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Viernes, 5 de diciembre de 2008

ENTREVISTA > EDUARDO MENDICUTTI

Sacándose las ganas

Hace poco, la revista Tiempo lo nominó entre las veinte personas gays más influyentes en España. Sus dos últimos libros, California (2005) y el más reciente Ganas de hablar (2008), lo han consolidado como uno de los escritores más importantes de la narrativa actual española. En una cruzada contra quienes aconsejan callar sobre algunos temas y desprecian el concepto de “literatura gay”, Eduardo Mendicutti recupera las voces diversas para seguir haciendo literatura.

 Por Facundo Nazareno Saxe

En tu última novela, Ganas de hablar, aparece como protagonista un personaje que ya venía apareciendo en otras novelas tuyas. ¿Qué motiva que un personaje circunstancial en una novela tome la voz protagónica en otra?

—El caso de Cigala es muy claro: a mí el personaje me gustaba mucho, me interesaba porque además es un personaje real. Es un tipo de personaje real, homosexual, que me parecía particularmente atractivo no solamente para que apareciera en una novela sino para que hablara, para que fuera la voz protagonista y la voz narradora. El tal Palmera es un personaje popularísimo en San Lucas, de donde yo soy. Porque hace eso, va a hacerles las uñas a todas las señoras bien, como el personaje de Cigala en la novela.

La voz de Cigala nos muestra un modelo “pre-gay”, antes de que lo gay empezara a existir, y también muestra su punto de vista sobre las nuevas generaciones y sobre las imágenes presentes sobre el colectivo.

—A mí ese personaje siempre me ha interesado mucho. Y más conforme en España, digamos, la visibilidad homosexual ha ido aumentando, pero ha ido aumentando en forma sesgada. Por un lado, en un momento en que toda la visibilidad eran travestis o eran personajes muy afeminados, y luego aquello cambió y se intentó, o se ha estado proyectando una imagen diferente. Por un lado, la imagen de los gays jóvenes, musculosos, guapos, con dinero, que gastan, gastan más que nadie y se divierten de la mañana a la noche, que se ha estado imponiendo como modelo. Y después el modelo, digamos, de la respetabilidad, del gay respetable, que es el gay maduro, más o menos maduro, que incluso ahora ya se casa con su pareja de siempre, que tiene una buena formación, que es culto, que es escritor, que es juez, que es director de cine...

Claro, que siempre está en una clase alta...

—Sí, con lo cual conquista una respetabilidad especial porque es la que más se acomoda a la respetabilidad, digamos, homosexual de toda la vida. Y ahí quedaban como descolgadas una serie de personas, una serie de gays, de homosexuales, que para mí, como el caso de Cigala, han estado en la vanguardia de la visibilidad, con muchos problemas, que se las han tenido que arreglar como han podido. Muchas veces convirtiéndose en caricaturas de ellos mismos, es decir, porque era la única forma: siendo graciosos, siendo de alguna forma obsequiosos con los demás, serviles en algún punto determinado, es decir, han tenido que sacrificar mucho, incluso mucha dignidad, para poder sobrevivir. Ese tipo de personajes me parecía que estaban muy mal vistos, que siguen estando mal vistos.

Incluso dentro del colectivo gay se los discrimina.

—Se discrimina porque daña la respetabilidad, digamos la nueva respetabilidad de los gays. Cuando empecé a escribir las novelas, por ejemplo Una mala noche la tiene cualquiera o Tiempos mejores, hubo amigos escritores gays que me reprochaban justo el centrar las novelas en ese tipo de personajes, porque era sacar a flote el estereotipo que se suponía era dañino. Ese tipo de cuestionamientos a mí me ponen muy nervioso. Porque tienen dos tipos de cosas: uno, el personal, no voy a decir reivindicativo, pero casi. Y otro, el lingüístico, porque para mí justo todo este tipo de personas ha tenido una creatividad verbal, una imaginación expresiva que en general la tienen casi todos los gays, incluso los más respetables esporádicamente cuando se sueltan. Me parecía importante llevar ese lenguaje, darle dimensión literaria a ese lenguaje. En Ganas de hablar está esa intención de dar voz, de dar voz potente, es decir voz apabullante, voz única, voz dominante.

En alguna entrevista hablaste de literatura gay como una definición cultural. ¿En qué consistiría esta definición?

—Yo he ido cambiando y, conforme me han ido preguntando, he ido cambiando todas mis ideas sobre el asunto (risas). Y últimamente tengo una teoría muy simplona, que a la gente le parecerá extravagante: para mí existe literatura homosexual y literatura gay, y son cosas distintas. Para mí, literatura homosexual es la escrita por homosexuales, punto. La escriba como la escriba, es decir claramente, sean obviamente los temas o no. Marcel Proust, En busca del tiempo perdido es literatura homosexual y además ha establecido obviamente una especie de técnica, es la llamada técnica Albertine. Es decir, que consiste en cambiar el género de los personajes: están inspirados en Agostinelli, que fue el amante de Proust y ahí está convertida en Albertine, que es el objeto de amor del narrador. Esa estrategia Albertine yo creo que es literatura homosexual. Cuando digo esto todo el mundo se levanta en armas contra semejante decir. Y literatura gay es aquella que se concentra específicamente en el asunto homosexual como conflicto, como tema básico de lo literario, de manera que podría haber y hay literatura gay que no es literatura homosexual, por ejemplo, la de Patricia Warren, El corredor de fondo, una novela de una americana que ha vendido un millón de ejemplares en todo el mundo, que es una historia de amor entre un corredor de fondo y su entrenador, y eso sí es literatura gay, y ésa es mi última teoría. La penúltima a lo mejor, la próxima cambio. Pero la penúltima teoría es ésa.

