Viernes, 10 de junio de 2016 | Hoy
Se escandalizaron las familias, las gentes de bien y también muchos activistas putos, tortas y trans: un joven que parece un niño se pone a contar escenas de su trabajo sexual. Resentido, explorador de perversiones, heredero y también patricida de Lemebel, integra el Colectivo Universitario/Utópico de Disidencia Sexual (CUDS) y todo lo que aprendió hasta ahora se lo ha dado la calle. Con odio y con lazos entre marginales, Josecarlo Henríquez Silva propone buscarle una salida a un mundo tan normal y tan cerrado.
Por Dolores Curia
El gran destape mediático de Josecarlo Henríquez Silva –prostituto, escritor, transfeminista chileno– fue transmitido por la televisión, en junio de 2013. Un talkshow chatarra y popularísimo lo invitó como objeto raro y parlante para que opinara sobre un tema del que se habla poco y nada en Chile: la prostitución masculina. La parsimonia con la que Josecarlo suelta los comentarios más cruentos e incorrectos, su cuerpo delgadísimo (contrapunto del modelo de taxi musculado) y su cara de nene malo –no dice su edad porque, si bien es mayor de edad, ese dato arruinaría, según cree, parte de su encanto y perdería clientes– lo volvían el invitado perfecto para el morbo y el escándalo. Y funcionó. Esa noche el hashtag #SoyPuto fue trendictopic no solo en Chile sino en el mundo
Mucho antes de ese pico de exposición, Josecarlo venía vertiendo una erótica clandestina por entregas en las redes: Camilo (su alterego prostibulario) mandaba al frente, aunque sin nombres propios, a los padres de familia, tapados hombres de bien y de fortuna, guardianes de la decencia chilena que consumían sus servicios en encuentros que iban desde una charla en bolas hasta pedirle que se pusiera un uniforme escolar que guardaban entre la ropa sucia. José Carlos, que dejó la casa familiar muy joven, empezó escribiendo poesía en la Carnicería punk, un taller que funciona entre los monoblocks del centro de Santiago, y en el taller Moda y Pueblo dirigido por el poeta Diego Ramírez. Hoy integra el Colectivo Universitario/Utópico de Disidencia Sexual (CUDS), es columnista en el diario The Clinic y dirige un canal en YouTube que se llama Boquita Mala. Escribe desde la indisciplina y también desde el resentimiento, entre la imaginación y la experiencia, desde una rabia de bajo vientre que lo empuja a prender fuego a la familia (la suya incluida), la falsa moral y el rancio conservadurismo de su país –territorio que describe como un “perfecto laboratorio neoliberal”.
#SoyPuto (Ed. Cuarto Propio) es su primer libro. En él fue entramando mensajes de inbox, posteos, crónicas y testimonios de su “puta” vida, sus clientes, sus desventuras, fantasías, amores furtivos. Provocaciones de infante terrible –como cuando cuenta que de chico entre sus entretenimientos preferidos estaba espiar a su padre en la ducha y el relato de toda la seguidilla de abortos clandestinos de su hermana menor– se cruzan con fragmentos contados con un tono casi pueril, como sus memorias escolares: “Provengo de la escuela pública. Los lunes eran para cantarle a la bandera el himno nacional y para apretarme en la fila junto a mis compañeros. Mis clases nunca me enseñaron nada. Los baños en el recreo me ensenaron todo lo que hoy sé”.
Hoy Josecarlo vive en comunidad, en lo que llama un depto-burdel de Santiago, con otros amigos y amigas travestis. No tiene novio pero sí romances turbios, que siempre son turbulentos “porque los heterosexuales nos han criado tan mal que el celo y la exclusividad vuelven difíciles las relaciones amorosas, mucho más cuando eres prostituto.” Sexo y dinero, o sexo por dinero, atraviesan casi todo lo que escribe y dice. Por ejemplo, en el primer minuto de la conversación telefónica con SOY aprovecha para pasar un aviso: “Siempre tuve relaciones con varones, las mujeres nunca me han gustado tanto como para una relación de amor. A no ser que una señora adinerada y guapa quisiera hacer algún contrato sexo-económico conmigo…”
–Ha sido novedoso escribir un libro de mi vida como puto. El hecho de entregarle a alguien un libro en su casa, por ejemplo, repartir en persona, me ha generado cosas que no tenía pensadas, nuevas formas de prostitución. Me pagan por el libro y también para que me quede un rato más y les hable, con sexo o sin sexo. Eso es un poco también lo que hace la Academia donde gente como yo es vista como ratas de investigación. Cuando la rata va a sus propias casas con su libro debe generar harto interés en el investigador.
