Viernes, 24 de marzo de 2006 | Hoy
Por Beatriz G. Suárez
A Edith, Mónica y Beto Cottilli
¿En lugar de presentar certificados de buena conducta o temblar por si
figuramos en alguna lista creo que deberíamos confesar gandhianamente: sí, somos veinticinco millones de sospechosos de querer pensar por nuestra
cuenta...?
María Elena Walsh, "Desventuras en el país jardín de infantes". 16 de agosto de 1979.
Roberto Cottilli era peronista. Vivía en Colón, provincia de Buenos Aires, era nacido allí en el año treinta y se afilió a Perón por que le creyó. La Buenos Aires profunda. Vio abrir las arcas oligárquicas y tuvo fe en socializar el oro, el moro, etcétera. Se volvió mas peronista por las causas (por algo será, por algo fue) y no tuvo intenciones de medir consecuencias. Se hizo joven con Evita y hombre con el Movimiento. Del verbo militar solo le interesaba la primera persona, milito, milito, milito.
Organizó y presidió el Centro de Empleados de Comercio y participó así en el lenguaje clave de la CGT, es decir, fue artista creando cosas y cargos para la gente. Viajaba a la Capital permanentemente con la sutil intención de hacer crecer el movimiento obrero. De verdad.
Mientras trabajaba en una Cooperativa que nucleaba colonos y permitía abaratar precios y sacarle fotos a los costos refugiando la música de los más humildes. Diría que fundó algo en su caja de Pandora, eso es: fundó.
Cottilli fundó.
Era de los tipos que no aceptaron ni autos ni cubiertas ni casas pues sus ideales a los cuatro vientos no hacían sindicatos con la demagogia y Perón no lo seducía.
A Cottilli Perón le dolía. Se casó y tuvo dos hijos entre esos relámpagos, los hizo crecer escuchando buena música, con un sentido especial de la memoria, clásicos de la RCA Victor, y papeles, La razón de mi vida, El Diario del Che en Bolivia y algunos desenterrados de política y organización de las masas. OSECAC para él era verdad y los medicamentos estaban reconocidos, no pertenecían a un vademécum del invierno sino a las escalofriantes entrañas de la tierra.
Diamantes. Su gente entraba a terapia gratis, el afiliado suponía la fortaleza del sistema mientras Cottilli peleara en Buenos Aires por una radiografía a tiempo, la poesía del salario, la jubilación dócil o sus viejos empleados de comercio que, escuchados con alma de doctrina, transitaban junto a él la dulzura de ganarse la muerte.
Las ocho horas. Que superviviera la casa de Calamuchita que con estrategia y esperanza idearon para resistir el trabajo y los despeñaderos de las vacaciones. Cottilli alambraba con la gente la púa por vivir mejor y le hacía un monumento a la vida en cada encuentro obrero, en cada trazo lacerante de una burocracia contraria al arte geométrico de esa existencia inapelable.
En setiembre de 1976 la hija fue a las 3 a la Cooperativa a que el papá le diera para la Vascolet. Los empleados la miraban y le ofrecían igual por la chocolatada pero la oficina no olía ya a tabaco para pipa y se dio cuenta de algo que a los doce no se puede explicar. No estaba. Algo parecía anticipar una tragedia, la época.
Encontró en el camino de vuelta a la tía Iris quien la invitó a ir donde el abogado. Mónica llevaba el susto por merienda, la leche no significaba nada. Identidad blanca, silueta y signo de que algo terrible había pasado.
Después se encaminó hacia la casa por el Boulevar 50 y al llegar a la esquina la cuadra estaba cerrada con dos camioncitos verdes de punta a punta. Verde oscuro. La eternidad del verde que alimentó el encono entre los argentinos. Entró, encontró soldados por los techos, estaban ciegos, revisando todo. Sin saber por qué escondió detrás del poster de al perderte yo a ti... los libros de revoluciones sudamericanas, Fidel y otros pretendidos bien pensantes cuyos nombres son libres. Quedaron paraditos detrás de la madera e intransigentes como la Movilización peronista.
Mientras tanto vio a Edith, la madre, llenar la pileta de lavar con una
cantidad enorme e inmaterial de jabón Ala y adentro meter enciclopedias en la espuma, folletos de luchas colonenses a flotar, propagandas políticas blanqueadas, recetas autorizadas a media asta, libros, La pasión según Trelew y todos aquellos en cuya tapa había barbudos. Los desaparecidos barbudos de Argentina. La incógnita. El duelo. Otro razonamiento: treinta mil. ¿Qué superficie ocupan 30.000?
En eso llegó Beto, el hermano de 9 años, salió corriendo de la casa asustado por que los soldaditos de su pieza se habían movido. Por que el viento de la primavera no los volcara ni el lenguaje del drama no hiciera cesar esa propiedad de plomo débil.
Dicen que Edith intentó cebarles mate y puso a Guarany en el combinado y que era raro y que le pidieron por favor que se calle el cantor.
Entre preocupaciones de la militancia, a Beto hubo que salir a buscarlo entre canciones prohibidas y soja.
A Cottilli se lo llevaron preso primero a la comisaría de Colón para trasladarlo después a San Nicolás, se supo que también incautaron con una complicidad casi civil una caja de libros. Libros, libros, buscaban armas pero encontraban libros, palabras sospechosas posición del Proceso, influjo cultural en sus papeles.
Horacio Guarany, la Edith que insistía con el mate. Se cuenta que durante la semana que duró la detención Mónica caminaba arrodillada en la pieza, que le pedía a la Virgen que volviera su padre aunque mas no fuera en otras formas del presente. Es más, cuenta que no hubo otra vez. Que esa fue la vez de la Virgen. Las rodillas gastadas, el rezo, la virgen, Martín Rodriguez, la casa rosada, la caja de ahorros, el desempate con Perón. Rodilla, rezo, virgen, viejo, padre, volvé, por favor, diosito, ¿por que te lo llevaste?, que vuelva, te juro que nunca mas exijo la Vascolet.
Fue la semana trágica por no tener y no saber. Cottilli estaba desaparecido, transpiraba la dictadura. Sus dos hijos y su esposa quedaron en el aire con sentimientos retrógrados y transformando la imaginación que se tiene de niño, a la intemperie. Escondieron los libros, limpiaban la casa de esa sustancia que el padre les había transmitido, el humo y la salamandra, ordenar y quemar, poner en una hoguera al pensamiento, inventar un paisaje exacto que tal vez lo devolviera.
A la semana lo largaron. Bíblico, resucitado venía por la 50 con los libros al hombro. Le habían dado los libros en una forma mecánica y como parte de la acumulación de noticias. Liberaron al padre, la alegría fue tan grande que solamente imaginando un no regreso se logró dimensionar. Le declaraban a los gritos el cariño, el lagrimal actualizado por su sombra, la raíz de no tenerlo le dio la bienvenida y entre viudas y huérfanos probables el abrazo cedió en el Colón de buenos aires.
Siguió siendo peronista y teniendo memoria pero en la casa no lograron creer lo que pasaba.
Pero se dieron cuenta de todo en una sola semana de la historia.
Y lo pueden contar. Menos mal que lo podes contar aunque la vida te despeina desde entonces.
Cottilli murió en 2001 de un ACV, haciéndose problemas por que OSECAC ya no era orquídea ni Parque Nacional mientras achicaba la receta.
Murió no salió en los diarios por que en los diarios salen otras cosas. Creo que estaban de acuerdo con que el 24 de Marzo fuese feriado, les parecía que colgados de lo íntimo se volverían nacionales.
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