Jueves, 27 de marzo de 2014 | Hoy
CARTELERA › EL BOTE
Por Beatriz Vignoli
Un recetario. Cómo no hice esto antes? Una hoja de un recetario, no otra cosa era el famoso papelito encontrado en el departamento del oficial póstumo Bianciotti y que decía: "Me tenés harta. No te aguanto más. No soporto que seas tan fanfarrón y tan mediocre. O una cosa o la otra. No las dos a la vez. Es demasiado para mí. Adiós". Alguien recortó la parte de la hoja donde debería figurar el nombre del médico. Mi hermano Silvio era médico. Murió de una forma muy parecida a Bianciotti. Y a Marat, pero más incruenta. Habrá una Charlotte Corday en esto? O una mujer enojada y nada más? La textura y la forma de la hoja me resultan familiares, en más de un sentido. No sé cómo no hice esto antes: buscar entre los recuerdos de familia los recetarios de mi hermano Silvio. Y compararlos con el ahora famoso papelito que obra en mi poder.
Hay algo más inútil en el mundo que los recetarios de un médico muerto?
Pregunto. No quedan rastros. Mi cuñada tiró todo. Ya pasaron diez años.
Algún sobrino que los haya usado para dibujar? Algún paciente?
A falta de mundo, me construiré una hipótesis.
Mi hipótesis se basará en la probabilidad de que algún recetario de mi hermano Silvio haya llegado a las manos de Bianciotti. Si Romina, la hija de Bianciotti, estaba de novia con mi hermano Steppenwolf, ella se hallaba a un grado de distancia de Silvio; su padre, a dos. Una hoja de recetario puede haber pasado de manos entre unos y otros. Me viene de golpe a la mente la imagen del Perro limpiando a fondo el escritorio de su estudio, en el afán de que no quede ningún papelito suelto. Hay algo que los inocentes hacemos todos los días: buscar un papelito para anotar algo. El papelito puede venir de cualquier otro lugar. Puede haber capas y capas de huellas dactilares en un mismo papelito, solo que no existe un método de detección tan preciso: las huellas se tapan entre sí, se desdibujan, como cualquier palimpsesto de huellas. Pero un inocente no se fija en que al dorso del papelito pueda haber anotada otra cosa. En la prisa, en la penumbra, a punto de una despedida apurada o en la urgencia de un llamado, uno busca lo primero que aparece y no se fija si es usado. Alcanza con que haya un espacio.
Los papeles son de otro siglo. Tienen el aura de lo que ya casi no se fabrica.
La hoja de recetario es un papel amarillento. Bien puede tener diez años.
Inútil arqueología de los papelitos: nadie guarda nada, nadie se acuerda.
Mucho más actuales son los esténciles: "No sé, yo me siento muy culpable. No sé quién fue pero creo que nosotros se lo indicamos, se lo señalamos. Imaginate pasar y ver esa marca", dice Romina en la grabación que conservo, digitalizada, en mi computadora y en la parte privada de mi nube. Ya ni las partes privadas son lo que eran. Ya ni las nubes son lo que eran. La marca a la que Romina se refiere es una pintada del colectivo artístico Desratización y Duelo, al que ella pertenecía. Se trata de una pequeña imagen gótica de San Andrés en el zócalo del edificio donde vivía Bianciotti. Se la pintaban a los milicos estaqueadores de Malvinas, categoría a la que Bianciotti pertenece. Había un juicio inminente en el que la muerte lo salvó de comparecer.
"Y yo esta última [corbata] se la compré para el juicio, porque tenía que ir a declarar, en una audiencia, le dije, andate elegante, Chiche, andate elegante", vuelve a decir la voz de Rosa, la madre de Romina, en otra de las entrevistas que grabé.
Hace meses, luego de que apareció ahogado el viejo en su bañera, cuando ya se habían hallado signos de que aquello no había sido natural, publiqué mi entrevista a Romina sobre el Proyecto Andresito. Así se llamaba esa serie de pintadas. No establecí ninguna relación concreta entre ambos hechos aparte de la mera coincidencia. Pero, como dijo Jung, el inconsciente es mitopoético: hablando mal y pronto, la gente es novelera. Por el oleaje que desató mi nota en la opinión pública, creo que publicarla fue como inculpar al mismo tiempo a los ex combatientes y a un Ejército empecinado en custodiar su pacto de silencio: "Lo que pasó en las islas, que quede en las islas". Y el conjunto "gente", guste o no, incluye al subconjunto "policía". Fue a partir de mi nota que un oficial de policía, el comisario Brunelleschi (y tras él, el fiscal) le entró a la idea como chancho al choclo: a la idea, a mi juicio falsa, de que lo de Bianciotti era una venganza de sus víctimas. Y de una en particular: Agustín Aguirrezabala. Para mí es imposible que, habiendo esperado treinta años a decidirse, hayan decidido ajusticiarlo en vísperas de una audiencia. Para Brunelleschi nada de esto importa y sí la elegancia matemática de que Aguirrezabala luego se haya, aparentemente, suicidado en su celda.
No suelo imaginarme que los artistas mienten en una entrevista. Pero intuyo que esta vez Romina mintió. Que me haya llevado meses darme cuenta es otra historia.
Tengo su teléfono. La llamo. No atiende. Llamada perdida. Insisto. Nada.
Pero abro Facebook y me la encuentro. Se ha vuelto viral un video donde Romina posa con el famoso grabado robado al Museo Municipal de Atopia, el grabado de Goya "Grande hazaña... con muertos!", de la serie Los desastres de la guerra. Podría ser falso. De fondo hay una pared blanca, lisa. Ella dice que no está en el país y que no piensa volver a formar parte de una sociedad donde nadie puede tener secretos.
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