–No, esto no es un éxito. El libro ha tenido buena acogida y publicar un libro es un acto político para alguien como yo sin estudios universitarios. Un logro. Pero en Chile la gente no lee y los libros son carísimos. La poca gente que lee no lo va a comprar a un precio que me permita costearme la vida. No podría dejar la prostitución ni por el libro, ni por otras pegas (trabajos) que me ofrezcan, ni por las columnas en The Clinic. Todo suma. Pero hasta el día de hoy mi fuente principal de ingresos es la prostitución.
–Soy parte del CUDS, un colectivo de arte feminista. Estoy bien infectado de eso. Apostamos por otras formas e imaginarios políticos lejos de la izquierda tradicional, masculina, mesiánica. Hija de Perra sin dudas fue una gran referente, amiga y precursora para que a mí en las universidades me empezaran a invitar a hablar sobre mi biografía como puto, ya que en Chile somos un desierto de prostitución politizada. Acá da la sensación de que está todo muy bien con la prostitución, nadie se queja. Nadie habla.
–Tengo vocación de sociólogo. De una sociología narcisista. Todas estas cosas que sucedieron, rápido, muy mediáticamente, en un país donde la televisión importa mucho, no cambiaron tanto mi vida. Sigo igual de precario y rabioso. Sí sucedió que como en Chile parecería que la prostitución no existe, entonces, rompí uno de los códigos para una prostitución exitosa: discreción y silencio. Si el prostituto habla, el cliente se vuelve paranoico. Hay muchos clientes a los que no les conviene que se sepa. Conclusión: perdí muchos clientes, sobre todo los poderosos. También me envían mensajes desde las páginas diciendo “me gustaría estar contigo pero me da miedo tu exposición”.
–Hubo un recambio. Tengo ahora clientela más joven, aquellos a los que no les da miedo. Chicos que me han visto en la tele, que han leído mis crónicas. Gente muy joven, a veces ilegalmente joven. Son más clientes–fan de clase media. Después, en menor medida, se mantiene el cliente padre de familia cincuentón, también el universitario. Mi cliente tipo siempre había sido profesional, muy pocos obreros, con familia o popoleando con mujeres.
Una tercera parte de #SoyPuto está compuesta por relatos de historias con clientes como estos: “En la primera cita me dijo que yo parecía niñita. Me habló de su fantasía por las niñas de la iglesia y que soñaba con tener muñecas iguales a ellas. Yo le dije que podía ser su ‘lolita trans’. Primero se rió mucho, luego me preguntó el nombre. ‘Renata’. Le gusta mi nombre. Tengo dos poleras ‘minivestido’. Debería comprarme otro lápiz labial. Me dejaré un poco de barba. Me envió un mail pidiendo hora para mañana.”
–No me puedo hacer cargo de la paranoia de la gente. Una de las razones por las que yo he decidido hablar de todo esto ha sido para visibilizar un tema. He roto con códigos y eso como prostituto no me favorece… Igual, en mi libro no sale ningún cliente con nombre y apellido.
–Si escuchar estos relatos reafirma o no prejuicios sobre el tema, es parte de la paranoia de los otros. Más en este país donde los que priman son los prejuicios más absurdos. Me han llegado a decir que denigro a la homosexualidad porque si hablo de que soy prostituto, todo el mundo va a creer que “gay” y “prostituto” son equivalentes. Es un pensamiento tan tonto que no me puedo hacer cargo de eso. Lo mío no es más que un relato individual de historias individuales. Hay hombres que pagan porque yo parezco menor o con cierta ropa me veo menor, sí, pero la pedofilia es la pedofilia, lo que hay conmigo es una fantasía. Son cosas distintas.
