rosario

Viernes, 4 de mayo de 2007

CONTRATAPA

Rapideces

 Por Por Beatriz G. Suárez

Una tortuga grande, inmensa, abrió enorme la boca y se tragó el mundo.

Entero. Las Malvinas también, calle Alsina, unos archipiélagos sin nombre y bastantes náufragos de no sé cual océano.

Chorrearon tres gotitas de río Pilcomayo y quedó entre sus muelas un resto del cerebro de Bush, tierra del Himalaya (que le provocó arcadas), arena de Cabo Polonio y algún que otro limpiavidrios de la última pedrea.

Se lo mandó de un saque, con hambre verdadero, masticó iglesias, termos, libros de italiano, cementerios, remos y estaciones fluviales.

Desde algún sitio miraban el banquete.

Apoyó los codos muy fresca y por su pico cortador pasaron los veterinarios.

Hacía frío en cierta parte, entonces comía bufandas y pullovers de esos con ochos.

En el afán de saciar una necesidad involuntaria se obsesionaba con los gordos de ciento veinte kilos que la sociedad descarta y Cormillot maneja; entraba por la boca todo Brasil, la penúltima brocha de mi abuelo, los preámbulos, antiguos maestros, escaleras y tecnologías.

Ella comía mecánicamente sin hacer diferencias sustanciales.

Alguna que otra vez escupía un europeo, una chinita chica, una señora cualquiera de Madrid, o chapas de fábricas demasiado duras, pero sobrevenían controversias existenciales entre esa hambruna y otra cosa.

El planeta ingresaba al quelonio y ella dispuesta a no soltarlo.

Se limpiaba los dientes de tanto en tanto, mordía pasto, palmeras, podios, portones, porteras, parteras, pimientos, patrones, negocios de permutas y protones; bachilleratos de griego y docentes gritando Eureka!. Focas, escudos, intelectuales pensativos.

A la una de la madrugada le quedaba la Antártida y un chileno que andaba entre cubitos, trece corderos patagónicos tras prolongados silencios de restaurantes y una nenita vestida de pollito.

Y a las dos treinta había ingerido todo.

Dotado el mundo de una hermosa organización gástrica comenzó el tránsito lento.

A andar lento. Y no había Activia ni nada porque ella tenía todo adentro. Despacio, a paso de tortuga. Todo existía tocando un techo de caparazón.

En la frontera que limita el cielo de la tierra el ritmo fue tranquilo. La gente aminoró sus diligencias. El misterio del bancario que corre a velocidad de perro galgo ya no pudo ser.

Pocos kilómetros por hora. Basta de maratones, urgencias, horarios ajustados, tarjetas a marcar, colectivos que pasan, accidentes de tránsito, almuerzos a las doce sí o sí, padres que van a mil, impuestos que se vencen.

Era la tortuga que se tragó al mundo para pararlo de una buena vez.

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