Viernes, 5 de diciembre de 2008 | Hoy
EL LIBRO DE CHRISTOPHER CICCONE
Qué más se puede decir de Madonna que ella misma no se haya encargado de decir, de filmar, de sugerir y de adelantar en su camaleónica y compleja red de géneros en los que se desliza. “Hay algo más”, salta una voz, entre tímida y dolida, entre agradecida y resentida, alzando un libro de casi 400 páginas titulado Mi hermana, la estrella más grande del mundo, que todavía no se tradujo al español, pero que ya recorre Europa en varios idiomas. Es Christopher Ciccone, el hermano menor de la diva, el que sufrió con ella tan temprano la muerte de la madre cuya foto corona todos los camarines de sus giras, actuó como coordinador en sus primeros shows, decoró sus mansiones, la felicitó en cada película a pesar de pensar siempre que eran bodrios importantes, y sufrió luego la ira de su hermana–jefa-contratista, quien poco a poco lo fue despojando de su lugar de acompañante y admirador ciego. Como adelanto, aquí van algunos memorables momentos.
Yo tenía 12 y ella 14. La familia en pleno fue a verla a un típico acto escolar. Nadie sabía de qué iba su número, pero estábamos ansiosos por aplaudirla y apoyarla. Nos sentamos todos en la segunda fila y luego de que pasaran los típicos actos infantiles –armónica, recitados de poesía–, por fin, como salida de una escena de la película Little Miss Sunshine, apareció Madonna cubierta de pies a cabeza con pintura fluorescente verde y rosa, dando la apariencia de desnudez completa. Tenía un short y un maillot que también estaban pintados con los mismos colores, pero para la mirada de mi padre estaba desnuda. Según su estricto código moral personal, ese número era calificado como X e inmediatamente bajó su cámara de fotos, horrorizado.
Madonna comenzó a bailar (a toquetearse es la palabra correcta). Aunque Carol Belanger, su compañera, estaba vestida igual y también se toqueteaba, todas las miradas recaían sobre Madonna, que la opacaba por completo. Era el número más escandaloso que habían visto en su vida los ojos de esas personas ultraconservadoras de la escuela. El número, que además era el último, duró unos 3 minutos. Cuando se encendieron las luces, se escucharon unos pocos y tímidos aplausos. La sala estaba helada de estupor. En el auto de vuelta a casa no se dijo ni una sola palabra, mi padre no sacaba los ojos de la ruta. Todos sabíamos lo que le esperaba a Madonna. En cuanto llegamos fue convocada por mi padre al salón de recepción, él cerró la puerta con llave y luego de un rato ella salía envuelta en lágrimas. El famoso acto escolar no apareció nunca más en ninguna conversación familiar. Durante el mes siguiente, en la escuela, Madonna fue el tema único de conversación y muchísimos chicos me susurraban al oído: “Tu hermana es una puta”. Yo para entonces ya era víctima de brutalidades y muchas veces me habían gritado “pede” (por pederasta), palabra de la cual no entendía el significado, así que no me llamó tanto la atención. Para mí, esa tarde del espectáculo nace mi fascinación por mi hermana. Esa tarde comprendí que ella no era como el resto; que ella era profundamente diferente. No faltaba mucho para que también me diera cuenta de que yo también lo era.
En cada gira, gracias a una mezcla de charme, seducción y de solicitud maternal, se pone en cuatro para conseguir la confianza, la lealtad y la amistad de sus bailarines.
Todos los que trabajan con ella pasan indefectiblemente por las mismas etapas. Primero: desilusión ante el frío del mundo exterior. Segundo: tibia brisa en el rostro producida por la proximidad de Madonna. Y a la atención de Madonna, tercero: aumenta el calor que provoca la posibilidad de acercarse a ella. Cuarto: aterrizaje en el lugar más glacial de todos, el lugar más cercano a ella. Esto es lo que pasa cuando uno llega demasiado cerca. Si has llegado a ese estado, ella pensará que sabes demasiado; entonces te convertís en indeseable. Quinto: abandonar el sol, la proximidad. Se terminó Madonna.
Ejemplo típico: conozco a un rubio, delgado, elegante, en una fiesta en Los Angeles. Charlamos un buen rato y lo invito a comer el viernes. Acepta. Paso a buscarlo, vamos a Benvenuto en Santa Monica, después tomamos algo en L’Abbey y luego me invita a su casa en el este de Los Angeles. En cuanto llegamos, vamos derecho a su habitación apenas iluminada con el rayo de luna que se cuela por la ventana. Nos acostamos y empezamos a besarnos. Al rato él prende una luz y ahí es cuando arriba de su cama veo colgado un poster de Madonna semidesnuda, apenas cubierta por una tela. Con una rápida ojeada a ese cuarto me doy cuenta de que hay fotos de Madonna desde el zócalo hasta el cielorraso. Inmediatamente me visto y me voy. Luego nos hicimos grandes amigos, porque me di cuenta de que simplemente era uno de los fans de Madonna y no otro de los tantos que intentan acercarse a su círculo para sacar algún provecho o hacer daño.
Madonna nunca quiso tomar lecciones de canto. Pero hace un tiempo que se ha dado cuenta de que su falta de estudio tiene como consecuencia que la voz no le responda siempre a las exigencias que le impone. Como solución intermedia lo que ha hecho es elegir a Donna, una de las chicas del coro, ya que su voz se parece mucho a la de ella, para que la sostenga. En revancha, Niki está para aportar el costado soul. La mayor parte del tiempo entre Donna y Niki es donde se apoya para cantar en armonía. Niki tiene una mejor voz que la de Madonna. Está mejor formada y Madonna, que lo sabe, se esfuerza por mantenerla a distancia, porque Niki es capaz de taparle la voz, cosa que ha sucedido más de una vez. En esos casos, Madonna ha llegado a ordenar que le cierren el micrófono.
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