En #SoyPuto Josecarlo narra así su huida de casa y su entrada a la ciber–prostitución: “El menor de nosotros tiene 14 y el mayor parece que 32. Algunos se han venido de otras regiones a probar suerte a Santiago, también somos de la periferia. No nos prostituimos para pagarnos los estudios. Odiamos la idea de trabajar con contratos, jefes y colegas obligados. (…) Nos paseamos por los cibercafés de Bellas Artes, como una representación llena de personajes no menos ficticios que ustedes. Escribiendo nuestro guión por chat y publicándonos en páginas web de avisos económicos. Pronto habíamos saltado al barrio alto y estábamos ensuciándole la cama a tanto caballero ‘bien’ fascinado con nuestra representación de niñitos morbosos. No me convertí en el mítico taxiboy. Internet me ha dado la comodidad para prostituirme desde que empecé por cámaras web y a recibir depósitos de dinero a distancia. Mis lecturas me fueron mostrando que los trabajos doctos, históricos, muchas veces ‘progresistas’ sobre prostitución, solo consideraban dos perspectivas: victimizante abolicionista o victimizante y legalizable. Y por cierto, que estaban escritas por meros observadores, en ningún caso por algún cuerpo en ejercicio.”
–Tiene que ver con el anarquismo del que vengo. Aquí las agrupaciones de trabajadoras sexuales estatistas siguen en la misma lógica tradicional de “El Partido”, “El Estado”. En Chile el Estado representa algo muy distinto que en Argentina. Ustedes tienen otra relación con Estado. Acá no significa nada. El neoliberalismo se ha desarrollado acá de un modo impresionante al punto de hacer del Estado una ilusión. Toda petición estatal es una estupidez acá, un espejismo para entregarles todavía más poder a los empresarios dueños de este país. La legalidad de la prostitución es un piso mínimo y no una gran lucha. Como disidente sexual y feminista, creo que a la utopía hay que hacerla ahora. Generar otro imaginario para generar otras realidades. A sujetos como nosotros, que no podemos vivir plenamente en una realidad heterosexual y capitalista, el feminismo nos da la cosa colectiva, que nos ayuda a generar otras calidades de vida que nunca nos dará el Estado.
–No tenemos tampoco aborto legal entonces nos agrupamos para ayudar a abortar a las chicas. Resistimos bajo esa ilegalidad. La gran trampa de la ansiedad de legalidad es paternalista. Obvio que estamos en una situación de desprotección, pero tampoco es que el Estado constituye la gran opción para protegernos. No digo no tomar lo que el Estado te dé, pero mi apuesta mayor es por la colectividad para generar formas de vida más cálidas, no competitivas, no lujosas, no arribistas.
–Hablo como cyberputo. No conozco la calle. No tengo la experiencia de ese peligro que que se vive en la calle. Pero la calle es un lugar de peligro para cualquiera que la transite siendo trans, cola (gay) o mujer. No es necesario que te prostituyas para que la calle se vuelva un peligro. Voy a la necesidad de desaprender ese individualismo propio de un capitalismo que determina incluso lo afectivo, no solo la economía. Hay que desaprenderlo conversando, juntándonos, creando guetos o entornos de supervivencia. Los talleres de autodefensa y la educación popular feminista tal vez sean un aporte. No vamos a vivir en el sueño comunista de que algún día la revolución nos va a caer del cielo. Menos en esta Latinoamérica que ahora tiene en Argentina a un fascista de presidente y en Chile sigue la dictadura de Pinochet tan presente. No tengo las respuestas, por eso hay que agruparse e imaginar.