¿Cuál es tu teoría más definitiva?

—La gente le tiene terror a la etiqueta, y lo que digo es que no es una etiqueta, es una definición como puede ser, por otras razones, literatura caribeña, literatura del sur de los Estados Unidos, etcétera. Es decir: ¿qué hace a la literatura gay o a la literatura homosexual? Reflejar una cultura, una visión del mundo determinada, un lenguaje determinado, con lo cual se cumplen todas aquellas marcas que había que poner para dar una definición cultural de algo. Y esto no implica que esté destinada a unos lectores determinados, que tenga un alcance más alicorto que el de cualquier otra definición cultural de la literatura, que sea de segundo nivel, que sea tramposa, que sea comercial, nada, nada, es decir luego de todo eso puede haber obras excelentes, malísimas, normales, aceptables, pues es como todo.

Igualmente esto no significa que el lector no pueda emocionarse más allá de su orientación sexual.

—Obviamente. Si te digo que es gay no estoy diciendo que sea una literatura sólo para lectores gays. Si tú no entiendes eso la culpa es tuya, no es mía, ni es del libro (risas). ¿Entiendes? El problema es del otro, no es problema del libro, ni problema mío. Y me parece terriblemente injusto que uno tenga que bajar la cabeza y decir: “Vale, no hablemos de literatura gay porque se entiende mal”. Pues no señor, hablemos de literatura gay y haga usted un esfuerzo para entenderlo bien, que es como hay que entenderlo.

Existen prejuicios en la Academia, de todos modos; alguna vez, en una entrevista, dijiste que “la Academia toma a las novelas gays como cosas de gays, que la etiqueta gay dice que es para gays”. ¿Hay solución?

—La solución está en los demás, es decir, son los demás los que tienen que quitarse los prejuicios de la cabeza, y es un trabajo difícil, y es un trabajo a lo mejor de mucho tiempo, es una labor social muy costosa, la típica reacción incluso de gente de cultura muy cercana a ti que dice “esa novela tuya a mí no me interesa”. ¿Cómo que no te interesa? Yo nunca digo que una novela, que cualquier novela, a priori no me interesa; me puede interesar, me puede gustar, me puede aburrir o no determinada cosa, puedo dejarla a la mitad, pero de entrada decir que no me interesa porque trata de un determinado asunto... Es muy difícil que yo haga algo para solucionarlo, nada más que echar estas peroratas siempre que puedo.

¿Has detectado un tipo de lector menos prejuicioso que otros?

–Las mujeres, por ejemplo, que son grandes lectoras, tienen infinitamente menos prejuicios que los hombres ante este tipo de novelas. Lectoras que hayan leído novelas mías las hay, lectores heterosexuales que hayan leído novelas mías... los amigos y no sé si muchos más, ¿comprendes? Quiero decir, eso es así; ahora yo espero que poco a poco eso se vaya limando, pero eso solamente pasa por una cuestión: que haya novelas de temática gay, novelas gays de calidad y que esa calidad literaria se reconozca independientemente del objeto literario. Pero, claro, si en la avalancha de literatura gay, el peso es de literatura de baja calidad, de aquí contar cuatro cosillas, siempre lo mismo, no sé qué, pues es desastroso.

La crítica no ayuda mucho.

–Un ejemplo: José María Guelbenzu hizo la reseña crítica de Nadan dos chicos de James O’Neill, un pedazo de novela, magnífica, que trata sobre el nacimiento del IRA en Irlanda y la lucha contra los ingleses, y la línea vertebral de la novela es la historia de dos chicos sin ningún tipo de, aparentemente, reivindicación, ningún conflicto específico por el hecho de que sean dos chicos; pero, bueno, en cualquier caso es obvio que la historia entera gravita sobre esa historia de amor de esos dos chicos. Cuando ese señor puso la novela en la tradición irlandesa desde Joyce, dijo al final: “Claro, esta novela no es la típica novela gay”. No interesa, es una historia homosexual. Quítale la palabra típica, por favor. Es una historia homosexual y a pesar de eso, o precisamente gracias a eso en gran medida, es una grandísima novela.

Es parte de su construcción como novela.

—Claro. Es imprescindible que la novela sea eso para que la novela sea así. ¿Qué pasa? ¿Cuando una novela es maravillosa ya no es homosexual, aunque sea obviamente homosexual, y cuando es mediocre sí es homosexual? Con la literatura femenina pasa lo mismo. La gran literatura escrita por una mujer no es llamada literatura femenina. Para mí lo es. No se puede decir porque me matan (risas). Lo es, y el lector tiene que darse cuenta de que eso está contado por una mujer y que está visto desde un punto de vista femenino, y que eso es importante y que lo femenino no es peor que lo masculino, ni menos importante, ni menos culto por definición. Lo mismo la homosexualidad: no es menos que la heterosexualidad por definición. Es importante que se note. Porque si la novela es maravillosa, es novela a secas. Si no lo es, es novela femenina sólo para mujeres, pues ¡por Dios!

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