Jueves, 9 de agosto de 2007 | Hoy
Por Miriam Cairo *
Esta mujer que no murió ahogada en una cascada artificial, que no se tiró desde de una torta de cuatro pisos, que se calzó la corona graciosa y virginal, cuando estaba triste y mancillada, no murió de corrupción sensitiva pero fue por sí misma condenada al trabajo forzoso de la apariencia de felicidad.
Esta mujer está cansada. Necesita unas vacaciones. Tres días de permiso no le alcanzan. Una semana sin goce de sueldo sería una catástrofe. Nadie mejor que ella para saberlo. Tiene conciencia de los peligros que la acechan. No es sorda. No necesita que le repitan diez veces la misma culpa.
Esta mujer que se mantiene con un mínimo trabajo de pequeñísimas horas que no alcanzan a formar una jornada laboral, renuncia. Apenas puede comprarse un ramo de lirios o de violetas, pero está contenta y renuncia.
Esta mujer que por mucho tiempo no ha estado por entero muerta ni por entero viva, ahora quiere mudarse al costado radiante de la ciudad radiante. Alquilará un departamento si las facilidades de pago se extienden hasta lo eterno.
Esta mujer que cayó por el conducto auditivo supo escuchar su nombre, desnudo sobre escombros. Raspó su pecho, su garganta, su cintura. Tocó el inaudible rumor del alma amordazada, del alma que no podía manifestar su menor suspiro.
Esta mujer que no murió por la pérdida de sus méritos, se alegra de haber tocado con un dedo el costado aún latente de su corazón. Desde hace cien años no se siente viva pero encuentra razones para resucitar.
Esta mujer que levanta los ojos para mirarlo todo, para esperarlo todo, como si en todo hubiera un resquicio por donde la luz se filtre, no ha muerto enceguecida, no se ha disuelto en la oscuridad.
Esta mujer que no murió por haber ingerido un sándwich bañado con su propia sangre, conserva cierto orgullo vertical aunque le tiemblen las rodillas. Su desliz está próximo pero no tiene pensado renunciar a él en nombre de las prudencias ajenas.
Esta mujer que no murió por sus equivocaciones advierte que la posesión del alba, como el arte de las simultaneidades, guarda un secreto original de contrarios y opuestos.
Esta mujer que hoy ejercita el sarcasmo ante una realidad de folletín sangriento, quedó maltrecha cuando la lucidez la alcanzó con su bastonazo. Las magulladuras le supuraban como lepra anímica. No tenía claro cómo se muere ni cómo se sobrevive. Cualquier esfuerzo, hasta el de la respiración, le atravesaba la dignidad de lado a lado y por azar quedó en manos de la vida. A diferencia de todos los héroes que avanzan contra viento y marea, a esta mujer los pensamientos hostiles la hacen retroceder. Pero esta mujer que no murió por replegarse tuvo argumentos para crear una canción extrema, convulsa, deliberada. Una canción que hizo vacilar al escorpión negro antes de alcanzarla con su aguijón mortífero. Esta mujer que no murió por su docilidad escuchó el desmantelado grito de socorro de su propio corazón y pudo preguntarle al escorpión ¿hasta cuándo pensaste que iba a ser dócil?
Esta mujer que no murió por tropezar dos veces con la misma piedra, no se sintió obligada a levantarse enseguida. Desmayada en medio de la vereda se permitió pensar mientras a su alrededor empezaba a congregarse un tumulto extraordinario. Alguien derribado puede ser un espectáculo muy curioso. Luego se puso de pie y comenzó a andar sin pensar que pudieran hacérsele costumbre las caídas.
Esta mujer que no murió por alimentarse sólo con bocados de queso y sorbos de ron, viaja sobre el lecho de un río y los peces de las profundidades sostienen la quilla de su deriva.
Esta mujer que no murió por exceso de fantasmas. Que si huía por los corredores era para no malgastar besos, aspiró el olor de una fosforescencia voluptuosa. Almorzó con un hombre que fulgura. Escuchó una palabra que no lastima.
Esta mujer que no murió de frío, ni de atrasos, ni de ilusiones, hizo un bellísimo dibujo de los brazos que se ahormaban sin cansancio a los espejismos.
Esta mujer que no murió al tropezar en la escalera acaba de irse, acaba de cerrar la puerta y no vuelve, no puede volver. Se ha marchado y alguien está solo.
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