Josecarlo dedica gran parte de su libro a disparar contra las lógicas patriarcales y fascistas de la institución Familia, empezando por la propia: “Mi papá me torturaba cuando era momento del castigo. Me llamaba a su dormitorio o al baño. Una vez me hizo meterme debajo de la ducha vestido y dio el agua fría. Me obligaba a permanecer bajo el agua, si no, me pegaba. Sabía cuántos minutos hacerlo antes de que me ahogara. Por verme vestido con la ropa de mi mamá, me torturaba igualmente que cuando íbamos a la iglesia”. Y también sobre las familias de sus clientes cuenta situaciones como estas: “Las primeras veces no le gustaba que le dijera ‘diputado’. Luego comenzó a pedírmelo en voz baja cada vez que le metía el puño. Son casi dos años que llevo atendiéndolo. Los veranos que me vengo a Viña del Mar, él los pasa con su familia en Zapallar. Siempre se queja de su matrimonio. Le molesta que la esposa incentive el gusto por las compras a sus hijos. Yo no creo que sea sólo su esposa. Las familias siempre quieren consumirlo todo.”
–El feminismo es una política del amor. No hay un partido, no existe el compañero, tan frío. En la CUDS nos llamamos “vecinas”. Somos un vecindario donde existen estas lógicas más femeninas, de la señora que se junta contarles sus problemas a las vecinas. Estos afectos, que nos ha enseñado de una forma hetero, cristiana, sufriente, también pueden resignificarse. Pensar el amor como algo que va mas allá del romanticismo entre dos. El feminismo trabaja con sujetos que tienen vulnerabilidades similares y no solo con un mero compromiso político sino porque también hay afecto. Falta darle algo de goce a una situación que parece catastrófica: cuando uno habla de lo mal que está el mundo parece que uno es un sujeto demasiado amargado. Por eso reivindicamos políticas del placer, del amor, del goce.
–A la diversidad o la política homosexual, por lo menos en Chile, pocas. A la disidencia sexual, muchas. Cuando uno habla de disidencia sexual no habla de algo identitario, no es ni lésbica, ni gay, sino disidir de lo que se nos ha enseñado como sexualidad. La diversidad sexual es liberal y neoliberal. En Chile la diversidad tiene mucho poder y legitimidad. Aquí se llevan a las niñas detenidas por abortar pero los homosexuales acá son considerados casi ejemplos políticos. Yo no sé si ser homosexual signifique ser un ángel caído... Aquí la homosexualidad es bastante misógina y lineal. Siempre lo mismo: la discriminación, el sufrimiento y queremos casarnos. La diversidad sexual no quiere disidencia sino consenso.
El primer festival de videoarte porno Dildo Roza de 2011, Pedro Lemebel, que era parte del jurado, se opuso a la participación de un video en el que se veía al artista chileno Felipe Rivas San Martín eyaculando sobre una foto de Salvador Allende. Lemebel dijo que si el video no se bajaba, se retiraría del jurado, y así fue. En respuesta a lo que consideraban un acto de censura el Colectivo Universitario/Utópico de Disidencia Sexual al que pertenece Josecarlo realizó una performance llamada “El postporno mató a Lemebel”: “Vestidas de negro y portando una corona de flores con la foto de Lemebel al centro, avanzaron en romería desde la Catedral de Santiago hasta el Cine Capri, pasando por la Plaza de Armas. La performance se convirtió en una ficción mortuoria que impactó a los transeúntes y viralizó la noticia falsa.”
–Yo soy un heredero. Pero también hay que matar a las madres. Todo el tema de Lemebel se volvió acá llorón, exagerado. Hubo escritores que casi me han querido golpear. Es el problema de las vacas sagradas. No ataco al escritor, al contrario. Hago lo que aprendí de Lemebel, que decía “Faltémonos el respeto”. Lemebel fue un sujeto político pero desde una política más tradicional como la del Partido Comunista. Con nosotros fue egoísta y censurador. El tema no es tanto Lemebel sino algo que acá es bastante propio de su generación: quieren estar ellos solos en la lucha, la loca regia en el escenario y que no haya nadie más. Y cuando a Pedro Lemebel se le cruzó la gente joven de la disidencia sexual nos acusó de burguesitos, sin informarse de que la mayoría ni casa tenemos. Será que no hacemos alarde de esa pobreza, pero con nosotros él se portó injustamente. Es alguien que siempre admiramos nos desilusionó y por eso la maltratamos.
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