Jueves, 20 de octubre de 2016 | Hoy
14:12 › CRÓNICA DE UNA HORA EN LA QUE LAS MUJERES PARARON PARA DECIR BASTA
Entre las 13 y las 14, el paro de mujeres se cumplió en la calle, en oficinas públicas, en negocios y escuelas. La rutina se detuvo para dar paso al ruidazo y las consignas.
Por Soledad Vallejos
En cada estación, la conductora del subte H advertía: “por favor, señores pasajeros, tengan a bien cuidar sus pertenencias, pero también cuidar a sus mujeres, aun cuando no sean pertenencias. Muchas gracias”. Por la avenida Cramer, adolescentes vestidas con uniformes escolares caminaban aplaudiendo bajo la lluvia. En otra esquina, un grupo de veinteañeras coreaba “¡ni una menos!” y repartía papelitos caserísimos para compartir información sobre violencia machista. Por Palermo, grupos de mujeres que habían hecho un alto en sus trabajos daban la vuelta manzana munidas de silbatos, cantando, aplaudiendo; por el centro, trabajadoras de oficinas y organismos públicos cortaron alguna avenida y detuvieron, con sus ausencias, la rutina del día. El ruidazo y la previa de la concentración de la tarde se sintieron en los barrios, en el centro, en las redes sociales. Fue la banda de sonido de quienes hicieron una hora de paro para salir de sus trabajos y mostrarse en las calles entre las 13 y las 14, cuando Buenos Aires quedó poblada de escenas poco habituales.
De a ratos, el viento se convertía en tromba y embolsaba paraguas, impermeables, pelo. La lluvia caía persistente. En la esquina de Cabildo y Juramento, unas diez veinteañeras llevaban paraguas en una mano y papeles impresos en la otra. Al empezar la hora señalada para el paro de mujeres, dejaron todas juntas la empresa de informática en la que trabajan y se dirigieron a la esquina. “Hablamos con los jefes para arreglar algo y salir más temprano a la tarde, para ir al Obelisco. Pero para venir acá no pedimos permiso: hacer paro es nuestro derecho. Salimos y vinimos”, explicaba Rocío a este diario. Habían hecho algunas cosas más: en los días previos, habían convocado a conocidos y amigos para que las acompañaran en la misma esquina; algunos habían respondido y estaban allí, junto con señoras que habían visto el pequeño montón y se habían quedado. Todas aplaudían. De los cuellos de algunas de las chicas colgaban carteles impresos de manera tan artesanal como los papelitos que repartían a quien pasara: “cosificable”, “silenciable”, “vivas nos queremos”.
De mano en mano, desde esa esquina se iban volantes recortados de hojas A4. Contenían historias: “Serena Rodríguez tenía 15 años, fue apuñalada 49 veces y degollada el 23 de junio de 2014 con una navaja que contenía ADN de su ex”; “Suhene Carvalahes Muñoz. 26 años. Murió luego de 8 meses de agonía por la paliza que le dio su novio. El tipo está libre”, “A Jimena Hernández la violaron y mataron adentro del Santa Unión, el colegio que intentó encubrir el crimen. La causa se cerró sin acusados”; “Lucía Pérez, 16 años, MDP. Fue drogada, violada por al menos dos hombres, empalada. Quisieron hacerla pasar por muerta por sobredosis”. Otras líneas recordaban a Diana Sacayán, a Micaela Ortega, a Fernanda Charla, a Marilyn Méndez.
Sobre Niceto Vega, los ambos blancos asomaban desde debajo de pilotos y abrigos. Unas quince, veinte mujeres se habían plantado en la puerta del laboratorio de análisis clínicos, después de casi una hora de haber aplaudido y coreado consignas contra la violencia machista en la puerta, primero, y durante toda la vuelta manzana, en esa zona de Palermo, después. Bocinazos y silbatos acompañaban esos minutos. No todas ni todos habían podido salir, “porque en un laboratorio hay muestras, cosas que no se pueden dejar así nomás en cualquier momento”, pero sí eran cuantos habían podido. “Hay que participar, todos tenemos que hacer algo”, explicó Patricia, mientras el viento campeaba por la avenida y las voces de todo el grupo iban contando que no, la de ayer no era la primera vez que resolvían salir juntas a la calle en contra del machismo ni la primera vez que hablaban de eso como compañeras de trabajo. “Y también con compañeros, porque acá están dos, Jesús y Ezequiel”, advertía una de ellas, mientras señalaba hacia el fondo del grupo, casi contra la pared, para exhibir la evidencia de su afirmación.
Liliana, Vanesa, Andrea, Natalia, Lucía, Pato: los nombres volaban por el aire y se perdían entre las palabras, que eran muchas, urgentes, claras. “Hablamos siempre de estos temas, este año marchamos el 3 de junio. ¿Qué nos pasa que cada vez hay más mujeres muertas por violencia de género? Y es algo en lo que las mujeres también tenemos que ver, no solo los hombres”, decía una de las mujeres. “Nos tenemos que cuidar entre todos. Violencia no es necesariamente una trompada, no es solo eso”, acotaba otra. Una más añadió: “Y todo suma: las frases, las ideas. La cocina no es algo para las señoras, el día de la madre no quiere decir que haya que regalar una licuadora”.
Sobre las dos de la tarde, una más añadía: “El Estado tiene que asegurar a las mujeres que si te pasa algo, va a estar ahí para dar apoyo constante”.
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