Viernes, 3 de septiembre de 2010 | Hoy
Por Flavia Company
Mis amigas —las importantes son cinco: Marcela (súper femenina, tacos altos, uñas larguísimas y pintadísimas, peluquería every week), Gabi (alta, corpulenta, con bigotito y barbita), Ale (onda Filosofía y Letras), Susi (tipo budista, o sea, estilo “el sexo no me interesa”) y Andrea (algo más joven que yo, la considero capaz de seguir mis pasos, pero la boluda se enamora)—; mis amigas, decía, me critican a menudo diciéndome que soy peor que los chongos, que vaya donde vaya tengo que ponerla, que deberían meterme presa para evitarle el sufrimiento a tantas mujeres como caen rendidas a mis encantos la primera (que por lo general coincide con la última) noche en que les dedico un rato. Mis amigas exageran (las amigas están entre otras cosas para eso, para exagerar), qué duda cabe, pero algo cierto hay en el tema de la cantidad —perdonen la franqueza—.
En estos últimos tiempos, sin embargo, estaba empezando a pensar que dedicaba demasiado esfuerzo a la parte menos interesante del asunto, es decir, a la búsqueda de hembras dispuestas a regodearse entre mis brazos durante una noche de frenesí y que, por dicho motivo, me planteaba la conveniencia —quién me ha visto y quién me ve— de la pareja estable. Ante tamaña amenaza, mis cinco amigas —defensoras de mi soltería, que las mantiene entretenidas— se llevaban las manos a la cabeza y me recomendaban encarecidamente que iniciara con urgencia una terapia.
Pero el dios Tecnología, que es insaciable y magnánimo —me arrodillo ante él y le prometo ir hasta Luján en peregrinación y hacerlo sin escuchar música ni contestar al celular en todo el camino— ha acudido a salvarme. Ha comprendido que la gente como yo no ha nacido para especializarse en un solo ser humano y que, dado el ritmo de la vida actual, necesita de nuevos sistemas que le permitan rentabilizar al máximo el tiempo que puede dedicar al placer del levante. No es justo que los individuos proclives a la promiscuidad pierdan el tiempo frente a la pantalla de una lap intentando seducir mediante el msn o el Facebook o whatever a una mina que ni siquiera saben si al final les va a gustar.
¡Estruendo de tambores, temblor de tierra, alertas en el corazón desbocado! Parece mentira, pero es verdad: Chicas, llega el gps detector de lesbianas. Dentro de poco tendremos entre las manos un aparato que nos va a permitir saber a cuántos metros tenemos a una mujer disponible. ¿Hemos muerto y estamos en el paraíso? No, es la realidad. Las mujeres lesbianas del mundo —atención a este dato: mujeres del mundo, no ya del barrio de al lado, de la provincia contigua o del país limítrofe, no; del universo planetario, o sea mujeres blancas, amarillas y negras, asiáticas, europeas y americanas, morochas, rubias y pelirrojas— pueden registrarse en una lista de localización que las identifique mediante satélite y las tenga constantemente ubicadas y con el cartelito de “libre” para que, en este caso yo, sepa dónde están y pueda buscarlas, conocerlas y cocinarlas.
Temas que me angustian:
1. ¿Cómo elegir?
Una llega, pongamos por caso, a Berlín, a Helsinki o a Tokio. En esos lugares, está claro, no se puede mantener una conversación profunda o ir al cine o nada que implique conocer esos idiomas que los oriundos, estoy cada vez más convencida, se inventan a medida que van llegando turistas para demostrarles que jamás podrían integrarse en su sociedad. Ok. Entonces consulta una su gps de bolsillo, detector de lesbianas, y ve que, en pongamos por caso diez cuadras a la redonda, hay cien —no se extrañen, no; el mundo está lleno de mujeres lesbianas e incluso de mujeres que desean empezar a serlo inmediatamente; a veces pienso que, en realidad, todas las mujeres son lesbianas y simplemente hay muchas que lo disimulan—. ¿Hay que revisar pacientemente las cien fichas, consultar los datos que incluyen (foto, peso y edad) de cada una de ellas, o lanzarse rauda y veloz a la mina más cercana, no fuera a ser interceptada antes por otra Diana cazadora? Y en este caso,
2. ¿Cómo renunciar a las otras noventa y nueve mujeres dispuestas en ese instante?
3. Si yo puedo rastrearlas a ellas, ¿ellas podrán rastrearme a mí?
4. ¿Qué pasa si me lo roban? ¿Van a fingir que son yo?
5. ¿Podrá apagarse y prenderse cuando se quiera o será tipo perro, que ladra cuando le viene bien y una lo estrangularía?
6. ¿Existirá un modo de bloqueo para “ex” despechadas?
Sea como fuere, y parafraseando lo que dijo Armstrong a su llegada a la Luna: “Este es un pequeño paso para una lesbiana, pero un gran salto para el lesbianismo”.
Mis cinco amigas se han decidido a regalarme uno de esos artilugios dentro de un mes, para mi cumple, así que les informo sobre el tema en cuanto compruebe qué tal funciona. To be continued.
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