Viernes, 24 de marzo de 2006 | Hoy
OPINIóN › A 30 AÑOS DEL GOLPE
Por Guillermo Lanfranco
Fue a mediados de 1981. El general Galtieri ya se aprestaba a mudar su vaso de whisky a la Casa Rosada, en reemplazo del no menos etílico general Viola, por entonces sucesor de Videla en la Presidencia de la Nación. El cronista del vespertino La Tribuna había sido enviado junto al querido fotógrafo Colorado Dimarco a un acto en una sede militar de la provincia de Misiones.
Fue en ese viaje que Galtieri se despachó con una de esas frases que no se extinguen con el paso de los años y ayudan como nada a trazar un perfil de quien la pronuncia: "Las urnas están bien guardadas". Quería decir que nadie soñara ver a los militares de regreso a los cuarteles como los que se inauguraban ese día al borde del río Uruguay, rasgo de paranoia militar ante la "amenaza" brasileña por mucho tiempo.
Los periodistas insistían alrededor del tema, para tratar de arrancarle alguna otra declaración a la voz aguardentosa del militar, cuando su edecán comenzó a mostrarse nervioso por la intensidad de las preguntas. Primero fueron señas de "corten" hechas con los dedos desde un ángulo que las cámaras no podían enfocar. Como no logró su cometido, optó por otra solución: una a una, comenzó a desconectar las luces de las cámaras de televisión, que por entonces todavía se alimentaban desde enchufes de 220 voltios cercanos a la escena. De nada valió primero la súplica y después la queja de los periodistas. La conferencia de prensa se había terminado abruptamente, mientras Galtieri se retiraba ofreciéndole una sonrisa cómplice a su responsable de prensa.
Apenas una rasguño, comparada con las heridas de muerte y desaparición que sufrieron decenas de trabajadores de prensa, la anécdota suma otra escena a la narración de la lógica de la dictadura que comenzó exactamente 30 años atrás. La brutalidad como método para transformar en hecho la decisión de que solo se podía hacer lo que ellos querían.
Ahora, dos escenas de estos días, de esta semana. Un quiosquero de un barrio de Rosario se entera que le robaron a una vecina y propone: "Acá lo que hace falta es un paredón de fusilamiento y van a ver cómo se arreglan las cosas". Un hombre sesentón, en una cola del Registro Civil del Distrito Oeste, dice conocer "a muchos desaparecidos que están vivos, con otro apellido, y están robando en el gobierno". Al lado suyo, otro asiente sin saber muy bien porqué.
Treinta años después muchas lecciones están aprendidas. Pero no debe pasar un solo 24 de marzo en que deje de tenerse presente lo que significó vivir en "dictadura", para toda la sociedad, aun en las cosas sencillas y cotidianas, más allá de quienes la sufrieron ferozmente. Ese nunca más, expresado a través de todos los medios disponibles, es la mejor forma de "convencer" a los desmemoriados involuntarios o no de que el peor infierno fue ese. Un infierno que no merece comparación alguna con los purgatorios que le sucedieron hasta hoy.
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