Viernes, 3 de septiembre de 2010 | Hoy
A LA VISTA
¿Qué se entiende por “dignidad humana”? ¿Los derechos preexisten a la formulación de las leyes o las sociedades van ampliando sus perspectivas con el correr de años y hechos? Los debates en torno del matrimonio igualitario invitan a pensar qué pasa más allá del Registro Civil.
Por Ernesto Meccia
Recuerdo que una vez nos habían invitado a un debate. Compartíamos la mesa Lohana Berkins, Osvaldo Bazán y yo. En un momento levantó la mano un joven que venía registrando el evento con su filmadora. No sin antes pasarla a su amiga, dijo que estaba sorprendido por la forma en que las organizaciones Glttbi lograban insertar sus problemas en la agenda política, que por fin el Estado iba a arremangarse la camisola y a ponerse a trabajar sobre estos problemas que realmente existían en la sociedad. Pero tenía una inquietud muy honda: preguntó cuáles eran los “límites” de las intervenciones del Estado. Y nos interpeló con un ejemplo: “¿Qué pasaría si mañana nos levantamos con ganas de ser elefantes y que así se nos reconozca?”.
En estos últimos meses, en que hemos escuchado tantas voces favorables a la extensión de los derechos civiles a través del matrimonio igualitario, me llamó la atención una serie de discursos que hacían obsesivamente referencia a la “dignidad humana”, a que estos derechos no se pueden discutir, como si formaran parte de la misma “naturaleza humana”. “Naturaleza”: una palabra que en esta oportunidad —y en un sentido muy distinto— usaron muchos políticos progresistas.
Me pregunto si pueden tener algo en común aquella inquietud del joven y estos discursos parlamentarios. Creo que sí: por más distintos que parezcan, ambos llevan implícita la idea de que existe un núcleo duro de derechos que “existen” de manera objetiva, aun si todavía no existe una ley del Estado que los promulgue. Para el joven, el derecho a ser reconocido como elefante sería un exceso porque los derechos duros ya habrían sido reconocidos, y para los políticos progresistas el debate parlamentario finalmente habría iluminado y cristalizado “eso” (una especie de “incontestable fijo”) que haría a la dignidad humana.
Sin embargo, la vida de las sociedades demuestra que ese “incontestable fijo” es más un anhelo que una realidad. Sucesivamente, la dinámica social nos enfrenta a cosas que no habíamos pensado y que sacuden nuestro orden de lo pensable y buscan un lugar en el derecho y en la política. De aquí podemos inferir el carácter incompleto de toda representación política, de la que los entramados jurídicos son uno de sus efectos, y —lo más importante— en qué consiste una política verdadera de derechos humanos. Los derechos humanos solamente pueden construirse sobre un fondo de indeterminación que permite la irrupción de lo nuevo. Por eso, si hablamos de derechos humanos podremos decir quiénes son hoy sus destinatarios, pero nunca quiénes lo serán en el futuro, ni a propósito de qué temas, porque esa destinación guarda una relación de proporciones con lo que vayamos revelando de nosotros mismos. En este sentido, pensar los derechos humanos es pensar los derechos como conquistas, como construcciones, como invenciones.
El matrimonio igualitario reveló algo muy importante de nosotros mismos. Con todo, hacia el futuro, lo más importante sería pensar qué otras cosas de nosotros no reveló, a qué otros no reveló y actuar en consecuencia.
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