estrella roja?" "Por el surf". (En Riberas ¿quién no dispone de una tabla, nueva o de segunda mano? Y yo me defiendo montando olas). Laura toquetea mi estrella como intercambiando una seña masónica: -Ahora sos uno de los nuestros". Surf y ser.

* A mi amigo del Pozo, Marcio, lo contratan para que colabore en el

entrenamiento de un tal Patricio Roca, allá arriba. Box. El flaco sube al ring del gimnasio de la casa de la colina y le da un baile tal al otro que teme que le suspendan el conchabo. Pero lo citan para mañana, a la misma hora. Mañana a la misma hora Patricio Roca cae knock out. "Plata fácil" se engolosina mi amigo de El Pozo. Al tercer día, Patricio resucita de entre los muertos y le revienta la nariz a su oponente en movimientos que calcula y reitera con insidia e intención. Al cuarto, dedica cuarenta minutos a darle en un hombro a Marcio hasta que se lo fisura. Al quinto, le rompe el arco superciliar. Las palizas se cumplen religiosamente, a reglamento, una hora, hasta que corre sangre. Patricio le da y le da durante el tiempo que paga. El público aplaude y augura que Marcio saldrá campeón. "Te están masacrando, flaco", "Tirate, hacete el muerto". Marcio me tilda de loco. Y regresa. Cada vez, le ponen la plata en el bolsillo, le sacan sangre y le prometen: "vas a ser campeón, pibe". "¿No ves que voy a ser campeón?"

* Cuando abrazo a Denise inexorablemente le pregunto: ¿en qué mes partís? me responde "nunca, nunca". Sin embargo, una mañana de febrero Denise ya no está. La morena incandescente, Laura, asegura "vuelve el lunes" pero Denise no Regresa ni ese ni otro lunes del verano del 2006. "No importa", se contonea Laura. Y me pasa un teléfono de Denise que nadie contesta. "¿No responde? Qué más da".

* Ese lunes, Patricio se dedica a aplicar sobre la cabeza de Marcio, un pistón aceitado y demoledor, descargando martillazos que aciertan (todos) en el blanco; "tirate, flaco", le grito, pero él no alcanza a arrojarse; cae, arrasado. Con los estudios neurológicos en mano, no se sabe todavía qué secuelas van a quedarle, probablemente pierda la audición. En el Dispensario fruncen la boca y lo derivan a la Capital.

"¿No vas a denunciar a ese tipo?" gruñe mi padre. "╔l corre con todos los gastos y compensaciones, viejo. Así que no. No lo voy a denunciar."

* Llego a la casa de la colina; mujeres con turbantes y polleras blancas

ofrecen batidas de vodka y maracuyá. Parece una despedida. Laura me acaricia la mano, "estuviste espléndido en el mar". Como ya puntualizó, soy uno de ellos.

Acodado en la barra, Patricio brinda: "se nos fue el verano". Y agrega

"Lástima lo de tu amigo". "Lástima" acuerdo. "Si no fuera porque le faltan

agallas al mariquita" Le advierto, "repetilo" y le encajo un golpe limpio

como los que se dan contra una tonelada de fuerza, cuando se ataja el mar. En el círculo de bocas abiertas que nos rodean, se me tacha de "bárbaro" pero se piensa "lo pudieron a Patricio", qué importa qué piensan. Antes de que lo alcen, boca abajo sobre la tierra del jardín, enchastrado de sangre y de barro, algunos dientes menos, nariz quebrada, despojado de lo único que codicia: su invicto, le ofrezco revancha, "a tu disposición, Patricio", pego la vuelta, traspongo la empalizada y bajo por última vez la colina, ese verano.

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