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Cuánta agua pasó debajo de mi puente desde aquella fría mañana que estábamos en el club. Ibamos jugando con una piedrita, primero la pateabas vos, luego yo, nuevamente vos, cuando te pregunté si ya habías escuchado cantar a Sandra Mihanovich. Vos me decías que sí, pero que ella pateaba para el otro lado.

Recuerdo que no entendí bien a qué te referías. ¿Qué tendría que ver eso con su voz? ¿O tendría que ver con vos? ¿Y conmigo?

A mí me gustaba cómo ella cantaba, si bien nunca fui de prestar especial atención a las letras, con ella tenía como un feeling especial. A mí me gustaba y una amiga del cole me acababa de grabar un casete nuevo, yo estaba contenta y no pensaba más allá de eso.

En esa época, todavía no asociaba a Sandra con “el amor entre mujeres”, menos aún con el lesbianismo, palabra que ni siquiera sabía si se escribía con V o B. Todavía, a veces, frente a tanta “realidad-irreal”, pedía asilo entre mis juguetes, y me instalaba entre las fantasías.

La falta de referencias explícitas me hacía pensar más en una Mónica con César que en una Sandra con Celeste, dúo al que le faltaba algunos años por nacer.

Hoy, a 25 años de aquella fría mañana en el club, gracias a la cibernética, nos hemos reencontramos. Leyendo tus cálidos e-mails y viendo las fotos que me enviás donde tiernamente te besás con tu marido, observando qué lindo es tu hijo y cómo se parece a vos, tu nena qué preciosa cómo sopla sus 4 velitas; me pregunto cómo te cuento que ahora soy yo la que patea para el otro lado. ¿Alguien me escuchará cantar? ¿O simplemente contarán cuántos goles en contra he metido en mi vida?

Dejé pasar unos días, varias reflexiones internas y externas y te respondí. Te hablaba de mi compañera con la misma naturalidad que vos me hablás de tu marido; eso sí, te evité la foto del beso.

La diferencia radicó en el silencio de tus palabras. A veces, las mañanas siguen frías, aun con 35 grados de temperatura.