Sábado, 16 de julio de 2016 | Hoy
18:03 › OPINION
Por Martín Schapiro *
Mientras se escriben estas líneas, la agencia oficial de noticias turca anuncia el aterrizaje del presidente Recep Tayyip Erdogan en el Aeropuerto de Estambul.
Sólo unas pocas horas antes, quienes seguimos los eventos de la región nos sorprendíamos con la noticia del intento de golpe de Estado, las escenas de tanques en las calles de Ankara, Izmir y Estambul, y una escenografía que, familiar a la historia del país, resultaba discordante y hasta exótica a su actualidad.
El ejército turco, uno de los más poderosos del mundo, tiene una larga tradición de intervención en la política interna del país, con cuatro golpes de estado en distintos momentos de su historia. En cada una de esas intervenciones, el ejército citó el mandato secular inscripto en la Constitución desde la fundación de la República, como fundamento de la interrupción del orden democrático. Si tomamos en cuenta que el gobierno turco es controlado por un partido islamista desde hace más de una década, la escena terminaría de completarse.
Sin embargo, ninguno de estos datos daría cuenta del contexto, interno e internacional que enfrenta Turquía y que harían muy complejo el triunfo de un golpe militar en el país.
En primer lugar, la vieja democracia tutelada, caracterizada por el celoso control militar y judicial del sistema político, ha sido gradualmente desmantelada desde la llegada al poder de ErdoIan y su Partido de la Justicia y el Progreso (AKP), que consiguió, a lo largo de más de una década, desde cambios estructurales, como la reforma del Poder Judicial, al que sometería a un mayor control gubernamental, a otros de peso simbólico como el levantamiento de la prohibición del uso del velo en edificios públicos y universidades, o la realización de ceremonias religiosas islámicas en el museo de Hagia Sofía.
Por otra parte, durante su estancia como Primer Ministro, ErdoIan había logrado hegemonizar las fuerzas policiales con agentes leales a su partido y, a partir del nombramiento de Hakan Fidan, un incondicional suyo, construyó un Servicio de Inteligencia civil absolutamente comprometido con sus objetivos. Incluso, en el año 2012, mediante un proceso con pruebas que luego se probarían falsas y provocarían su anulación, el AKP impulsó y obtuvo condenas contra Generales retirados y algunos mandos militares activos, sin encontrar resistencia de importancia en los cuarteles turcos.
Por otra parte, aún en una Turquía acechada por amenazas terroristas, intervenciones fallidas en el extranjero y una economía que no brilla como antaño, la intentona se da sólo unos meses después de que las elecciones generales dieran al AKP mayoría absoluta en el parlamento y, en momentos en que las relaciones entre el gobierno y el ejército parecían encontrar un terreno de interés común en el combate contra la insurgencia kurda en el sudeste del país.
Si el contexto interno no resulta favorable a un golpe de estado, el marco externo resulta aún más hostil. Turquía integra la OTAN, se encuentra ubicado estratégicamente entre Asia y Europa, y tiene frontera con las Repúblicas de Irak y Siria de la que alberga más de tres millones de refugiados.
Apenas días después de que el gobierno turco anunciara el reestablecimiento de plenas relaciones con Israel y una reaproximación con Rusia, resulta casi imposible imaginar que alguna potencia tenga interés en promover la desestabilización y el conflicto en la nación turca, más aún cuando un movimiento de ese estilo podría multiplicar la prédica de grupos como Al Qaeda y el Estado Islámico, activos en el país.
Si no resulta hasta el momento claro cuáles eran las fuerzas reales de los sublevados, el exitoso llamado a las calles, los pronunciamientos condenatorios internacionales y las declaraciones de los más altos mandos militares en contra del golpe, señalan una derrota de los golpistas que se avizora inevitable.
De ser así, la fortuna sonreiría nuevamente a ErdoIan, que hasta ayer se encontraba trabado en su intento por modificar la Constitución para incrementar los poderes presidenciales y desarmar el Sistema Parlamentario, mientras se discuten cambios que aumentarían el control político sobre el Poder Judicial.
Tras haber logrado hace poco más de un mes una enmienda constitucional que abre el camino para la persecución penal de diputados opositores, cuestionado en todo el mundo por la persecución de académicos y periodistas críticos, uno de los líderes mundiales más audaces y personalistas de los que se tenga memoria, renueva apoyos globales y credenciales democráticas.
* Analista Internacional - UBA.
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