Jueves, 5 de julio de 2007 | Hoy
Por Miriam Cairo *
LA METAFORA SEXUAL. Ella queda en silencio muchas horas seguidas en las brumas y en la noche. Bebe directamente de una botella de ron que después deja en el suelo, al lado de la silla. Se toca la nariz. Teme que los zapatos le coman los pies. Da un alarido que atraviesa todas las argollas del limbo. Es irrefrenable la metáfora sexual que el recuerdo pone sobre la mesa. La narradora enumera las imaginarias serpientes de una canción que todavía no ha inventado. Prepara el mecanismo que la creación le ofrece para ofrecerse. No tiembla de miedo. No se pone a llorar. Acepta el reto de ir una vez más hacia el agujero rojo donde nace la más perfumada y ardiente feminidad. El sexo de una mujer es un beso cálido y motivador sobre el viejo pene del mundo.
UN PROCESO INCIERTO. Ella se sienta a esperar una idea que la ilumine como quien espera un diciembre perpetuo, un crepúsculo perpetuo. Y mientras espera, la narradora no se priva de ser impulsada a vivir o inventar una serie de acontecimientos. La escritura es un proceso incierto.
Como toda mujer tiene días de depresión neurótica pero ella la transforma en imaginería que promueve el recuerdo. Más que de un balance, se trata de un espectáculo. Hacer surgir las cosas de su propia inexistencia, no garantiza el asombroso poder de la creación, pero se arriesga. Correr ese riesgo es su propósito.
EL ACEITE Y LA LUNA. Ella, dispuesta a prodigar sus procesos perceptivos, a imprimir en la mente voluptuosa el grito irreprimible de la feminidad, no teme decir que todos los cielos son negros, que la luna despliega una solícita viudez, y se inyecta uno tras otro los pensamientos que prolongan el placer. A esta altura, el ron aceita el engranaje de la escritura. En el jardín los pájaros saltan al compás de los truenos y la luna, con sus dedos de mujer, toma con cuidado las cosas visibles que se esconden adentro de las invisibles.
EL SEXO ES UNA NIÑA. En esta ingeniería de vientos alisios que salen de una botella, que invaden un cuarto y se arremolinan en torno de la silla, hay señales, hay pasos que reciben los otros pasos. El cuerpo se naturaliza en una gran escena viviente que rememora el momento en que el sabor a propiedad de sí mismo se maceraba con el sabor análogo y cóncavo de otro cuerpo femenino. La narradora narrada reconoce que niña con niña puede ser un dulce comienzo. De la botella de ron brotan a caudales los recuerdos y la narración toma contacto con su propia realidad: el sexo es una niña en su posibilidad más pura, más extrema y más experimental. La exploradora descubre algo pero no sabe qué es ¿un rayo adentro del cuerpo? ¿un sismo en la interioridad? La niña siente, aun cuando no pueda darle nombre a lo que siente. No hay en este mundo fortunas comparables.
LA ADVERTENCIA. El sexo está ahí, en tanto es, en tanto es hecho, en tanto se hace. La narradora bebe otro sorbo de ron y toma a su cargo el recurso del distanciamiento: hay muchos comienzos posibles. Enumera sólo tres, como ejemplos modalizantes: los dedos de un viejo, la lengua de un perro, las ingles de otra niña. De estos tres comienzos, hay uno que no se recomienda. Otro que se privilegia y otro que implica un riesgo. La narrada, cuando no pierde la cordura, advierte que es conveniente saber que si una se enamora de un sexo en extremo jadeante, si una se deslumbra por la generosa destreza de un perro, verá comprometida su relación con el viejo pene del mundo, que se para sobre sus dos pies y también jadea, porque en ocasiones, el mundo suele ser mortalmente pudoroso al momento de satisfacer tan liberales mañas.
NO. A veces no conviene decir que la narrada no es el fruto irreal de una imaginación exaltada, porque dañaría el secreto de su existencia. Hay tantas paredes concretas y palpables. Pero es cierto que su madre habría preferido que ella sólo fuese un sueño de sí misma.
Aunque el ron le tienda una escalera para ascender al cielo, la narrada sabe bien que no puede encontrar en su condición todo un cúmulo de pureza porque no lo permite la oscuridad de su experiencia. Pero para nosotros, no es crucial dilucidar si los pensamientos que salen de su alma, proceden de un cuerpo que se ha dejado corromper por las ideas. No nos proponemos captar el secreto narrativo de su comportamiento. Simplemente nos quedamos aquí, expectantes, esperando que diga algo más de la escena que describe o de su espasmado pensamiento. Ella, a solas con su sexo y sus palabras, es la aliada del demonio. La rueda que se mueve por sí misma. La niña que se convierte en perro, el perro que se convierte en ángel, el ángel que dice no.
LOS AGUJEROS DEL CIELO. Ella ha aprendido ciertas cosas. Ha tomado posición sobre esas cosas aprendidas, hace su propia experiencia del mundo y advierte que el deseo de placer pone el placer en movimiento. Los vientos alisios sostienen en sus dedos a las niñas que aquel verano, bajo el matorral, descubrieron sus cuerpos. "Que se toquen" habría dicho una de ellas, señalando allí, con la pequeña mano, y un aleteo de pájaros se les metió en el cuerpo. ¿De qué otro modo podrían llenarse los agujeros del cielo? La narrada con sus otros labios, bien podría describir un nuevo origen del universo.
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