Sábado, 21 de enero de 2006 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
De esa guerra vos sabes mucho más que yo. Peleaste en ella, hasta el final cuando las fuerzas eran tan desproporcionadas que sin rendirse fueron dejando lo que amaban para pensar una posible o imposible revancha. Nunca la tuvieron, no hasta ahora. Pero tampoco ahora me parece posible que ello puede ocurrir. Con esos que nosotros conocemos bien y que nunca jugaron a dos o tres puntas, siempre me extraño que la derrota, si es que así puede llamarse, trajo consigo tantos traidores, tanta gente desleal que ahora es felíz con ese estado de deslealtad permanente. En todo dejan rastros de que son seres viles. En ocasiones pelearon a tu lado como si fueran uno. No creo que tan sólo los haya destruido algo interior sino también las circunstancias que los rodearon. Puede ser, pero todavía creo que se puede elegir un camino más noble. Ignoro si estás vivo o muerto, no sé si te torturan, de manera tan sofisticada como torturan los enemigos de hoy, pero se bien que nunca traicionaste nada, que la deslealtad te era hasta físicamente imposible. Te daba náuseas y vomitabas. Yo me acuerdo de la cara de quienes se pasaron al otro lado en nombre de cosas que me resultan incomprensibles. Parecían duros, pero eran blandos: lo más repugnante de lo blando; era como esas babosas que uno cree matarlas y surgen otra vez de esa chatura repugnante. Vos eras de los pocos que aceptabas mis confusiones, que no censurabas ese andar por un laberinto que según me decías era influencia de Borges. Ahora es peor, creo. El laberinto es el todo, mi confusión es el todo, la certidumbre de la inutilidad de todo es lo que nos define, pero cuando quiero explicarlo, parloteo sin sentido y lo imposible se me cae de la boca. Los dientes son también un sueño imposible. Mi preocupación, mi tristeza, es que creo que te mataron. No quiero imaginarte muerto, pero viviendo en un mundo donde la ley del hecho consumado es lo que vale, poco podemos hacer. Mi edad y mi parcial aislamiento (un aislamiento total se considera sospechoso) hace que siga viviendo. Escribo, rompo lo que escribo, se los doy de alimento a los ornitorrincos, una de las pocas especies que siguen vivas pese a todas las formas de exterminio. Mientras escribo pienso en aquel libro que tanto nos gusto a todos, Soy leyenda. Pero en este caso nadie se ha transformado en vampiro, lo que les ocurre es algo mas siniestro. Si estas muerto, estas palabras no interesan lo mas mínimo, digamos que no existe el vocabulario en que se encuentra redactada. Pero apuesto a que estas vivo, que mataron a un muñeco, aunque no lo digan, porque saben bien los asesinos que ciertos hombres, esos que se aferran con amor a ciertas ideas, no pueden morir, son demasiados los que piden que sigan vivo. Cesar Vallejo era uno de los que lo sabía, por eso sigue vivo en quienes seguimos con sus libros bajo el brazo.
Pero si estas muerto, y Madrid ha caído, es un decir, pues nunca caerá (los grandes sueños nunca han sido destruidos, de otra forma los hombres viviríamos en otro planeta), seriamos simpáticos chimpancés y nos asustaría pensar en nuestra propia evolución. Quino lo explica mejor en uno de sus dibujos.
Lo que nos ocurre ahora, el antídoto contra todas las formas de soñar, es haber logrado (en la mayoría de los casos) automatizarnos de tal manera que apenas sabemos qué somos y qué es lo que deseamos. Quisiera ser lo mas simple posible, lo mas directo, esas patadas de mula que dan de pleno en la cara del que tiene que despertar. Te lo cuento, amigo mío, porque yo lo he pasado y estoy superándolo. Hubo un momento en que empezaron a sucederse cosas, a sentir cosas, que al principio me parecieron poco importante y después me di cuenta que no dejaban de tener su trascendencia. Te haré un cocktail de esos que te gustaban porque estaban hechos con las mezclas más extravagantes; te lo enumero, pensando en aquellas enumeraciones caóticas en la poesía contemporánea, en Borges, en lo que la caña o tuvieran ganas dictaban los temas de que les gustaría que hablásemos.
Todo empezó por las milanesas con huevos fritos. De un día para otro dejaron de gustarme, de allí pase al rechazo del ajo, la cebolla y el aceite de oliva y luego con mayor sorpresa al dulce de zapallo. Hasta allí empecé a pensar en problemas del aparato respiratorio. Pero una tarde, una tarde de esas, me encontré que no soportaba la poesía de Rimbaud, la música de Bela Bartok, la pintura de Klee. Fue demasiado. Me tentaba el olor de los Mac Donald`s, las cumbias adulteradas comenzaron a ser mi fuerte, lo único eran ciertos adefesios arquitectónicos que se han puesto de moda y afiches pegados en las calles que no podían dejar de ser un atentado contra todo lo que uno pensara o pensaba en mi caso. Los avisos políticos se llevaban las palmas por un superlativo grado de estupidez. Hasta aquí las cosas difíciles de soportar, pero no se me había ocurrido pensar en dejar este lado de las cosas y partir hacia otro. Sin embargo, pienso que puede haber llegado ese momento. Quisiera que estuvieras vivo, que estuvieras como antes, pensando de la manera que pensábamos, y que pudieras ayudarme. Me estoy dando cuenta que hay algo en mi que tiende a hacer sufrir a los que amo, a los que más amo, y si bien no llego a nada concreto me basta saber que lo terrible (diría el pecado) está en el solo hecho de pensarlo.
Esto me suele ocurrir durante días, no de manera contínua, y en ocasiones salgo del pozo y disfruto en la esquina de un cucurucho de crema americana, a la cual inexorablemente llamo crema blanca. Algún especialista en esta séptima edad podría diagnosticar con certeza. ¿Sacaría algo con eso? Creo que no. Comprendo que una dosis de corticoide me quita el ataque de asma, pero ¿cómo remediar los males del espíritu?
Deseo que estés vivo y sobre todo que no hayas cambiado. Ignoro por qué sospecho que recibiré tu respuesta y me hará bien. La necesito. Y dar de beber al sediento es algo en lo cual sigo creyendo.
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